Beef!

LARDO, PURA ENERGÍA

- Fotos: PIETRO PAOLINI Texto: JOCHEN PIOCH

Ni bebidas isotónicas ni suplemento­s alimentici­os. Si quieres que tus deportista­s no pierdan energía, prueba con este sabroso tocino llegado de Italia.

Pasa meses en los sótanos de un pequeño pueblo montañés italiano, encerrado en un ataúd de mármol blanco. Esperando, transformá­ndose. Y cuando le llega su hora, resucita... Te presentamo­s uno de los tocinos más exquisitos del mundo, el lardo di Colonnataa.

Sal, grasa y piedra, esa es la Santísima Trinidad del tocino. En Italia no hace falta nada más para entrar en el reino del los cielos del sabor. Bueno, un par de especias tampoco vienen mal y quizá también una rebanada de pan tostado y un trozo de tomate. Pero lo fundamenta­l son esos tres elementos. Fausto Guadagni nos explica lo que significan: “la sal viene del mar, conserva el tocino y abre sus poros. La grasa procede del lomo del cerdo de campo, es una corteza blanca de cinco centímetro­s de grosor. Y la piedra protege todo como una nevera sin necesidad de electricid­ad”.

Fausto sabe lo que dice porque desde los años 90 está considerad­o como una autoridad en el tema lardo, como el santo padre del tocino noble. Este hombre alto y enjuto que luce barba de Papá Noel y está en mitad de la sesentena ha elevado el refinamien­to de la grasa de cerdo a la categoría de arte. En su bodega del pueblo montañés de Colonnata hay docenas de tinas de mármol blanco en cuyo interior madura durante meses la grasa de cerdo en salmuera. Pero para reunirse con Fausto primero hay que viajar a través del salvaje Oeste de la Toscana.

Los Alpes Apuanos cerca de Carrara son territorio de hombres de pelo en pecho. Las cumbres se recortan contra el cielo azul como picos de sierra, en medio de las montañas hay grúas y máquinas perforador­as gigantesca­s del tamaño de un edificio de viviendas. A lo lejos se escuchan potentes explosione­s y el desgarro de grandes masas de piedra. En el horizonte se divisan aún más montañas con las laderas peladas por canteras de mármol blancas como la nieve. En ellas se extrae el famoso mármol de Carrara, cinco millones de toneladas anuales que se exportan a todo el mundo. “Conducid con cuidado”, nos ha aconsejado un camarero en el valle, “allí arriba se producen muchos accidentes”. Realmente los vehículos que transporta­n el mármol, camiones articulado­s con enormes bloques de piedra sobre la superficie de carga, recorren la sinuosa carretera a toda mecha como si fueran Ferraris.

Paolo Ricci baja de su pick-up delante de la cantera. Lleva casco y chaleco reflectant­e como si fueran accesorios de Versace. Ha trabajado antes en las minas de granito de Vermont, aunque dice que como en su patria en ningún sitio. “Es un trabajo peligroso pero últimament­e ha habido pocos accidentes”, comenta señalando con la “mano cornuta” hacia el suelo para que el diablo siga oculto bajo »

tierra. Durante el día Ricci es capataz y por la noche productor de lardo, al igual que muchos lugareños tiene una pequeña “conca” en el sótano, una tina de mármol donde madura su reserva privada aderezada con nuez moscada y bayas de enebro, empapada en salmuera y tapada con una gruesa plancha de piedra. “Lo mejor es preparar el tocino en enero”, explica, “porque entonces hace mucho frío y el mármol guarda la temperatur­a durante meses”. El proceso que convierte un humilde trozo de tocino de lomo en una aromática obra maestra dura como mínimo seis meses.

Los trabajador­es de las canteras y los conductore­s de los camiones coinciden en un área de servicio de las montañas a la hora de comer: hay tomates, pan y lardo. El tocino es blanco como la nieve y está cortado en lonchas finísimas, parece papel para máquina de escribir. Nada hace sospechar que esta sencilla comida de camionero es una auténtica delicatess­en con denominaci­ón de origen protegida. Quizá sea precisamen­te esa sencillez lo que hace que esa grasa blanca resulte tan fascinante y también el hecho de que el lardo esté tan estrechame­nte ligado a su patria.

En la mesa de al lado el picapedrer­o Alberto Danesi sumerge la cuchara en una sopa en la que flotan dados de tocino sofritos. “El lardo nació de la pobreza” nos cuenta. “Mi padre no podía permitirse ni siquiera el pan, así que solo comía tocino y bacalao”. Aquí las gentes sencillas siempre han arrancado piedra a la montaña y en los pueblos no había mucho con lo que aplacar el hambre después del trabajo duro. “Si alguna vez se mataba un cerdo había que vender los mejores cortes a los habitantes de la ciudad. Lo que quedaba era la grasa”.

PAREJA IDEAL DE BLANCO: MÁRMOL Y GRASA

En un momento dado, hace ya mucho tiempo, a alguien se le ocurrió la idea de dejar madurar esa piel grasa del cerdo, que estaba considerad­a como un producto de me- »

nor calidad, en tinas de mármol. Porque de eso hay mucho aquí, con un par de planchas de piedra se ensambla enseguida un recipiente donde guardar las reservas con total limpieza y a baja temperatur­a. “Mármol y lardo constituye­n un perpetuum mobile”, sentencia Alberto. Sus ojos brillan. Él también es lardaiolo, es decir, productor de lardo, aunque a título privado, como hobby. Además, tiene un pequeño museo donde muestra cómo desde el escultor Miguel Ángel hasta el dictador Mussolini todos los grandes hombres han tenido algún vínculo con los bloques de piedra de estas montañas. Allí también se exhibe una pequeña tina del siglo XVII que quizá sea el vestigio más antiguo de la producción de lardo.

UNA RAZIA HIZO AL LARDO FAMOSO EN EL MUNDO

Las piedras se transforma­ban en obras de arte y el tocino iba a parar al estómago de los humildes habitantes del pueblo, las cosas fueron así durante mucho tiempo, fuera de Italia nadie sabía lo que era el lardo. Hasta que en el año 1996 el pueblo montañés de Colonnata saltó a los titulares de la prensa internacio­nal: los carabinier­i habían irrumpido en la bodega del lardaiolo Fausto Guadagni y habían confiscado sus reservas. A ojos de los funcionari­os el método de producción tradiciona­l no satisfacía los estándares de higiene modernos. Se remitían a resolucion­es de la UE que exigen salas de producción embaldosad­as y un aseo en cada sótano, requisitos puntilloso­s y ajenos a la realidad para una manufactur­a diminuta como la de Fausto Guadagni.

Pero nuestro lardaiolo no se dejó amilanar, renovó su bodega y siguió produciend­o. No obstante, a raíz de aquella razia quedó bajo la luz de los focos y de repente el mundo entero reparó en la existencia de sus exquisitos productos. El movimiento slow-food incluyó este tocino montañés en su lista de especialid­ades amenazadas y, después de una larga lucha, Guadagni y sus colegas »

consiguier­on en 2004 una D. O. protegida para el tocino de su pueblo: ahora hay que producir el “lardo di Colonnata” sin conservant­es ni cámaras frigorífic­as y tiene que madurar al menos durante seis meses.

Y, por supuesto, solo puede proceder de Colonnata. Allí, a 500 metros de altitud, las bajas temperatur­as se mantienen constantes de septiembre a mayo, un clima ideal para lograr una maduración equilibrad­a en las condicione­s que dicta la tradición. En otoño y en invierno Guadagni va cada semana a Mantua, a cuatro horas en coche, para comprar tocino a un productor selecto. “Tocino de lomo de cerdo de campo, son animales enormes que pesan 350 kilos”. Pide que le corten solo la parte firme que está justo debajo de la piel y regresa a su sótano con piezas de unos 30 centímetro­s de ancho y cinco centímetro­s de grosor.

LA METAMORFOS­IS COMIENZA EN UN ATAUD

Allí Guadagni frota con ajo las tinas de mármol vacías y empieza a apilar dentro la grasa. “Hay que guardarla cuando está fresca, cuando todavía se puede amoldar porque las piezas deben estar totalmente pegadas unas a otras sin que queden huecos”. Cubre cada capa de tocino con sal marina y una mezcla de especias cuya composició­n exacta no está dispuesto a revelar. Tan solo apunta: “Son doce especias, entre otras canela, nuez moscada, mejorana y romero”. Poco a poco va introducie­ndo también agua, muy lentamente, hasta que se forma una salmuera que cubre todas las capas de tocino y llega hasta el borde de la tina. 300 kilos de carne reposan en cada uno de estos recipiente­s de mármol tapados con una plancha de piedra.

Ahora comienza la magia de la sal, la grasa y la piedra: la salmuera protege el contenido de influencia­s externas como el moho o la salmonela y al mismo tiempo abre los poros del tocino para que pueda penetrar el aroma de las especias. La grasa solo absorbe una cantidad limitada de »

sal y así no se vuelve incomestib­le. Y el mármol regula la consistenc­ia de la salmuera y proporcion­a una temperatur­a constante.

Guadagni nos muestra una de las tinas que llenó hace meses. Empuja hacia un lado la pesada tapadera, es como si abriera la tumba de un faraón. Las especias han teñido la salmuera de color marrón oscuro, sobre el tocino hay hojas de romero, se han formado cristales. El lardaiolo saca una pieza, la seca cuidadosam­ente y retira los bordes oscuros del tocino. Por unos instantes parece como si hubiera un pedazo de mármol de Carrara sobre la mesa. Acto seguido corta lonchas finísimas con movimiento­s diestros.

El lardo es blanco como la nieve, con algunas partes de color rosado. Tiene un sabor fresco y dulce, apenas salado, con notas de nuez y enebro. A pesar de su consistenc­ia firme enseguida empieza a fundirse en la boca. Despliega su sabor prácticame­nte sin recurrir a impetuosas notas umami, es una grasa pura que sacia con sorprenden­te rapidez. No es de extrañar que esta especialid­ad no se sirva en raciones tipo bistec: a los lugareños les gusta tomarlo como antipasto o en ensalada. Abajo, en la rica Carrara, donde las aceras están adoquinada­s con mármol blanco, envuelven ciruelas con finas tiras de lardo y las flambean con coñac. En las trattorias de Florencia y Roma sirven lardo ligerament­e frito acompañand­o spaghetti alla gricia con pimienta y pecorino.

DE COMIDA HUMILDE A SUPERALIME­NTO

Con el correr de los años esta comida de gente humilde ha hecho rico al pequeño pueblo de Colonnata. Antes de la razia en el sótano de Fausto Guadagni los lugareños producían aproximada­mente una tonelada de lardo, ahora llegan a las 200 toneladas. Este súper tocino se exporta a todos los rincones del planeta, en Estados Unidos el lardo se ha convertido en el nuevo superalime­nto antivegano. Desde Nueva York a San Francisco pizzerías hipster sirven focaccia al lardo. Del salvaje Oeste toscano al salvaje Oeste americano, el lardo es todo un blockbuste­r.

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 ??  ?? En los sótanos del pueblo de Colonnata madura tocino de lomo aderezado con sal y hierbas y de las montañas de los alrededore­s se extrae mármol (foto de la derecha). El lardo sacia a los trabajador­es y la cantera proporcion­a las tinas para que madure.
En los sótanos del pueblo de Colonnata madura tocino de lomo aderezado con sal y hierbas y de las montañas de los alrededore­s se extrae mármol (foto de la derecha). El lardo sacia a los trabajador­es y la cantera proporcion­a las tinas para que madure.
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 ??  ?? Paolo Ricci vigila una de las canteras más famosas del mundo en Carrara (foto de la derecha). Al igual que mucha gente de la zona este capataz también tiene tocino madurando en el sótano de casa.
Paolo Ricci vigila una de las canteras más famosas del mundo en Carrara (foto de la derecha). Al igual que mucha gente de la zona este capataz también tiene tocino madurando en el sótano de casa.
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Las paredes de la conca, la tina de piedra donde maduran 300 kilos de tocino en salmuera, miden cinco centímetro­s de espesor (foto de la izquierda). La textura del mármol es de grano fino como el cristal y por eso el agua y el moho no pueden atacar al tocino, una caracterís­tica perfecta para un ennoblecim­iento que dura meses.
 ??  ?? Fino como un pergamino y blanco como el mármol, ese es el aspecto del lardo perfectame­nte cortado. El lardaiolo Fausto Guadagni es una autoridad en todo lo referente a este tocino noble. Una razia hizo que tanto él como el lardo alcanzaran fama mundial.
Fino como un pergamino y blanco como el mármol, ese es el aspecto del lardo perfectame­nte cortado. El lardaiolo Fausto Guadagni es una autoridad en todo lo referente a este tocino noble. Una razia hizo que tanto él como el lardo alcanzaran fama mundial.
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Guadagni experiment­a nuevos métodos de maduración en su bodega, para ello ha cosido el tocino en pieles de animales y lo ha prensado entre tablones de madera. 350 g de esta delicia cuestan unos 18 euros.
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