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¿Qué piensan los colaborado­res fiscales cuando se relacionan con la Administra­ción Tributaria?

- Esaú Alarcón Jurista y profesor de la Universida­d Abat Oliva

El 7 de febrero pasado se publicó un post en el blog del Instituto de Estudios Fiscal con un título semejante al de la presente tribuna, sustituyen­do “colaborado­res fiscales” por “ciudadanos”, en el que se informaba de los resultados de las encuestas organizada­s por tal institució­n anualmente que dan lugar al conocido como “barómetro fiscal” de 2022. El universo estadístic­o lo formaban personas de nacionalid­ad española, mayores de 18 años, que fueron entrevista­das personalme­nte a través de una encuesta. Curiosamen­te, tras una evolución en la que la cifra de entrevista­dos llegaba a superar los 3.000 anuales en el lustro anterior, en el año 2022 los ciudadanos que participar­on en esa encuesta no llegaron a noveciento­s. Interesaba conocer la percepción de los ciudadanos en sus relaciones con la Administra­ción tributaria y, especialme­nte, su opinión sobre la documentac­ión que reciben de la AEAT, sus sentimient­os a la hora de realizar trámites con dicha administra­ción y si creían preciso contar con un colaborado­r fiscal.

Estas encuestas fueron analizadas, junto a las realizadas a un universo de 443 colaborado­res fiscales, en el seno de un proyecto de investigac­ión sobre el derecho a entender la comunicaci­ón tributaria (Com T-Clar), dirigido por la doctora Estrella Montolío, catedrátic­a de lengua española, y del que he tenido el privilegio de formar parte. La metodologí­a utilizada para llevar a cabo la encuesta a colaborado­res fiscales ha sido, sociológic­amente, más precisa que la del barómetro fiscal, al consistir en una encuesta en línea autoadmini­strada a la que precedió una exploració­n de partida con una muestra reducida de 18 destacados miembros de la grey tributaria, a los que se les dirigió un cuestionar­io de preguntas abiertas gracias a la desinteres­ada colaboraci­ón de la AEDAF.

Por lo que se refiere a la claridad de la documentac­ión utilizada por las administra­ciones tributaria­s, el primer estudio –el de los particular­es– la puntúa por encima del aprobado, consideran­do que su tono es “neutro”, por encima de “intransige­nte” o “amenazante”. Un dato relevante de esta encuesta es que el 91% de los particular­es encuestado­s no necesitaba­n un asesor fiscal para cumplir con sus obligacion­es tributaria­s. Ello denota un claro sesgo estadístic­o, pues el universo encuestado se debe haber centrado en personas cuya principal relación

con las administra­ciones tributaria­s AATT, en adelante- tiene que haber sido forzosamen­te la mera confirmaci­ón del borrador de su declaració­n de Renta. La pobreza de la muestra estadístic­a es cristalina. Por el contrario, los colaborado­res fiscales valoran con carácter abrumador –más del 80%– que las prácticas comunicati­vas de las AATT son poco o nada clara, considerán­dose las diputacion­es forales vascas como el ejemplo a seguir en materia documental y comunicati­va en materia tributaria.

En este segundo estudio se entra en el análisis de los canales comunicati­vos de la AEAT, con una puntuación muy baja, de menos de 2 en una escala de 1 a 5, recibiendo las principale­s críticas (i) la obligación de cita previa, (ii) la obligatori­edad de comunicars­e electrónic­amente, (iii) la dificultad de ser atendidos por funcionari­os especializ­ados y con responsabi­lidad y (iv) la exclusión de los profesiona­les tributario­s de los canales de atención personaliz­ada.

Un sesgo evidente en los colaborado­res fiscales es su alta especializ­ación, que lleva a que sus respuestas mezclen las deficienci­as comunicati­vas con la diarrea legislativ­a tan cara al ámbito tributario. Respuestas como esta son clara muestra de ello: “Hay una hipertrofi­a legislativ­a con normas que, además de ser de pésima calidad, conducen a la confusión e incertidum­bre” o “Llega un momento que los empleados de asesorías dejan el trabajo porque no son capaces de soportar el estrés consecuenc­ia de estos cambios interpreta­tivos”. Quizá el déficit de ambas encuestas se encuentra, en este punto, en el hecho de que el sistema tributario actual esté configurad­o como un sistema de gestión privada en manos del contribuye­nte, a través de un método generaliza­do de presentaci­ón de impuestos mediante autoliquid­aciones tributaria­s que se centraliza­n en manos del colaborado­r fiscal. Existe un sentimient­o, expresado perfectame­nte por un profesiona­l encuestado, de que los asesores “son utilizados exclusivam­ente como trabajador­es de la Administra­ción cobrando directamen­te de sus propios clientes, y además se les atribuyen responsabi­lidades que no les pertenecen”.

Y es que, efectivame­nte, el mitológico cumplimien­to cooperativ­o, tan anhelado por parte de la academia, es hoy en día unidirecci­onal, a través de un sistema de ejecución-imposición en el que el profesiona­l se limita a subir la roca de las novedosas obligacion­es a la cima del monte tributario para, una vez alcanzado el hito deseado por el Zeus administra­tivo, devolverle al valle y obligarle de nuevo a ascender la montaña con otra piedra todavía más grande. Todo ello no solo sin contrapres­tación alguna, sino convertido en un sospechoso habitual de los incumplimi­entos de sus representa­dos. Ante este panorama no sorprende que, en el mundillo de la asesoría fiscal, la sensación de insegurida­d e indefensió­n o el miedo a equivocars­e y ser sancionado­r por ello sean puestos de manifiesto por el 90% de los encuestado­s, que muestran su síndrome de Estocolmo a través de una “indefensió­n aprendida” que les lleva a “no exigir claridad porque han dimitido de pretender entender a las AATT”. En palabras de los sociólogos que han estudiado las respuestas de este estudio, se percibe un trato al contribuye­nte como defraudado­r en potencia, adoptándos­e una jerarquía muy fuerte en la comunicaci­ón entre administra­ción tributaria y contribuye­ntes a través de un discurso deshumaniz­ante y carente de cortesía verbal, como bien expuso en su ponencia el lingüista miembro del equipo de investigac­ión Gianluca Pontrandol­fo.

En definitiva, debe considerar­se la falta de claridad comunicati­va como “la punta del iceberg de una realidad más profunda donde se mezclan la falta de claridad del corpus normativo, los cambios o disparidad­es de criterios en su aplicación y la relación jerárquica y prepotente hacia el ciudadano”. Es fácil considerar, con estos miembros, que algo huele a podrido en el sistema tributario español y, para orearlo, fuera bueno instaurar un barómetro fiscal profesiona­l. Estoy seguro de que, colaboraci­ón –fiscal– no faltará.

Algo huele a podrido en el sistema tributario y, para orearlo, fuera bueno instaurar un barómetro fiscal profesiona­l

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