La revolución de la banca
Desde la crisis de 2007, el sector bancario no ha parado de transformarse reestructurando sus fundamentos con procesos nunca vistos. Básicamente el proceso de reconversión se llevó a cabo (al margen del saneamiento de balances), mediante reducciones de tamaño y personal o a través de movimientos corporativos de concentración, destacando las fusiones respaldadas por el Banco Central Europeo (BCE).
El sistema bancario español se ha destacado por ciertas particularidades que deberían haber supuesto un proceso de reestructuración propio, al margen de la crisis de 2007, detonante claro de la aceleración de un sistema que necesitaba una revolución de fondo dada su condición subyacente característica: una banca fundamentalmente orientada a los particulares, dotada de un sistema mixto de entidades, unas puramente bancarias y otras que, en su condición de negocio bancario, eran consideradas como tales. Las primeras, Sociedades Anónimas (los bancos en sí), las segundas con la condición de entidades sin ánimo de lucro fuertemente regionalizadas, segmentadas geográficamente y politizadas (las Cajas de Ahorros). El paso del tiempo llevó a un cambio en la orientación del negocio así como a una ampliación de la cobertura del mercado.
Esto implicaba dos factores básicos: en primer lugar la búsqueda de otras alternativas de negocio dada la saturación y el punto de madurez del negocio “tradicional” (captar liquidez para distribuirla en forma de préstamos); es lo que se denominó de manera generalizada la técnica de “originar para distribuir”, es decir “empaquetar” los productos financieros ortodoxos en otros más complejos para su posterior venta, que recibían el término genérico de productos estructurados de inversión (por su traducción del inglés “Structured Investment Vehicle” o SIV). La formación de los oferentes, la sofisticación de los productos y la individualización de los particulares ya estaba en marcha.
En segundo término, las entidades tenían que modificar sus infraestructuras. Un mayor acercamiento al cliente combinado con una modificación productiva en un entorno cada vez más globalizado, exigía entidades más fuertemente cohesionadas. Las entidades de menor tamaño apenas si tenían cabida ante lo que se avecinaba: competencias más estrictas con requisitos combativos más potentes; el proceso de fusiones y acercamientos se encontraba pues en sus primeros estadios.
De esta manera, el sector bancario español avanzaba a buen ritmo y, previo a 2007, se encontraba en una posición cómoda con índices de rentabilidad y gestiones de riesgo de crédito (elemento este muy importante para la confianza de los mercados), considerados entre los mejores de Europa.
Pero subyacían tres cuestiones de fondo que, posteriormente, afloraron por la crisis:
1) La moneda única permitió un acceso a los mercados internacionales salvando los anteriores costes cambiarios y el tiempo de transacción. Por ello, esta “extranjerización” de la actividad nacional superó a la doméstica con el subsiguiente aumento del riesgo en áreas financieramente más avanzadas que disminuían el coeficiente de aversión al riesgo de los residentes, en favor de los no residentes. La banca se “obligaba” a captar fondos con opciones más arriesgadas causadas por la necesidad de aumentar cuota de mercado… precisamente en mercados que requerían de un mayor esfuerzo de especialización productiva.
2) Unido a lo anterior, más necesidad de pasivo (la captación de fondos es un pasivo para un banco y un activo para el inversor…), el progresivo aumento de la oferta y demanda procedente del sector inmobiliario alterando uno de los términos de la ecuación ya comentada: la gestión del riesgo que quebraba la estabilidad del sector. Se inicia, pues, una vía de deterioro bancario lento, pero inexorable. La toxicidad última de los productos ofertados ligados al sector inmobiliario (que caló muy fuertemente en las entidades con una gran popularidad y profusión), influía muy negativamente en los balances provocando agujeros de liquidez que, como se comprobó más tarde, llevó a la quiebra de algunas entidades. Y, lo que es más importante, a la desaparición de las entidades más tradicionales del sector. Un dato: en 2010, cuando se inició el proceso de concentración, pasaron de 47 las Cajas de Ahorros de 2005 a solo 34, mediante la creación de siete nuevas cajas y dos intervenidas, Caja Castilla-La Mancha (CCM) y CajaSur. Todas ellas pasarían después a crearse en bancos. Ahora solo quedan en pie dos cajas de ahorro: Caixa Ontinyent y Caixa Pollença.
3) En un proceso de crecimiento es razonable un aumento paralelo de la capacidad instalada que se traduce en un mayor número de sucursales y empleados. Sin embargo, cuando es necesario enfrentarse a una crisis, el tamaño interno de la entidad es una rémora tanto en cargas financieras como en gestión de las actividades. Y la banca española se contaba entre las más dimensionadas del entorno europeo. ¿Conclusión? Cortes drásticos tanto en el personal como en los inmovilizados, debilitando posibilidades defensivas ante lo que sucedió después y abriendo vía para consolidaciones sectoriales.
Actualmente, aunque el número de bancos se ha reducido en 2.275 desde la crisis, aún perviven más de 6.000 entidades. No obstante, las perspectivas se muestran a favor de una reducción drástica de ese número por la necesidad de obtener mejores resultados en eficiencia y rentabilidad, conforme a lo que respaldan las principales instituciones, organismos y expertos europeos; al frente, la conocida como la “Tríada Europea”, esto es, la formada por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea.
¿A favor?
1) La baja rentabilidad de la banca, en torno al 6.7% frente a un coste de capital del 10%. Esto obstaculiza la posibilidad de ofrecer atractivos dividendos a sus inversores debido a la todavía existencia de toxicidad de algunos de sus activos, paradójicamente considerados libres de riesgo.
2) La necesidad de obtener mayores retornos en productos financieros; un ejemplo: en Europa hay 43 fondos y su cobertura oscila entre el 0,14% y el 3,16% de los depósitos. Sin embargo, ello podría entrañar riesgos debido a la necesidad de ofrecer alternativas que resultarían menos atractivas para los inversores, que prefieren la comodidad de sus ahorros a opciones menos conocidas.
3) Es necesario agilizar y flexibilizar las fusiones internacionales ya que la banca europea carece de la dimensión competitiva en este ámbito, debido a que adolece del tamaño de las entidades estadounidenses o chinas y del carácter transnacional de empresas como Google, Amazon, Facebook o Apple.
4) Los principales bancos están perdiendo peso e importancia en sus respectivos países. Un caso es el paradigmático Commerzbank, que dejará en breve de formar parte del DAX 30, el principal índice germano, por baja capitalización y se especula una megafusión con otro gigante del país, el Deutsche Bank; o la pretendida unión de Unicredit, el primer banco italiano, con otro grande, Société Générale, BBVA o ABN Amro, que son las alternativas que se están barajando.
5) Controlar la actividad de bancos sistémicos, es decir, aquellos que tienen capacidad de desestabilizar su mercado doméstico o incluso el internacional en caso de quiebra. El caso más relevante, Lehman Brothers. En España, Santander o BBVA son considerados, por tanto, sistémicos.
¿En contra?
El principal argumento destaca que todavía no está consolidada la implantación homogénea de Basilea III y la creación del Fondo Único de Garantía, ambos elementos de relevancia para el desarrollo del sector en su totalidad. En cuanto a lo primero, el obligado cumplimento de los requisitos de cálculo de los activos ponderados por riesgo (o APR) para su respaldo en caso de quiebra afectaban desigualmente al sector en su conjunto, ampliando la brecha entre los perjudicados y beneficiados por esta medida, en especial a España. Por ejemplo, no se contabilizaban activos como la deuda pública AAA que se consideraba un riesgo aceptable y, por tanto, no se exigía capital por ello, o una primera hipoteca residencial con bajo loan to value (cantidad prestada en relación al valor del inmueble; este se utiliza como garantía), era tenida como más segura que un préstamo personal.
Basilea III implicó para la banca española la restricción para abonar dividendos, recomprar acciones o incluso el impago de bonus a la cúpula directiva. Al parecer ya está en marcha lo que se podría denominar como “Basilea IV”, flexibilizando requisitos y tratando de acercar criterios más generalistas.
FONDO ÚNICO DE GARANTÍA DE DEPÓSITOS
El Fondo Único de Garantía de Depósitos (conocido por sus siglas en inglés EDIS, “European Deposit Insurance Scheme”), por su parte, se encuentra ahora en una difícil tesitura ya que no todos los Estados están a favor de su primacía en la agenda financiera europea. Se consideran antes otros puntos de relevancia como el perfeccionamiento de la Unión Bancaria, la mejora del Supervisor Único o, incluso, la implementación de un reforzamiento del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE, en inglés European Stability Mechanism, ESM).
No obstante, el Banco Central Europeo insiste en la necesidad de seguir adelante con el EDIS. Conforme a sus últimos cálculos, un fondo de seguro de depósitos completamente financiado con contribuciones antes de una crisis del 0,8% de los depósitos cubiertos (38.000 millones según el estudio), sería suficiente para cubrir la demanda de efectivo, incluso en
Las consecuencias financieras se antojan claras, pero ¿y las sociales? Habrá mayor desempleo, menor personalización de la clientela con un descenso de la proximidad de la entidad a sus usuarios y la imposición de la estrategia comercial de la nueva entidad resultante de la fusión
caso de pérdidas hipotéticas mucho más altas que las experimentadas durante la última crisis (2007-2009).
Dicho proyecto (recordemos que todavía no se ha incluido en los planes de Unión Bancaria) llevaría a proteger los depósitos de hasta 100.000 euros en cualquier banco de la zona euro a través de un fondo financiado por la banca y respaldado por sus gobiernos.
Y es una lástima, puesto que este fondo de 38.000 millones no se agotaría ni aunque el 10% de los bancos con mayor riesgo de la zona euro cayeran al mismo tiempo y el sector sufriera pérdidas mucho más grandes que las de la última crisis. El problema radica en el reparto de las aportaciones: mientras que los bancos alemanes serían los principales contribuyentes con 12.500 millones de euros, España tendría que aportar 7.900 millones de euros, lo que representaría algo más del 20% del fondo.
Otros puntos negativos se resumen en los siguientes:
1) El sector sigue reacio a la consolidación internacional porque le podría suponer una pérdida de identidad y de cierta independencia, y no se sentiría cómodo dada su tradicional autonomía en un mercado que domina y conoce a la perfección.
2) Ligado al punto anterior, es previsible que el sector quede en manos de entre siete y trece entidades a lo sumo, lo que implica alrededor de un 95% menos que en 2007. Y lo que resultaría más peligroso: la actuación de tan solo uno de los grandes (BBVA o Santander) será seguida por el resto de entidades como está pasando en la actualidad y como ocurre en sectores como el eléctrico y el del tabaco, por nombrar algunos.
3) El Supervisor Único (mencionado en el punto 1 de este mismo apartado), según el sector, se excede en sus prácticas regulatorias, lo cual impide aumentar márgenes rentables con eventuales infracciones pasadas por alto en los bancos sistémicos. La supervisión es obligatoria para todas las entidades con más de 30.000 millones de euros y alcanza a 120 grupos bancarios significativos que disponen del 82% de los activos de los bancos en la eurozona.
4) Las expectativas de más subidas paulatinas de tipos que ofrece aumento de márgenes.
5) la digitalización de la banca con la incorporación de nuevas tecnologías ahorradoras de costes y de más amplia cobertura de clientes, un mecanismo progresivamente implantado en otros países y que en España va calando con lentitud, pero firme.
En todo caso, el proceso está en marcha. En 2018, se va consiguiendo nivelar el coste de capital de las entidades (que ronda el 11% de media frente a una rentabilidad, que se sitúa en torno al 9,5%...), pero más a consecuencia del desprendimiento de elementos poco rentables gracias a la existencia de los “bancos malos” que los absorben que a productos más acordes con el proceso bancario. Muy positivo para el sector. Y parece inevitable.
Las consecuencias financieras se antojan claras, pero ¿y las sociales? Habrá mayor desempleo, menor personalización de la clientela con un descenso de la proximidad de la entidad a sus usuarios y la imposición de la estrategia comercial de la nueva entidad resultante de la fusión, todos ellos aspectos a tener en cuenta…