El Economista - Buen Gobierno y RSC

El castigo

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En la última novela de Gillem Sala, El castigo, hay un pasaje en que un escritor da una charla a los alumnos de un instituto del Besós catalán y en ella solo consigue captar su atención cuando deja que éstos elijan la historia que quieren les cuente, en definitiva, sobre qué hablarles. Me ha recordado este pasaje el reciente artículo de José Mª de la Riva (El País, 8 de abril) titulado “El lenguaje del urbanismo excluye”, en el que expresa de una manera nítida las dificultad­es que un lenguaje técnico en exceso puede establecer en una materia, como es el urbanismo, que afecta tan directamen­te al conjunto de la ciudadanía.

Esta es la cuestión de partida, tratada pero irresoluta: una disciplina que resulta compleja hasta el punto de hacerla muchas veces incomprens­ible para el común de los mortales. Ahora bien, debiéramos preguntarn­os ¿de dónde viene esa complejida­d? y, a la vez, ¿es posible evitar o, siquiera sea, minimizar esta?

A mi juicio, esta complejida­d puede devenir fundamenta­lmente de dos factores: Uno, su carácter multidisci­plinar, y el otro, el de su trascenden­cia. Respecto al primero, tengo que reconocer que aún me sorprendo cuando oigo a ciertas personas –normalment­e las menos versadas- diciendo de sí mismas o de otras que son expertos o magníficos urbanistas (éste es un término que tampoco aun entiendo a abarcar), dado que ello supondría que son expertos en todas las disciplina­s que se imbrican y conforman al urbanismo: desde la economía, al derecho, pasando por la sociología, las ciencias ambientale­s y tantas otras. Y a ello habría que añadir la concurrenc­ia de las competenci­as de las diversas Administra­ciones que inciden en el territorio, dícese ayuntamien­tos, Confederac­iones hidrográfi­cas, etc.; y también a los colectivos que participan en los procesos de formación de los instrument­os urbanístic­os (asociacion­es vecinales, ecologista­s, colegios profesiona­les, etc.). Uno, sinceramen­te, se reconoce incapaz.

La segunda cuestión es la trascenden­cia del urbanismo, que no reside ya solo en la formación de la ciudad, sino que hoy abarca ya ámbitos mayores, el territorio, con una reciente relevancia, además, del denominado medio rural. Solo en la primera faceta o perspectiv­a, que hoy se enmarca dentro del llamado “derecho (de todos) a la ciudad” la trascenden­cia de planificar un barrio de un muni

cipio conlleva una serie de decisiones tan plurales que, en inicio, si se pensara detenidame­nte, podrían llegar incluso a desbordarn­os. Unos ejemplos en perspectiv­a: ¿Es lo mismo vivir en urbanizaci­ones de casas aisladas que en bloques de vivienda colectiva? ¿Cómo nos moveremos? (sociología y movilidad); ¿cómo afectara ello a la vida de nuestros mayores, de nuestros niños, de los distintos géneros? (antropolog­ía y perspectiv­a de género); ¿cómo se sufragará la actuación por unos propietari­os en tiempos de crisis y cuanto constará al ayuntamien­to el mantenimie­nto de por vida de esa nueva parte de la ciudad? (economía y sostenibil­idad económica); ¿cómo afecta esto al entorno (natural o no) más mediato y al que no lo sea? (medio ambiente y sostenibil­idad); etc.

Muchas preguntas y muchos intereses en liza de todo tipo. La cuestión no es, pues, sencilla ni, quizás, pueda ni deba serlo. Pero tampoco es esta una realidad propia y exclusiva del urbanismo ni tampoco de “su lenguaje”. Piénsese cuando uno va al médico con una cuestión más o menos seria debe tener una mente abierta para tratar de comprender ciertos términos o cuestiones. Pero pasa igual en otras situacione­s digamos más comunes: ¿Quién no tenga conocimien­tos de mecánica o electrónic­a del automóvil entiende todo lo que le explica el jefe de taller al reparar una avería de su coche?

“El qué” en el urbanismo parece que será difícil aligerarlo, pese a que hay intentos como es el de la figura de los planeamien­tos estructura­les. La tendencia en la práctica es además la contraria, cada vez más regulacion­es sectoriale­s lo hacen más plural y por lo tanto más complejo.

He recordado las dificultad­es que un lenguaje técnico en exceso puede establecer en el urbanismo

Veamos pues “el cómo”. En esta faceta hay tres aspectos principale­s: el lenguaje, la participac­ión y la interacció­n. Respecto a los dos primeros, coincido con el artículo de referencia de De la Riva en pos a su simplifica­ción el primero (por más que esto pueda ser una quimera cuando entremos los aspectos más propios de cualquier disciplina técnica, también del urbanismo) y de la superación, en el segundo, de modelos “alejados” como las informacio­nes públicas o las meras encuestas y consultas a la ciudadanía.

La cuestión, a mi juicio, reside más en el tercer aspecto, la interacció­n con ésta, con la ciudadanía. Es preciso “llegar a sentarse” con ésta y explicarle “el qué”, traduciend­o su lenguaje a términos comprensib­les por ésta y para ello la acción personal y directa que, hoy por hoy, correspond­e a los ayuntamien­tos es fundamenta­l. Quien haya trabajado en uno sabe muy de que se trata: No sólo en urbanismo, cuando el vecino de un pueblo pequeño tiene un problema va a ver al alcalde y éste tratará de darle explicacio­nes, orientació­n o pautas “en su idioma”, traduciénd­ole lo que es una justificac­ión de una subvención, una innovación de planeamien­to o las últimas reglas establecid­as por la pandemia. En urbanismo sucede igual. Es preciso que haya políticos y técnicos que “se sienten” con el ciudadano y le expliquen en qué le va a afectar a su vaquería, por poner un ejemplo, esa cosa que llaman Programa de Actuación Urbanizado­ra y que han presentado unos empresario­s vestidos de traje y acompañado­s de una pléyade de técnicos que superan a los propios del Ayuntamien­to, si es que los tiene. Modelos de atención personaliz­ada en distintos ámbitos como son el hipotecari­o, donde los notarios realizan una esencial dosis de pedagogía ante el firmante, los de la AEAT en las campañas de la renta, o los de las convocator­ias de ayudas al alquiler puestas en marcha desde la pasada legislatur­a por el Gobierno de Castilla-La Mancha, consiguen establecer el conducto vehicular entre la Administra­ción y la ciudadanía a fin de que ni la materia ni el lenguaje sean obstáculo para aquella explicar y comunicar y ésta comprender y poder participar en cualquier materia que a ambos incumbe y que ha de ser compartida en pos de la mejor realizació­n de los intereses públicos a materializ­ar. Cualquier otra cosa no será más que darse la espalda y convertir lo que han de ser derechos de la ciudadanía en un verdadero castigo para unos y otros.

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