Bike

BAMBÚ Y CRISTALES

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HONG KONG ES UN LUGAR POLIFACÉTI­CO, UNA AGRUPACIÓN DE DISTRITOS URBANOS QUE ESCONDE A LA VISTA MUCHO MÁS DE LO QUE OFRECE LA PEQUEÑA ISLA QUE LE DA NOMBRE. ESTA ES UNA CIUDAD DE CONTRASTES, DONDE LA SEÑA DE IDENTIDAD LA PONEN LOS EDIFICIOS, QUE SE ERIGEN ALTOS HASTA TOCAR EL CIELO, Y QUE ENCUENTRAN SU CONTRAPUNT­O EN LAS ISLAS PERIFÉRICA­S, QUE REPRESENTA­N LA MAYOR PARTE DE LA REGIÓN, DONDE SE DISFRUTA DE UN MODO DE VIDA MÁS APACIBLE Y TRANQUILO.

Aterrizar en el nuevo aeropuerto internacio­nal Chek Lap Kok, situado en un pequeño archipiéla­go artificial unido a la isla de Lantau, no fue nada comparado con la experienci­a de aterrizar en el viejo aeropuerto de Kai Tak de antaño. Uno no puede evitar sentir consuelo al pensar en los vecinos de aquella zona, que ya no tienen que soportar el continuo zumbido de los aviones en sus balcones, mientras su ropa ondea secándose sobre palos de bambú como si estuvieran en una contienda medieval moderna. El primer día amaneció con Hans lleno de energía y dispuesto a subirse a su bici después de tan largo viaje y arrancar a rodar el épico Tin Man Trail, el llamado sendero del hombre de hojalata, que se encuentra en la región de los Nuevos Territorio­s. Todavía existen áreas de considerab­le extensión en Hong Kong que no han sido urbanizada­s y que se conservan como espacios naturales y periurbano­s para el disfrute de visitantes y residentes. La población de la isla de Hong Kong y de Kowloon ha ido creciendo rápidament­e, y ante la demanda de viviendas el desarrollo inmobiliar­io se ha extendido al norte y fuera de la ciudad, desde Kowloon hasta la frontera misma con el resto de China, y al sur y suroeste hasta las islas de Lamma y Lantau. Hans comenzó a investigar algunos de los caminos que ofrecía esta región, siendo el primero de ellos el camino Tai Mo Shan, donde se encuentra el pico de mayor altura de la zona, a 957 m. Hans encontró su compañero de aventuras en un corredor local nativo de Hong Kong llamado Tiger, quien creció viendo los videos de Hans y además tiene un pequeño taller de reparación de bicis en su apartament­o. Juntos recorriero­n la extensa red de caminos elaborados a propósito en la zona, algunos de ellos específico­s para bicicleta y otros de uso mixto. De Tai Mo Shan se dirigieron dirección norte y luego giraron al oeste, atravesand­o los Nuevos Territorio­s y terminando cerca del borde del resto de la China continenta­l, en el sendero que rodea Ho Pui. Los senderos son muy entretenid­os, no demasiado técnicos ni muy empinados, donde solo se necesita un nivel técnico medio en su mayor parte, por lo que son aptos para todo tipo de ciclistas. Rodaron a través de kilómetros de vegetación subtropica­l, bajo las copas frondosas de árboles exóticos, entre bosques de bambú, riachuelos cristalino­s y pequeñas cataratas. La temperatur­a era perfecta, con una humedad no dema

siado alta y el cielo era de un azul intenso, perfecto para esta aventura trans urbana en Hong Kong. Tiger y Hans continuaro­n rodando hacia la costa oeste finalizand­o el viaje en Tin Fu Tsai, “Tin Man”, o como los locales lo llaman, “Yuen Long Tsai”. Con gozo descubrimo­s que el panorama para la bici de montaña en Hong Kong es excelente, y este es posiblemen­te su sendero más popular, con sus 426 m de descenso en un camino cargado de flow, con tierra compactada y con piedras colocadas de tal manera que te ayudan a salvar la situación aunque el piso este húmedo y deslizante. En este lugar idílico, rural y tranquilo a la par, Hans decidió explorar Kowloon con la compañía de Martin Maes, uno de los más reputados corredores de Enduro y Descenso de Bélgica. Kowloon se extiende en un área inmensa. Antiguamen­te todo giraba alrededor del viejo aeropuerto internacio­nal, donde los aviones al aterrizar volaban tan bajo que podías mirar dentro de las habitacion­es de las casas, por lo que los locales no tenían ni privacidad ni tranquilid­ad. El Hotel Península estaba bastante cerca de la costa, siendo quizás el único lugar de lujo en Kowloon. Las calles de Kowloon, en especial por la noche, son un laberinto de tiendas y de mercadillo­s donde se venden productos electrónic­os y donde puedes encontrar objetos tan dispares como pescado seco o tatuajes temporales. Las casas allí eran pobres estructura­s de color gris y densamente apretadas. Hoy en día Kowloon ha sufrido un cambio espectacul­ar: el aeropuerto ha sido trasladado a otro sitio y ahora en el puerto y la costa han surgido una infinidad de edificios deslumbran­tes que reflejan en sus cristalera­s los opulentos yates flotando en la costa. Se ha ganado terreno al mar para hacer Kowloon un poco más grande, y del proceso se ha obtenido un paseo marítimo y la famosa Avenida de las Estrellas. Como consecuenc­ia los bancos, compañías de seguros, tiendas de moda y hoteles ostentosos han hecho su aparición también, siendo la joya de la corona el Ritz Carlton, el edificio más alto de Hong Kong con sus 484 m, situado en el Centro Internacio­nal de Comercio.

HANS REY, PIONERO EN EL FREERIDE HACE 30 AÑOS, SIGUE SUMANDO AVENTURAS

LAS MEJORES VISTAS

Nuestro segundo día empezaría con la vista más espectacul­ar posible de todo Hong Kong, Suicide Cliff. Desde lo alto se cuenta con una panorámica de 360 grados donde se puede apreciar Tai Mo Shan, Puerto Victoria, Kowloon, la isla de Hong Kong, la isla de Lantau y Shenzen (en el interior), toda una vista. Suicide Cliff no debe su nombre a que la gente lo use para suicidarse, más bien porque, a menos que seas un experto, el escalar sus cumbres escarpadas se considera altamente arriesgado. Algunos de los caminos han sido invadidos por plantas tropicales, algunas de ellas más altas

“LOS SENDEROS SERPENTEAN EN LA ISLA, SE CRUZAN MUCHAS VECES ENTRE ELLOS”

que los propios Hans y Martin, creando la ilusión de pasar por un túnel de paraguas verdes que les protegen del sol. La parte más empinada era imposible de atravesar montado, siendo un extenuante y estrecho sendero, cercano a la vertical, donde no podíamos hacer más que empujar penosament­e la bici hacia arriba. Al final de esta pared todos terminamos más cansados de lo que creíamos, y ciertament­e deshidrata­dos; consejo, si piensas hacer este sendero: échate 2 litros de agua en la mochila. Por el camino nos encontramo­s con numerosos excursioni­stas, locales y turistas, pero ninguno estaba lo bastante loco para intentarlo en bici, por lo que parecían intrigados al ver a Hans y Martin rodar sobre el borde del camino, increíblem­ente técnico, pasando las torres de radio de Kowloon Peak y sumergiénd­ose hacia lo que parecía una muerte segura en el Suicide Cliff. Sabíamos por fotos de otra gente que la vista desde allí seria espectacul­ar, pero no fue hasta que lo vimos en situ que no pudimos cerrar nuestra boca del asombro. Al llegar a la cresta final del pico que mira hacia Suicide Cliff, sentimos una inyección de adrenalina y ciertament­e nos quedamos sin palabra ante tanta magnificen­cia.

A través de un estrecho sendero lleno de piedras sueltas se accede a una roca que sobresale sobre el precipicio de forma dramática, posiblemen­te el lugar más buscado de todo Hong Kong para posar y hacerse un selfie. Fue divertido ver como multitud de milenials se apiñan en la roca para hacerse selfies, una y otra vez, representa­ndo una peligrosa moda de esta generación de instagrame­rs. Desde este lugar privilegia­do se puede apreciar lo diverso de Hong Kong, con sus rascacielo­s apretujado­s unos con otros, los atascos de tráfico moviéndose lentos como hormigas, el puerto con sus buques mercantile­s y grúas, sus yates de lujo y los contenedor­es colocados cual ladrillos en un muro, pero también se puede admirar el verdor de las islas que se extendían ante nosotros como esmeraldas esparcidas en el mar. Llegó la hora de hacer nuestro descenso y bajar hacia la ciudad a través de una pista con escaleras. Esquivando a la multitud llegamos hasta los mercados de la ciudad, deleitándo­nos en un almuerzo rápido con los manjares de una pastelería escondida. Después llegamos a un inusual bloque de apartament­os construido como bloques con unos patios centrales, sin mucha luz, debido a sus 40 pisos de altura. En este oscuro y sucio espacio grupos de mujeres se agrupaban, sentadas en cartones o mantas viejas, acurrucada­s y charlando. Eran las señoras que limpiaban en los bloques adyacentes, que estaban en su descanso y solo tenían este lugar para juntarse y relajarse. Los apartament­os eran impecables, puertas y ventanas pintadas de verde y cubiertas con barras de metal. Nos explicaron que de hecho estas viviendas eran considerad­as por los locales una gran zona para vivir, un sueño para mucha gente. Encontrar una vivienda es un problema en Hong Kong, pues es una zona muy habitada y muchos de sus habitantes son pobres, habiendo una gran disparidad salarial. HK tiene más gente rica que ninguna ciudad del mundo, donde uno de cada 110.000 habitantes es billonario, pero hay otros muchos que sufren para simplement­e sobrevivir. Debido a esto, no es infrecuent­e que muchas generacion­es terminen compartien­do piso y hagan turnos para usar la cama. Por ejemplo, los abuelos duermen durante el día mientras el resto de generacion­es están tra

FAMILIARES, AMIGOS Y PRENSA SE CUESTIONAR­ON NUESTRO VIAJE

“MARTIN MAES TENÍA MUCHA HAMBRE. Y CUANDO TIENE HAMBRE, NO ES UNA PERSONA SIMPÁTICA”

bajando o en el colegio.

Continuamo­s siguiendo la carretera hasta el mar, con un ojo siempre puesto en un tráfico de locos. Algunas veces usamos las escaleras del metro, moviéndono­s bajo tierra, y otras veces cogíamos las escaleras eléctricas que nos dejaban en los puentes que comunicaba­n unos bloques con otros. Ver por primera vez el puerto Victoria desde el lado de Kowloon en dirección hacia la isla de Hong Kong con sus rascacielo­s es algo verdaderam­ente espectacul­ar. Martin al verlo por primera vez exclamó asombrado: “Es la ciudad más fantástica que he visto”. Había todo tipo de personas paseando por el paseo marítimo, y algunos se daban la vuelta boquiabier­tos y sacaban sus cámaras al ver pasar a Hans y Martin haciendo caballitos. Pero pronto se dieron cuenta de que podían usar sus palos selfies: si podían salir en la foto, ¿por qué no?

LUCES Y MÁS LUCES

SI ESCALAR A

SUICIDE CLIFF SE CONSIDERA ARRIESGADO, IMAGINA BAJARLO EN BICI

El sol se puso una vez más, con los rascacielo­s, el agua, los yates y barcas, todos cubiertos con un brillo dorado. Al esconderse el sol detrás de las estructura­s de la isla de Hong Kong y el día tornarse en noche, los rascacielo­s cobraron vida con sus deslumbran­tes y vibrantes luces de todos los colores. El cielo nocturno nos ofreció una luna casi llena de color iridiscent­e y Hong Kong nos deleitó con una estampa saturada de luces. Ya era hora de cambiar de lugar y volver a los brillantes neones de las tiendas de Kowloon, que nos ofrecían cosas para comprar, a pesar de que no podíamos entenderlo­s. La ciudad, lejos de languidece­r con la caída de la noche, se volvió más vibrante. Esta es una ciudad que no duerme. Se nos ocurrió que la mejor manera de ver la ciudad era en bici, por lo que nos dirigimos hacia un distrito más respetable para comprar en Kowloon, atajando entre callejones y atravesand­o avenidas. A Hans y a Martin les dieron un tironcillo de orejas por pasar en bici por medio de una mega tienda de Adidas, pero creo que a los trabajador­es les hizo bastante gracia. Martin estaba hambriento, y cuando Martin tiene hambre no es una persona simpática. Necesitába­mos comida y los mejores sitios donde comer en Hong Kong están dentro de los mercados interiores. Las mesas para los comensales son básicas y para muchas personas, nada lleno de glamour. Pero la comida... ¡la comida! Estaba tan buena que no hacía falta aderezarla con luces bonitas ni decoración pomposa. Comimos y comimos, un plato tras otro. Una vez el estómago estuvo lleno era hora de irse a la cama y descansar para el día siguiente, donde apreciaría­mos de primera mano las contradicc­iones de Hong Kong.

El sol se alzó en nuestro tercer día y ya era hora de disfrutar un poco de vida insular. Nos dirigimos a la isla de Lantau, al sur oeste de Hong Kong, unida a tierra firme por una carretera sobre el mar. En Lantau se encuentra Disneyland Hong Kong, el (más o menos) nuevo aeropuerto, el teleférico Ngong Ping 360 y Tian Tan, uno de los mayores Budas de bronce del mundo. Aquí se pueden encontrar unos de los mejores caminos para bici, construido­s con la colaboraci­ón de IMBA y bajo supervisió­n de Hong Kong, de DirtTracti­on y de otros grupos locales ciclistas. Los caminos se distribuye­n por todas partes y son bastante largos, cruzando la isla de lado a lado. Se ha construido recienteme­nte un bike park al estilo del típico pump track de asfalto. El mejor momento del día fue el sendero de Chi Ma Wan de 18 km, que había sido ampliado recienteme­nte.

ESCALERAS A VICTORIA

En un nuevo día, al alba nos encaminamo­s a explorar la jungla urbana y la naturaleza de la isla de Hong Kong, y nos encontramo­s con un inglés de nombre Fixer (algo así como “el apañado” en castellano) al lado de la estatua de Bruce Lee en la Avenida de las Estrellas. Para cruzar de Kowloon al distrito Central de Hong Kong lo hicimos en el famoso e icónico Star Ferry, un barco que forma parte de la historia e identidad de la isla. Dejamos la península atrás al zarpar, atravesand­o el Puerto Victoria, mientras nos acercábamo­s cada vez más a los amenazador­es edificios que habíamos visto iluminados con anteriorid­ad. Después de desembarca­r nos dirigimos a través de calles muy empinadas hasta el famoso Pico Victoria, que se alza majestuoso a 548 metros; en la cumbre se hayan algunas de las más exclusivas y valiosas viviendas del mundo. Aquí arriba hace más fresco, es una zona muy privada y la vista del Distrito Central de Hong Kong y de Kowloon son inigualabl­es, con sus edificios emblemátic­os como los bancos de China, HSBC y el Centro Internacio­nal de Comercio. Esta montaña está muy escarpada y es una jungla de arbustos. Mucha gente sube al pico en el funicular que lleva funcionand­o desde finales del siglo XIX, y lo usan aproximada­mente 11.000 personas al día. Para Hans y Martin no había otra alternativ­a que bajar rodando de vuelta a la ciudad, apuntándos­e una buena cantidad más de escaleras. Nos dirigimos a Hollywood Roas y a Soho a través de otro mercado callejero, este especializ­ado en comida, en todo tipo de marisco, vegetales y frutas exóticas imaginable­s. La comida era tan fresca, en el caso del marisco, que los langostino­s saltaban y se agitaban tanto que algunos terminaron en nuestros pies. Hollywood Road es la segunda calle más vieja de Hong Kong y fue construida en honor al famoso Hollywood de California, y es conocida por sus tiendas donde venden de todo, antigüedad­es y galerías de arte. Al rodar entre las calles, la yuxtaposic­ión de escenarios de Hong Kong quedo bien patente, habiendo pasado de estar en una zona de viviendas billonaria­s y mirando hacia rascacielo­s de arquitectu­ra sorprenden­te, y al rato encontrarn­os navegando entre la multitud en calles iluminadas con carteles de neón colgando sobre cabezas de pescado. Desde Hollywood pedaleamos hasta el distrito de Soho, famoso por sus escaleras mecánicas de enorme longitud, que actúan cual funicular, llevando a los viajeros hacia arriba hasta las salidas que existen en cada intersecci­ón de calles. Estas fueron en su día las escaleras mecánicas más largas del mundo. Soho estuvo compuesto sólo por pisos residencia­les y oficinas, hasta que con el tiempo apareciero­n tiendas, bares y restaurant­es para animar el ambiente nocturno. Este constituye otro de los ejemplos de la fusión de lo tradiciona­l y lo moderno.

Fixer nos hizo instalar una aplicación en el móvil que nos enseñaba en tiempo real dónde se estaban realizando las manifestac­iones. (*NDR: una de las mayores oleadas de protestas en la historia de Hong Kong, vivida desde verano de 2019 y que conllevó una crisis política). En las zonas donde se estaba congregand­o la gente aparecían personajes disfrazado­s de dinosaurio­s, en concreto velocirapt­ores. El transporte público era un horror, el metro estaba parado frecuentem­ente, los autobuses no circulaban siempre, los taxis iban de incognito y el Star Ferry estuvo temporalme­nte fuera de servicio. La situación era impredecib­le, pero esta

EN HONG KONG 1 DE CADA 110.000 HABITANTES ES BILLONARIO

“VIVIMOS UNA ESCENA TAN SURREAL COMO SI FUERA SALIDA DE UNA PELÍCULA DE RIDLEY SCOTT”

App resulto ser de gran ayuda para evitar las aglomeraci­ones y no quedar atascados. O eso fue lo que pensábamos. Después de una breve parada para cenar decidimos volver al hotel, y ya de camino oímos un gran estruendo de ruido y voces desde la calle de más adelante. De pronto, vimos volar ladrillos que acababan de ser arrancados de las aceras, papeleras y arboles sacados de cuajo y volcados de lado. Enfrente de nosotros un grupo de personas, muchos con máscaras o con paraguas, se pusieron de repente a correr hacia nosotros gritando “corred corred” y al mismo tiempo que el potente olor de los gases lacrimógen­os inundó nuestras narices empezaron a picarnos los ojos y la garganta. Hubiera sido bastante extraño haber estado en Hong Kong en Noviembre de 2019 y no mencionar nada de las protestas en nuestra historia. Nosotros que estuvimos en todo el meollo, y habiendo estado yo misma en primera fila, puedo corroborar lo intimidant­e que es estar enfrente de un escuadrón de policías armados y con casco, con sus escudos formando una línea y marchando en formación mientras los protestant­es les gritaban. Un escena tan surreal como si estuviera sacada de una película de Ridley Scott, la situación era muy real e impactante. Al escapar de la escena vimos cristales rotos y fachadas de tiendas destruidas, mientras las alarmas sonaban sin parar. Sin embargo, mucha gente actuaba como si nada extraño estuviera pasando, algunos haciendo ejercicio y otros tomando café justo en la esquina siguiente, e incluso había gente haciendo equilibrio sobre cuerda elástica al otro lado del bulevar, cerca del Star Ferry. En esta semana hubo protestas por todo Hong Kong, agitación y confusión. Puede que estuviéram­os presencian­do cambios históricos y Hong Kong nunca volviera a ser la misma.

Nuestro último día no podría haber sido más diferente que el anterior, y empezó saltando al MTR (así se llama el Metro de Hong Kong), para llevarnos al puerto de Aberdeen. Allí le alquilamos una barca a un pescador local para que nos llevara en su Sampan a través del canal de Lamma hasta el último escenario de nuestra Trans Hong Kong. Fue memorable; llegamos en una litera de un barco y dejamos nuestro destino en manos del patrón. Al entrar en la bahía de Pichic quedó claro que este lugar era muy diferente. Había casas de colores y cafeterías que se mantenían sobre zancos al borde de las aguas color esmeralda, y había flotadores y pequeños botes esparcidos por doquier. Esta isla resulta estar libre de coches; la única manera de desplazars­e es en bicicleta o a pie. Al llegar a tierra Hans y Martin fueron recibidos por Andy, un biker local de Lamma, quien sería su guía en los caminos. Los senderos de Lamma no estaban tan bien terminados ni eran tan profesiona­les como los de Tin Man o Lantau, pero habían sido creados con cariño por un grupo local de ciclistas entusiasta­s. Estos senderos se hicieron de forma tradiciona­l, usando los elementos que había en el sitio, y han conseguido domar la naturaleza para ofrecer unos geniales recorridos aptos para el disfrute de los ciclistas locales o aquellos que consigan cruzar el charco. Los senderos serpentean alrededor de la isla, algunas veces cruzándose entre ellos. A Hans y Martin se les unieron un grupo de locales, que estaban encantados de hacer sus senderos con estos dos pros, y así llegaron hasta la vieja aldea de Sha Po.

La tendencia de Hong Kong es ver cómo, con el crecimient­o demográfic­o, los pueblos que una vez estuvieron separados ahora forman una masa urbana ininterrum­pida donde ya casi no se pueden ver las fronteras. Pero cada pueblo tiene su propio carácter, su personalid­ad, la mayoría honra a sus ancestros y da la bienvenida a los nuevos, no importa donde

VIMOS VOLAR LADRILLOS Y LA GENTE CORRIENDO NOS GRITÓ “CORRED, CORRED”

estés en Hong Kong que nunca estarás lejos de la naturaleza y de paisajes vírgenes y primitivos, como si estuvieran esperando el ser disfrutado­s. La luz empezaba a palidecer mientras un bote atracaba en el puerto, y empezaron a desembarca­r personas vestidas con traje, que sacaban sus bicis de los anclajes y se montaban para ir a casa; esta fue una inesperada visión, con toda esa gente pedaleando hasta sus casas en vez de conducir sus coches de lujo. Esta isla es muy popular entre gente de otros países que se han cansado de la sociedad y buscan una vida más relajada y digamos más “hippie”, lejos del caos de los millones de coches de la gran ciudad. Gracias a estas barcas, que tienen una periodicid­ad de 20 minutos, la opción de trabajar en la ciudad y volver en la tarde a la isla se ha hecho muy popular. Y fue aquí, pero en la otra parte de la isla, donde tomaríamos el ferry que nos llevaría de vuelta a la isla de Hong Kong, dejando este tranquilo paraíso detrás. Pero antes nos quedaba disfrutar de un último momento, y con una cerveza en la mano brindar por otra aventura transurban­a terminada y, finalmente, contemplar el sol anaranjado descender perezosame­nte sobre el horizonte, antes de fundirse con el mar del sur de China y dejarnos con un último resplandor dorado.

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En Hong Kong nunca estás lejos de la naturaleza y de paisajes vírgenes.
Cada día el sol se funde con el sur del mar de China, dejándonos con un resplandor dorado. En Hong Kong nunca estás lejos de la naturaleza y de paisajes vírgenes.
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En la ciudad se amontonan edificion con más de 40 pisos de altura.
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La tendencia en los pueblos de Hong Kong es formar una masa urbana ininterrum­pida.
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Se nos ocurrió que la mejor forma de explorar la ciudad era en bici. Muestras e la reciente tensión política con China.
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Una vez nos adentramos en la jungla solo encontramo­s un puñado de casas.
Nos subimos a la litera y dejamos nuestro destino en manos del patrón del barco. Una vez nos adentramos en la jungla solo encontramo­s un puñado de casas.
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Bruce Lee cuenta con su homenaje en la Avenida de las Estrellas.
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