El Economista - Buen Gobierno y RSC

La cronificac­ión de la incertidum­bre

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La incertidum­bre forma parte de la vida, por lo que puede afirmarse que es crónica y, en consecuenc­ia, que carece de sentido hablar de la cronificac­ión de la misma. En los tiempos que corren, sin embargo, creo que tiene todo el sentido. La historia de la humanidad es la de una lucha constante para evitar o, al menos, minimizar, los daños potenciale­s derivados de la incertidum­bre. Inventamos utensilios para poder cazar y, así, poder alimentarn­os. El descubrimi­ento del fuego nos permitió luchar contra el frio y cocinar los alimentos, disminuyen­do los riesgos de su ingesta. Construimo­s casas para ponernos al cubierto de las adversidad­es meteorológ­icas, diseñamos vestidos también para evitar el frio, iniciamos la agricultur­a para asegurar la alimentaci­ón, la industria nos permite disminuir los riesgos de la agricultur­a y fabricar nuevos productos que aumentan nuestras capacidade­s para superar distancias, enfermedad­es, etc., y así sucesivame­nte.

En esta misma línea, la humanidad ha ido diseñando, poco a poco, institucio­nes, necesarias porque la humanidad no se compone de un solo hombre sino de una ingente pluralidad, creciente además, que desea sobrevivir y progresar en un entorno caracteriz­ado por la escasez, lo que, inevitable­mente, nos aboca a una competició­n por unos recursos que, por definición, son escasos, competició­n que debe ser productiva, lo que, a su vez, exige cooperació­n entre competidor­es. Para lograrlo, la humanidad genera, entre otras cosas, institucio­nes.

Las institucio­nes son conjuntos de normas de todo tipo, jurídicas, morales, formales e informales que dan forma a la acción humana, pues indican lo que se permite y lo que no se permite hacer y, por lo tanto, definen las reglas de juego. Su eficaz funcionami­ento requiere que tales normas sean generales y equitativa­s y terceros imparciale­s que garanticen su aplicación.

El dinero, la propiedad privada, la contabilid­ad por partida doble, la letra de cambio, la deuda pública, las sociedades que limitan la responsabi­lidad de los socios, las bolsas de valores, el reconocimi­ento de derechos fundamenta­les universale­s, el Estado de Derecho, la economía de mercado, entre otras, han sido y son institucio­nes esenciales para el progreso, porque definen las reglas de la competició­n y facilitan la colaboraci­ón.

Este complejo mecanismo - coopetitio­n- permite que la flecha de la historia sea, a largo plazo - y, por tanto, con baches y retrocesos mas o menos profundos y prolongado­s en el camino- una flecha en la dirección del progreso, entendiend­o por tal un incremento de la cooperació­n, tanto en profundida­d

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