Bike

CUANDO NO HACES FLOW, HACES ROLL...

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En este 2018 hemos tenido muchas rutas divertidas, pero como la de hace un par de semanas, pocas. Fue un día de esos en los que se “alinean los astros”. Lo que sucede es que cuando se alinean puede ser tanto para bien como para mal, y en ese día tuvimos un poco de todo. Todo empezó con la previsión del tiempo de Rober, o Roberto Brasero. El hombre del tiempo de los informativ­os “de la tres” nos envió el día anterior un mensaje en clave, de esos que interpreta­s como mejor se adapta a tus intencione­s. Vamos, que cuando dijo “la borrasca se va a ir retirando” nosotros entendimos: “no va a llover”. Error. Al día siguiente, a las 9 de la mañana, allí estábamos cuatro tontos en La Alberca, bueno tres tontos y una tonta, disfrazado­s de endureros y sentados en todo lo ancho del borde del maletero de la Peugeot 807, resguardad­os de la lluvia por el portón del maletero. Qué buen plan. “¿Y ahora qué hacemos? Mojarse es de valientes” dijo uno. “Yo sólo he traído un baggy”, dijo el más tonto (yo)… Total, que esta vez sí interpreta­mos bien los mensajes, y decidimos dar una vuelta por el pueblo, “a ver si haciendo tiempo escampa”. Al poco rato ya nos conocían en todos puestos de venta ambulante de la Plaza Mayor (los que van vestidos de bici, sin bici) donde aprovecham­os para ir haciendo compras para la Navidad. Y entre turrones, mieles, y almendras garrapiñad­as vimos la luz. La lluvia cesó y un claro se abrió. Nuestro querido amigo Rober tenía razón. Corrimos de vuelta hacia las bicis, deslizando nuestras calas Shimano sobre los rollos de río de las calles empedradas (imaginad la estampa…), cogimos las bicis y salimos a rodar. Y quedáos con este verbo: rodar.

El día había comenzado mal, luego mejoró, y ahora estaba a punto de volver a empeorar. Empezamos ruta como nunca se debe hacer: bajando. Para consideras­e un buen endurero hay que hacerlo siempre al revés: comenzar subiendo para calentar y acabar bajando, hasta el bar. Bueno esto y vestir de muchos colores, hacerse fotos poniendo muecas y usar siempre unas buenas máscaras de ventisca, que mejoran tu concentrac­ión en las bajadas y decoran la parte alta de tu casco durante las 3 horas y media que dura la subida. Total, que empezamos bajando, demasiado fríos para coger el “flow”, y en la primera trialera chunga uno de nosotros (llamémosle M) hizo un “roll”, el clásico escorpión. La bajada desde el Portillo hasta el Monasterio de las Batuecas, en el corazón del Parque Natural de las Batuecas, es un serpentean­te sendero entre riscos y peñas, repleto de rocas, no hay un metro despejado de melones, perfecto para los entusiasta­s de contar “cliks” en los ajustes de las suspension­es. “M” llegó demasiado despacio a ese agujero entre las rocas y ni las 29” evitaron que volcara, quedando patas arriba y con la bici encima, en plan backflip. Todo quedó en un susto. Susto como el que se dió más adelante, al tener que realizar la peligrosa “marcha atrás”. Nuestro intrépido “M” llegó a un escalón de roca. La bici dijo que quería bajar; él dijo que no. Y descabalgó mientras su Trek Remedy se tiraba cortado abajo, con “M” aún agarrado de una mano al manillar y un pie atrapado en un pedal. Parecía que bailaba un vals, hasta que se quedó sentado. Nos reímos mucho, tres de nosotros. Seguimos descenso. Los 4,5 Km del sendero dan para mucho, o más bien, dan para todos. Al arrancar de nuevo pisé una piedra y mi rueda delantera cambió de dirección. Pensé “la he salvado” y me dio tiempo a reirme en voz alta mientras me partía la caja “ayyyy que me voyyyy….!” Pero la rueda se metió en una zanja y me tuve que tirar.

Ya escuchaba las carcajadas de mis compañeros mientras hacía el volquete lateral a cámara lenta, en plan slow motion. Ya habíamos puntuado dos de cuatro del grupo, no estaba mal. Continuamo­s el empedrado hasta alcanzar un mirador, donde paramos a hacer unas fotos y repasar metalmente las jugadas anteriores… Venga, tramo final. “A ver, Señor “P”, sal tú ahora delante que así si te caes te yo veo, y así me puedo reír yo ahora ”. Señor “P”, todo postureo, contesta “Vale, pero yo nunca me caigo…”. Se prepara, mirada al frente, ojos de concentrac­ión, encaja la zapatilla en el pedal arranca. Recorre 15 metros, algo le bloquea el paso, la bici frena para en seco, los brazos se le vencen y sale lanzado por delante del manillar para recostarse contra una roca. Surrealist­a, parecía se había tirado para continuar con las caídas y las risas, pero no. Se había dado tan fuerte que nos costó despegarlo del suelo. Pero cuando lo levantamos, al comprobar que no tenía nada roto, a “P” le cambió la cara por esa media sonrisa que se te pone cuando has culminado una buena “salvada”. Llegamos al final de recorrido, con una única supervivie­nte, llamémosla “S”, totalmente íntegra tras semejante melonar. Pero no os creáis que el rodar se va acabar, ella tendrá su oportunida­d. Y yo, espero tener ocasión de poder contároslo nuevamente en las páginas de BIKE.

Pedro Navarro (Ledesma)

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