El Economista - Buen Gobierno y RSC
Ante una necesaria reforma fiscal (1): educación y eficiencia
Estoy convencido de que la inversión más importante que nuestro país necesita es la educativa. Una educación concebida por y para el desarrollo de la persona, de su potencial, de sus capacidades, de sus competencias y de su necesidad de compromiso. Una reforma que despierte la capacidad de crítica; la importancia de innovar; la creatividad. Que transmita la importancia del diálogo, que enseñe a enfrentarse con el día a día. Que interiorice la importancia del rigor, del respeto. En definitiva, una formación esencialmente humanista.
Circulando este verano por un país centroeuropeo, me sorprendió la frase que figuraba en todas sus carreteras: “respeto=seguridad”. Pero más me llamó la atención el respeto que sus ciudadanos tenían para con sus semejantes. Me recriminaron educadamente, por ejemplo, que dejara el coche con el motor encendido, aunque la razón fuera hacer muy rápido una foto sin molestar a nadie. Se respiraba respeto por las personas; por la “convivencia en común”. Eso, que parece tan idílico, tiene un nombre: educación.
Educación en las aulas, en la familia, en la convivencia. Y si, lo sé, es una inversión a largo plazo. ¿Y qué hacemos?, ¿renunciamos a ella? Pues no. Hay que impulsarla junto a pequeños y permanentes cambios que contribuyan a su éxito; cambios, eso sí, coherentes con los valores y principios que conformen el sistema educativo.
¿Y qué relación tiene esto con la fiscalidad? Pues mucha, ya que una sociedad culta es respetuosa con la obligación cívica de pagar impuestos. Es sinónimo de menor fraude fiscal, de menor corrupción y de mayor responsabilidad. De mayor compromiso. Fijémonos, si no, en los países nórdicos.
La fiscalidad no es solo recaudar ingresos para cubrir los gastos, sino que esta responda a los principios y valores en los que se cimienta la sociedad. Ha de ser el reflejo de un proyecto concreto y no un complejo de figuras tributarias ininteligibles destinadas sin más a recaudar. Un proyecto que entienda que ser ciudadano no es ser uno más. Es compromiso; es una actitud activa, crítica y participativa. Es, en definitiva, entender que el objetivo es la dignidad y desarrollo de la persona; su compromiso; su responsabilidad; su libertad. Desde esta perspectiva, la fiscalidad ha de contribuir a ese objetivo; a ese compromiso-obligación.