Bike

LA RUTA MILENARIA

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EL CAMINO DE SANTIAGO QUE NO CONOCES MURMULLO DE RÍOS, MINAS DE CARBÓN ABANDONADA­S, PLAYAS DE AGUA DULCE, PUEBLOS RECÓNDITOS, PIEDRA, PIZARRA, AIRE LIMPIO, CABRAS MONTESAS, EREMITORIO­S, CUEVAS, BOSQUES, TERNEROS M M N1 ",S B ', Þ) S,), /,M "Þ .2ÞS, "Þ ,3Þ' , M,N Ś TERIOS MEDIEVALES, ACOGEDORES RECOVECOS RURALES... LA RUTA “BICIGRINA” QUE VOY A DESCRIBIR OFRECE TODO ESO Y MUCHO MÁS.

La llamo “bicigrina” porque es en realidad una ruta ciclista por un camino de peregrinac­ión a Santiago. Pensará el lector tal vez que acerca del Camino de Santiago está ya todo conocido, aunque quizá haya más de uno que se sorprenda con los detalles de la ruta de la que voy a hablar: el más antiguo camino de peregrinac­ión a Santiago desde los Pirineos, tres siglos más longevo que el famoso itinerario llamado Camino Francés. Teniendo en cuenta que son variopinto­s los caminos a Santiago que hoy en día están señalizado­s y dotados de múltiples albergues, se preguntará más de uno que cuál puede ser ese camino. De gran importanci­a histórica y riqueza cultural inmensa, el camino del que hablaré aquí apenas aparece en muchas de las guías. Antes de pasar a describir ese milenario camino desde el punto de vista de quien lo ha abordado a pedales, hagamos una breve alusión histórica para ponernos en escena. Cuando en el año 813 fue anunciada por la cristianda­d la existencia del sepulcro del apóstol Santiago en un rincón de Galicia, había transcurri­do un siglo desde la inva-

sión árabe en la península ibérica. Acuden entonces las primeras remesas de peregrinos a visitar la tumba desde el Reino Asturiano y Reino Leonés (ruta conocida hoy como Camino Primitivo). Poco a poco, la voz del descubrimi­ento se extiende más allá de los Pirineos y hacia el Noroeste hispano comienzan a peregrinar gentes de toda Europa. La zona Norte de la meseta era opción de ruta asequible por ortografía, pero la ocupación árabe entonces en dicha zona (la del Camino Francés populariza­do después) suponía un riesgo para los peregrinos cristianos, así que debían buscar otras alternativ­as. Otra opción se hallaba en caminar por la costa del Mar Cantábrico (ruta conocida como Camino del Norte hoy en día); sin viaductos y puentes como los de hoy, sus numerosos cabos y golfos hacían difícil esa apuesta. La alternativ­a estaba en buscar un trazado arrimándos­e a la Cordillera Cantábrica por su cara meridional, para protegerse en sus valles de posibles ataques musulmanes y buscando a menudo cobijo en monasterio­s. Durante los tres siglos inmediatos al año 813, tanto los peregrinos que llegaban a España desde allende los Pirineos como los que arribaban a algún puerto cantábrico caminaban a Santiago buscando esta ruta.

Un excelente trabajo de investigac­ión, cuya primera edición vio la luz en 2004 ha detallado cientos de aspectos maravillos­os de la historia de este camino. Su autor es el palentino-leonés Julián González Prieto y el título que ha dado a su obra es “Vexu Kamin” (Viejo Camino, según posibles hablas leonesas de hace más de un milenio). Yo he tenido la fortuna de que ese libro llegara a mis manos; quise ir a conocer en bicicleta esas sendas que en los siglos IX, X y XI fueron inevitable ruta de peregrinac­ión a Santiago; ese itinerario que el historiado­r José Fernández Arenas (en obra publicada en 2006) llamó “Viejo Camino de Santiago”; esa vía de peregrinac­ión que algunos han llamado Camino de la Montaña, otros el Escondido y otros Camino Olvidado. Sentir este camino es sentir la historia, aunque la historia (o quienes la han contado a lo largo de los años) parece haberse querido olvidar de los peregrinos que caminaban a Santiago antes de la publicació­n en el siglo XII del Codex Calixtinus, que trasladó el protagonis­mo jacobeo al mencionado Camino Francés.

“RECORREMOS SENDAS QUE EN EL SIGLO IX ERAN INEVITABLE RUTA DE PEREGRINAC­IÓN A SANTIAGO”.

̥AL PEDALEO

Hechos estos apuntes, vamos al pedaleo. Emprendí ruta junto a dos compañeros excepciona­les, mis amigos Raúl Pichardo y Alfonso Berzal (por cierto, las fotos que acompañan este texto son de ellos); cuando uno escoge rutas estupendas y buenos compañeros de viaje, esa combinació­n de ingredient­es es sinónimo de armonía viajera. Un segoviano bonachón, un madrileño carismátic­o y un leonés de media

melena (quien escribe) empaquetam­os las bicis en un bus una mañana de domingo dirección a Bilbao y por la tarde emprendimo­s pedaleo junto al Guggenheim. Desde la ría de Bilbao tomamos rumbo hacia la extensa montaña cantábrica, con el objetivo de llegar el viernes al destino marcado, que era Villafranc­a del Bierzo. El porqué de ese punto de inicio y punto final radica en que desde Irún hasta Bilbao este “Viejo Camino” coincide con el Camino del Norte y desde el Bierzo hasta Santiago se une al Camino Francés. Nosotros recorrimos lo que correspond­e exclusivam­ente al “Viejo Camino”. Mis dos compinches estaban invitados a una boda en Villafranc­a del Bierzo un sábado. Esa fue mi oportunida­d de ponerles un anzuelo para que se tomasen la semana previa de vacaciones y se viniesen conmigo a conocer esta espectacul­ar ruta. La rocamboles­ca gracia de llegar en bici desde Bilbao a una boda en el Bierzo era una tentación que sabía que no iban a poder rechazar. Nos gusta demasiado este maravillos­o lío de ponernos en camino y, si encima el camino tiene ingredient­es con chispa, estaba garantizad­o que el anzuelo fuese efectivo. Como somos de los que casi no entrenamos y además tenemos tendencia -cada cual a su estilo- de detenernos a hablar con todo lugareño que se preste, puedo comprender que (por si acaso se complicaba la cosa) se asegurasen de llevar los horarios del tren en el bolsillo; les daba tranquilid­ad saber que muy en paralelo con nuestra ruta circulaba el Ferrocarri­l de la Robla, la línea de vía estrecha que une Bilbao con León. Desde luego, ¡el rescate ferroviari­o era lo último!

EL CAMINO PRO3EERdz

La llegada de la primavera o verano es buena aliada de esta ruta que, al tocar mucha montaña, en invierno se haría complicada. Nosotros hemos tenido esa aliada. Desde Vizcaya, alcanzamos la raya regional de Castilla y León y buscamos cobijo en el Valle de Mena. Queríamos haber llegado a la burgalesa comarca de las Merindades, pero al final el camino nos indicó que la noche tocaba hacerse en Villasana de Mena. “El camino proveerá”, es desde siempre buen lema de caminante fehaciente. Aunque ninguno de los tres somos religiosos (salvo que el amor por la bicicleta sea considerad­o un dogma), quisimos vivir este viaje cuál bicigrinos, así que al llegar a los pueblos donde dábamos por finalizado el pedaleo del día, buscábamos a algún cura para decirle lo que estábamos haciendo y pedir hospedaje. Dejamos al camino que fuese dictando donde tocaría pasar la noche, sin planificar­lo previament­e. Siendo poco conocido este camino a Santiago, escasean los albergues para peregrinos. En el Valle de Mena nos caía la noche cuando, casualidad­es del destino (prometo que la primera noche fue pura casualidad) nos encontramo­s con el sacerdote del pueblo por la calle. Inicialmen­te nos dijo que no podía ayudarnos, pero unos minutos después reapareció y dijo que no buscáramos posada. El Padre Javier (como así se hace llamar nuestro cordial hospitaler­o improvisad­o) nos abrió una casa que él custodia y nos dijo que le encantaría que un día esa casa se convirties­e en albergue de peregrinos. Le invitamos a cenar a él y a nuestro compañero de habitación esa noche, Stephen, un simpático austriaco que insistía en matizar, orgulloso, que él es vagabundo y no transeúnte. Al día siguiente, el párroco tuvo un detallazo con nosotros. Nos llevó en su coche a conocer iglesias románicas de pueblecito­s de la zona. Fue un lujo. Nos retrasó las previsione­s del día, pero bendito retraso (nunca mejor dicho). Viajar siendo abierto te permite llegar hasta lo profundo de los lugares, una y otra vez se demuestra. Tras la cultural visita, nos fuimos hacia las merindades y a la hora de la comida estábamos en la plaza de Espinosa de los Monteros. Uno de los lugares más pintoresco­s que nos encontramo­s ese día fue el Monumento natural de las cuevas de Ojo Guareña, en una de las cuales se encuentra la Ermita de San Bernabé, que aparece a la vista como un templo incrustado en la roca. El lunes (segunda etapa de pedaleo) fue día de recorrer el Norte de la provincia de Burgos hasta plantarnos a las puertas de Cantabria. Acabamos pasando la noche en un camping del municipio de Arija y despertamo­s con vistas al embalse del Ebro.

“UNA SINFONÍA DE CANTOS DE GALLOS Y EL RUMOR DEL RÍO FUE NUESTRO DESPERTADO­R”.

NO TEN$O NADA DE COMER

Llegado el tercer día de ruta, nos esperaban las montañas del vértice sur de Cantabria. Los primeros tramos fueron un precioso pedaleo por la orilla del embalse. Luego coronamos algunas crestas de montañas y, posteriorm­ente, bajamos altitud para llegar a campos de la provincia de Palencia. Pasamos de ver cortafuego­s de montaña a ver tractores arando en laderas agrícolas. Entre Mataporque­ra (estación intermedia del Ferrocarri­l de La Robla) y Aguilar de Campoo (trascenden­tal cruce de caminos) se encuentra un pueblecito llamado Nestar. Llevábamos largo rato clamando por un bar donde pudieran darnos algo de comer, porque habíamos calculado mal y ya no nos quedaba más que un par de higos en la riñonera. Nuestra esperanza era el teleclub del pueblo. Casi se nos cae el mundo encima cuando la chica brasileña que estaba al cargo nos dijo: “No tengo nada de comer…” Sin embargo, a continuaci­ón añadió algo así como: “...a no ser que queráis una hogaza de pan, queso y chorizo” y entonces lo que casi nos cayeron fueron lágrimas de felicidad. ¡Cuanto se disfrutan esas pequeñas grandes cosas cuando se viaja en bicicleta! Con las pilas recargadas, volvimos a la ruta. Aguardaban estupendos caminos junto al río Pisuerga. A media tarde nos refrescamo­s en sus aguas y afrontamos relajados los últimos kilómetros del día. Los senderos que recorrimos para terminar la etapa se encontraba­n con tramos del Camino Natural del Románico Palentino y la Ruta MTB de las Cuencas Mineras, excelentes entornos para el pedaleo. El lugar a donde el camino nos había llevado a pernoctar era esta vez Cervera de Pisuerga. Fuimos a la iglesia en busca del cura y su primera reacción

fue de desconfian­za. Le invitamos a tomar algo en el bar y le explicamos lo que estábamos haciendo. Nos conoció, entendió y nos dijo que no hay en el pueblo albergue de peregrinos, pero que podíamos compartir un espacio que existe para transeúnte­s. Ahí dormimos con nuestras bicis y con dos compañeros. Ese era nuestro camino. Así venía y así lo vivíamos.

ATESORANDO CREDENCIAL­ES

Tras pasar junto a la Tejeda de Tosande (un antiquísim­o bosque de tejos), el cuarto día llegamos a comer a Guardo, lugar de gran tradición minera. Allí visitamos el Ayuntamien­to para tener un sello del lugar en nuestra credencial. Quienes estén familiariz­ados con el mundo jacobeo sabrán perfectame­nte que la Compostela es un diploma al que tiene derecho quien llega a la catedral de Santiago, tras haber completado a pie o a caballo al menos 100 Km o quien ha recorrido al menos 200 Km en bicicleta. No importa el tiempo que emplees en hacerlos. Nadie te va siguiendo ni te dan un chip para controlart­e; la única prueba que se exige es una credencial que a mi particular­mente me gusta sellar hasta en las panaderías de los pueblos. Nosotros hicimos tres veces los kilómetros requeridos, pero no llegamos a Santiago, así que no recibimos el simbólico diploma; eso sí, guardamos como un tesoro nuestras credencial­es con sus sellos. Desde Guardo nos encaminamo­s hacia cuencas carbonífer­as leonesas y pasamos por la puerta del Museo de la Siderurgia de Castilla y León en Sabero. Cruzamos el río Porma en Boñar y, desde allí, nos encaminamo­s a la ribera de uno de sus apreciados afluentes, el Curueño. El camino acabó decidiendo que la jornada de pedaleo concluyese en una comarca que, además de espléndida­s truchas, posee una raza animal en peligro de extinción, el gallo de Curueño con unas plumas únicas en el mundo, ideales para la pesca. En La Vecilla de Curueño encontramo­s la iglesia cerrada. No hubo ayuda divina esta vez, pero cenamos y dormimos divinament­e en una casa rural de un pueblecito cercano, llamado La Cándana de Curueño.

HOY TOCA MONTA_A

El quinto día amanecimos escuchando una sinfonía de cantos de gallos y el rumor de las aguas del río. Con esa banda sonora de fondo comenzamos a pedalear. Nos aguardaba una larga etapa de montaña por tierras de la provincia leonesa. La pausa para la comida del día la hicimos en Riello, en un bar de comida casera famoso en la zona. Después de superar numerosos repechos, alcanzamos ya la comarca del Bierzo. Ese día encontramo­s por primera vez un albergue de peregrinos para pasar la noche. Fue en un bucólico pueblo llamado Igueña. La puerta del albergue da al río Boeza, así que en el amanecer del viernes, sexto y último día de pedaleo, decidí salir a correr un ratito por su orilla y bañarme en sus aguas frescas antes de subirme a la bicicleta. También dialogué con el alcalde del pueblo, quien me contó que una agrupación de ayuntamien­tos estaba unificando credencial­es y logotipo de una variante contemporá­nea de la ruta con el nominativo de Camino Olvidado. La etapa de cierre de esta aventura nos iba a llevar al punto donde la ruta converge con el Camino Francés. En la localidad de Cacabelos - y desde allí hasta nuestra meta final marcada en

Villafranc­a del Bierzo - nuestro solitario camino se encontró de bruces con una ‘romería peregrina’. De repente, todo parecía girar en torno al camino, mientras que en los cinco días anteriores apenas alguno de los lugareños con los que nos encontramo­s había oído hablar de ese camino que nosotros hacíamos.

OBJETI3O CUMPLIDO

Antes de llegar a Cacabelos, alcanzamos el pantano de Bárcena (cerca ya de Ponferrada) en una jornada en la que pedaleamos por caminos que discurren por colinas y montes de espesas arboledas, deslizando nuestras bicis por senderos divertidos que nos llevaban a encontrarn­os con entrañable­s poblacione­s y bocas de pozos mineros. La forma en que esquivamos la zona urbana de Ponferrada me pareció muy acorde con la fisonomía de este “Viejo Camino”. Las flechas amarillas que señalizaba­n nuestra ruta nos llevaron en torno a la central térmica de carbón Compostill­a II, cuya refrigerac­ión fue el principal motivo de la construcci­ón de éste embalse nutrido por el río Sil. Dejado atrás el embalse de Bárcena y los andurriale­s de Ponferrada, el Bierzo nos mostró su maravillos­a estampa de huertas y viñedos y Villafranc­a nos recibió con un bullicioso repicar de campanas que parecía pregonar “objetivo cumplido y maravillos­a experienci­a vivida”. Mis amigos habían llegado a tiempo a la fiesta de pre-boda que tenía lugar el viernes noche en una palloza de Balboa. Como de llevarlo en las alforjas hubiese acabado un poco arrugado, su traje para vestirse en la boda se lo llevaron unos amigos desde Madrid. Al día siguiente se fueron de boda y a mi me esperaba mi hermano en La Bañeza (el lugar donde nací), para ir juntos al Alpaca Festival, un entrañable festival musical en una pradera de montaña cercana a las Cuevas de Valporquer­o. Me había encariñado con la montaña leonesa y quería brindar aún una vez más en ella. Cada cual tiene su camino y cada camino su destino. Aunque el motivo de este viaje fuese cultural y deportivo, tengo gran respeto por la tradición espiritual de las rutas de peregrinac­ión y creo firmemente que hay que proteger su esencia. Pedaleante, no hay camino. Se hace camino al pedalear...

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