Carta del director
España, en funciones, ya no puede esperar más.
El rechazo de los presupuestos obligó a Pedro Sánchez a adelantar las elecciones previstas para el otoño. Ocho meses después de su exitosa moción de censura contra Mariano Rajoy, el sorprendente inquilino de la Moncloa apostó por unos nuevos comicios en los que se veía claro vencedor. El éxito del PSOE en las elecciones del 28 de abril confirmó la buena estrella de Sánchez, que aumentó en más de 50 escaños su representación en el Parlamento. Sin embargo, este triunfo, impensable meses antes, ha supuesto un quebradero de cabeza para los socialistas, que se las prometían muy felices para seguir gobernando y, a poder ser, sin ataduras. Sánchez, que pretende gobernar un ejecutivo monocolor y repetir el modelo posterior a la moción de censura, con apoyos puntuales de los socios que tumbaron al PP, ha comprobado que estos mismos socios le han salido respondones. Sobre todo en el caso de Pablo Iglesias y Unidas Podemos, que exigen un gobierno de coalición con cartera ministerial.
Lo cierto de todo este embrollo es que nadie quiere ceder. El impasse en el que nos encontramos solo está provocando la parálisis de un país que no puede esperar más tiempo para abordar las grandes reformas que necesita. Felipe González proponía, y no sin cierta razón, mandar al “rincón de pensar” a los políticos. Se han cumplido más de dos meses de las elecciones y el espectáculo de negar el pan y la sal al contrincante preocupa y deja atónita a la opinión pública, que no comprende por qué no pactan y llegan a acuerdos transversales cuando es lo que han reclamado mayoritariamente las urnas. Lo que no parecen haber asimilado los partidos políticos es que la situación ha cambiado esencialmente. Que el bipartidismo ha muerto y la nueva cultura política que se va a imponer pasa inexorablemente por los acuerdos y gobiernos de coalición como existen en muchos países europeos.
Descartado el apoyo a la investidura de Sánchez por parte de Ciudadanos y con un Albert Rivera que se ha enrocado de forma incomprensible
y absurda en el “no-es-no”, al actual presidente en funciones no le queda otra alternativa que alcanzar acuerdos con Unidas Podemos y el sostén de la abstención de los independentistas. Esta es la solución que rehúye Sánchez para que no le acusen de contar con el soporte de los que quieren "romper España". Los votos de los soberanistas y nacionalistas son tan legítimos como los de cualquier partido y como lo es su representación institucional. Nos guste o no nos guste. Los nacionalistas e independentistas existen y habrá que negociar con ellos. A los catastrofistas y a los que vaticinan los peores augurios, hay que recordarles que España no se ha roto, que Cataluña y Navarra seguirán siendo comunidades autónomas, como lo es desde hace más de 40 años el País Vasco.
El reproche que se le puede hacer a Sánchez es que da la sensación de no tener prisa, de querer alargar las negociaciones y esperar hasta el último minuto para conseguir los apoyos que necesita. Pero todo este desconcierto, envuelto en mucha teatralidad y escenificación, se puede volver en contra con efectos negativos para los intereses socialistas.
Ahora bien, aunque la investidura del nuevo presidente sea transcendental para Sánchez, también lo es el resto de la legislatura. Es primordial saber con qué apoyos va a contar durante los próximos cuatro años. Con quién va a aprobar los presupuestos y quién le va a respaldar para ratificar su programa legislativo y dar estabilidad a su ejecutivo.
Amenazar con nuevas elecciones que nadie quiere y que, además, no desatascarían la actual situación política, sería un fracaso para todos. Un revés que no admitiría la mayor parte del electorado.
Dejémonos de hipocresía y de deslealtades. La política se creó para resolver los problemas, no para agudizarlos. La política no se resuelve según le convenga a unos y a otros con banderas y supuestas patrias. También es hora de hablar menos de España y más de los problemas de los españoles, que son muy serios. Póngase a gobernar porque España no puede estar en funciones durante mucho más tiempo.