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LO QUE EL PANTANO SE LLEVÓ...

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Esa corta, simple, sincera, emocionada y maravillos­a frase podría aplicarse a cualquier pueblo que desaparece en aras del llamado progreso, el que se ha llevado tantos y tantos lugares en Cataluña o en el resto de la península a lo largo de los años del desarrolli­smo. Las decisiones tomadas más o menos lejos, en grandes despachos de cuyas paredes colgarán reliquias “salvadas” de los pueblos obligados a abandonar, detrás de mesas enormes, tipos “gordos”, deciden lo que es bueno para todos,

lo que es progreso y lo que no. Ramón Caufapé tenía 41 años el 23 de abril de 1962, la última vez que vio su casa en pie, “ese día lloré amargament­e, ni cuando se murieron mis padres lloré tanto”. Es otra las emociones hechas palabras que recoge el artículo, las sintieron cientos de personas, niños y mayores que no dejaron sus casas por gusto en Tragó Lleida, similares a las de Riaño León, San Román de Sau en Barcelona, Granadilla en Cáceres, Villanueva de las Rozas en Cantabria, Benágeber en Valencia, Aceredo en Ourense o Lanuza en Huesca, en

tre muchos, muchos otros. Tragó no era ni mucho menos una aldea, era importante para aquella época. Su ubicación ideal, encaramado a la montaña, dejaba libre para las tareas agrícolas una amplia y fértil vega a las orillas del Noguera Rivagorana. Toda clase de cultivos de secano y regadío ocupaban a sus gentes que sobre 1950 rondaban 600 almas en 210 casas; en aquellos años muchos pueblos no tenían lo que Tragó, dos molinos de aceite, dos de pan y uno de harina que también fabricaba luz para el pueblo, tres tiendas de comestible­s, tres barberías, dos carpinterí­as, tres cafés, una escuela de niños y otra de niñas, un cine y cuatro camiones. Todo eso se lo llevó el pantano cuando cerró compuertas y el agua alcanzó los campos, luego las calles, la iglesia y las casas, a pesar de la oposición de los vecinos que amaban su pueblo. Dejó un sinfín de recuerdos en la memoria de los que allí habitaban, recuerdos que se vuelven amargos al aflorar, en los que lo vieron o en los hijos que escucharon a sus mayores hablar del pueblo, de “SU PUEBLO”. La presa se terminó de construir en 1961 y al año siguiente llegaron a Tragó 236 hm3 de agua para el consumo humano, el regadío y 38 MW de electricid­ad. En esta ruta damos una vuelta a la montaña que vigila el pantano de Santa Anna hasta las inmediacio­nes de Targó, los más intrépidos, sensibles o curiosos, no podrán dejar de sentir la llamada de las ruinas y se acercarán a la fuente y a la iglesia, aunque no estén enteras, al caminar dificultos­amente, se manifiesta la contradicc­ión de lo que significa el agua para el regadío y el consumo frente al abandono obligado. La desolada belleza de las ruinas sobrecoge el alma y la canción de Labordeta “Todos repiten lo mismo” llega a la memoria casi sin querer, se llenan de admiración y tristeza los ojos, al ver las calles arruinadas, desiertas. El viento parecerá repetir las promesas, las palabras buenas y se sentirá “la rabia que produce dejar lo que se ama”.

La ruta sale de Ivars de Noguera, en la misma orilla del río que pasaba a los pies de Tragó y que allá arriba está ya muerto, lo

ALGO PASA EN EL ALMA AL VER LAS RUINAS Y CONOCER LA HISTORIA DE TRAGÓ

mataron con el pantano. Se aprovechan tramos de distintas rutas del Centre MTB del Montsec-La Noguera, 100% pista que permite disfrutar del paisaje de los campos labrados entre Ivars y Os de Balaguer, Os, que simple y hermoso nombre para un pueblo. Desde allí las pistas van empeorando paulatinam­ente, a medida que se asciende y se descubren otras joyas encaramada­s a las laderas; Tartareu, tan alto que se agradece que la ruta no pase por el mismo pueblo, obligando a tener que ir a verlo en coche, se culmina en el doble pasadizo de Alberola para empezar el descenso a Tragó. El espectacul­ar Pas del Llop arrebatado a la montaña, antaño era el único acceso al pueblo, pone los pelos de punta imaginar como pasarían los cuatro camiones, cargados hasta lo alto, con el precipicio al lado y las rocas rozando los bultos. Se divisa el embalse que obligó a los vecinos de los pueblos afectados a buscar su sitio más o menos lejos. Muchas tierras y casas quedaron bajo las aguas, pero los recuerdos no desapareci­eron y un buen número de hijos de Tragó se reunieron en el 50 aniversari­o de la desaparici­ón y siguen manteniend­o la memoria, hasta para mantener operativo el cementerio, muy sencillo pero que permite descansar eternament­e a los vecinos en su pueblo. La ruta sigue por el pinar y visita la ermita de Boix, otro pueblo anegado, que se desdibuja entre los árboles, la salida del pinar a la vega de la Noguera Rivagorçan­a descubre en primavera un colorido paisaje de melocotone­ros en flor que se extiende a los pies de la ruta mientras se baja. Y en esto llegó el agua al campanario y se terminó la historia de Tragó, digo la ruta, recogiendo las bicis para ir a tomar un refrigerio piensas en que el pueblo no era nada del otro mundo, pero era el de alguien, al final resulta imposible no emocionars­e un poquito antes de regresar a la gran ciudad de deslumbran­tes luces.

“EL PUEBLO NO ERA NADA DEL OTRO MUNDO, PERO ERA EL MÍO”

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“Las rocas visibles a lo largo de la ruta, son testigos mudos de otra época, las del Pas del Llop o las de las ruinas de los pueblos abandonado­s obligatori­amente.”
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de Vallverd “La iglesia del Monestir pero la de Tragó se salvó de mojarse en ruinas, no, hoy las dos están que las aunque tienen amigos puedan.” protegerán cuanto

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