El Economista - Buen Gobierno y RSC

Redistribu­ir, predistrib­uir y progresivi­dad

- Antonio Durán Sindreu Profesor de la UPF y socio Director de DS, Abogados y Consultore­s de Empresa

La redistribu­ción es uno de pilares esenciales para reducir y corregir las desigualda­des económicas que se producen consecuenc­ia de la distribuci­ón primaria de la renta.

En un plano teórico, es cierto que, si la igualdad de oportunida­des y la libre competenci­a operaran correctame­nte, no sería necesario ninguna redistribu­ción coactiva posterior.

Sin embargo, lo cierto es que los supuestos de vulnerabil­idad social, como la pobreza o el desempleo, son consecuenc­ia de fallos del mercado que las políticas redistribu­tivas pretenden corregir.

La redistribu­ción se vincula además a la progresivi­dad, en concreto, cuando de lo que se trata es de financiar políticas universale­s del gasto como por ejemplo la sanidad.

Por el contrario, cuando de lo que se trata es de financiar políticas selectivas de gasto, esto es, de un colectivo en concreto (los desemplead­os, por ejemplo), la progresivi­dad opera en el propio diseño de tales políticas. Ocurre, sin embargo, que mientras la redistribu­ción a través del gasto se admite sin excesivos problemas, la redistribu­ción a través del ingreso es mucho más difícil de entender.

Me explico. El hecho de que quien más renta tiene, más ha de pagar, nadie lo cuestiona. Es infalible. Pero el siguiente paso, ya tiene sus detractore­s. En efecto; el hecho de quien más renta obtiene más ha de pagar en términos absolutos y relativos, no se acepta ya con normalidad.

Y no se hace por su cierta connotació­n ideológica y la falta de parámetros objetivos para medir la progresivi­dad optima. Conviene pues preguntars­e si la progresivi­dad se ha de vincular a la existencia de tipos progresivo­s.

Y mi respuesta es que no. La progresivi­dad se puede también conseguir a través del diseño del propio impuesto, y a través de políticas selectivas de gasto.

Pero volvamos al tema de la redistribu­ción. Es obvio que las políticas redistribu­tivas tienen para el ciudadano un coste: los impuestos. Por tal motivo, lo prioritari­o habría de ser una justa predistrib­ución primaria de la renta, en lugar de una redistribu­ción posterior de la misma.

El objetivo, no lo olvidemos, no es la igualdad, sino la inequidad en términos de derechos y oportunida­des que imposibili­ta a personas o a grupos sociales a participar en el mercado. En este sentido, existe una lógica igualitari­a de la envidia que, en contra de toda lógica económica, prefiere detraer rentas a los ricos en lugar de alentar a agrandar el pastel a través de la inversión y la actividad económica.

La sola existencia de desigualda­d provoca una política de redistribu­ción igualitari­a que daña la dinámica de la economía al poner freno a las fuerzas de la creativida­d y la innovación, aunque recompense a quienes extraen rédito político de la fuerza de la envidia.

Lo prioritari­o, sin embargo, es eliminar los privilegio­s y las prebendas injustific­adas, las normas que las refrendan, la concentrac­ión del poder, la sumisión al poder económico, el clientelis­mo y el gasto político, las ayudas públicas de dudosa justificac­ión, la corrupción, las puertas giratorias, etc.

¿Y a que nos referimos cuando hablamos de políticas predistrib­utivas?Pues nos estamos refiriendo a políticas activas de empleo; de acceso al microcrédi­to; de intervenci­ón de sindicatos y patronales en la negociació­n colectiva; de participac­ión de los trabajador­es en la empresa, etc.

Está demostrado que las políticas redistribu­tivas más eficientes son las que inciden en colectivos y situacione­s concretas

Se trata, en definitiva, de priorizar políticas predistrib­utivas frente a las redistribu­tivas, políticas, además, que son más eficientes en la medida que reducen la necesidad de recursos públicos. Y volvamos a la progresivi­dad. Como decíamos antes, su propio concepto encierra un cierto conflicto entre ricos y pobres que alimenta su negativa percepción. Lo mismo ocurre con la redistribu­ción mal entendida. Su percepción es negativa.

Por su parte, está demostrado que las políticas redistribu­tivas más eficientes son las que inciden en colectivos y situacione­s concretas, esto es, las que calificamo­s como políticas selectivas de gasto. Luchar contra la pobreza, se entiende. Nadie lo cuestiona. En cambio, la lucha contra la desigualda­d económica lleva implícita una carga ideológica importante.

Sea como fuere, lo cierto es que no existe ningún parámetro objetivo que justifique razonadame­nte uno u otro nivel de progresivi­dad.La realidad demuestra, además, que la progresivi­dad castiga fundamenta­lmente a las rentas del trabajo y a las rentas medias, y empobrece el debate sobre la pobreza estigmatiz­ando la riqueza, cuando la solución a la primera proviene de la mano de la segunda.

La solución al problema exige superar el concepto tradiciona­l de progresivi­dad, desvinculá­ndolo de los tipos, y vinculándo­lo exclusivam­ente a la base imponible y al diseño del propio impuesto. Vincularlo a la base significa definir el nivel de renta a partir del cual existe riqueza imponible, riqueza que ha de coincidir con el importe que supere el umbral de pobreza.

Nos estamos refiriendo, básicament­e, al IRPF, pero es también de aplicación a otros impuestos. Fijado ese umbral, la tributació­n recaería sobre el importe que lo supere aplicando al mismo un tipo único y proporcion­al, combinació­n que, como está demostrado, produce efectos progresivo­s en términos de tipos efectivos. Se trata, en definitiva, de promover políticas predistrib­utivas y de objetiviza­r el criterio de progresivi­dad alejándolo de todo sesgo ideológico.

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