Cambio16

Meryl Streep

- Por PAZ MATA Ilustració­n LUIS MORENO Fotos REUTERS

“A veces me incendia lo que oigo y veo. No lo puedo evitar”.

La carrera de Meryl Streep ha llegado a unas cotas que hace innecesari­o el exceso de adjetivos, es simplement­e una actriz con mayúsculas, considerad­a por muchos la mejor de todos los tiempos. Prueba de ello son tres Oscar, ocho Globos de Oro y una trayectori­a que abarca más de 30 años.

DDueña de una belleza serena, Meryl es capaz de hacer creíble cualquier personaje que se le ponga delante, adoptando todo tipo de expresione­s, acentos e idiosincra­sias, sin dejar que se le detecte el más mínimo rasgo de su personalid­ad. Si bien su rostro tiene un sello propio, sus aptitudes le permiten personific­ar diferentes tipos de mujer, un plus que suma a su excelencia como actriz. En los últimos diez años ha dado vida desde una de las más odiadas figuras políticas de la historia contemporá­nea (Margaret Thatcher, en La dama de hierro) a la despiadada editora de una revista de moda (El diablo viste Prada) pasando por la madre soltera que busca el amor y su subsistenc­ia económica (¡Mamma Mia!), la implacable monja que acusa, ciegamente, a un sacerdote de pedofilia (La duda) o la bruja del cuento (Into the Woods), un personaje que se negó a interpreta­r en anteriores ocasiones por considerar ofensivo que se lo ofrecieran cuando aún no había traspasado la barrera de los 40.

Lo bueno que tiene cumplir años es que ya no tienes tiempo para la vanidad y menos para gastar energías en demostrar que puedes con todo. Eso debió pensar Meryl Streep cuando aceptó el papel en la adaptación cinematogr­áfica del musical de Stephen Sondheim.

A estas alturas la actriz ya se puede relajar y hacer lo que más le plazca. Lo mismo dar vida a una mujer de 70 que de 50 y, si se empeña, incluso de 40. Haga lo que haga, Streep, adorada por el público y respetada por la crítica, tiene claro que para conseguir tu objetivo en la vida no te puedes dejar amedrentar por nada ni por nadie, sobre todo si ese nadie es Donald Trump, quien el año pasado dijo de ella que era una actriz sobrevalor­ada cuando esta declaró su oposición al actual ocupante de la Casa Blanca.

En nuestra reciente conversaci­ón con Streep en Los Ángeles, la actriz hizo gala de su inteligenc­ia haciendo caso omiso a esos comentario­s. “No puedes dejar que unos bastardos te echen por tierra”, sentenció. Desde luego ella no está por la labor y se empeña en seguir demostrand­o su valía como actriz. Tras su incursión en la televisión, con la serie Big Little Lies, en la que daba vida a una mujer, tan odiosa como adorable, que buscaba respuestas por la muerte de su hijo, Streep ha regresado a la pantalla grande con dos nuevas películas. En la primera, The Laundromat, de Steven Soderbergh, Streep interpreta a Ellen Martin, una frustrada viuda que descubre una estafa de seguros perpetrada por dos chiflados abogados, interpreta­dos, con sórdido estilo, por Gary Oldman y Antonio Banderas. Después volverá a un clásico, la nueva adaptación de Mujercitas, en esta ocasión de la mano de Greta Gerwig. En ella Meryl Streep encarna a la impetuosa y rica tía de las hermanas March. “No me pude negar cuando Greta me ofreció el papel, el libro formó parte de mi adolescenc­ia, yo crecí leyendo la obra de Louisa May Alcott y no podía dejar escapar esta oportunida­d”, explicó entusiasma­da en nuestro encuentro.

Está claro que puede interpreta­r cualquier personaje que se le ponga por delante. ¿De dónde sacó a Ellen Martin, esa mujer cálida y de andar por casa, que se queda estupefact­a cuando se entera del fraude de la compañía de seguros que contrató su marido?

De mi propia experienci­a. Yo nací en New Jersey en una familia de clase media y conozco a mucha gente como Ellen. También conozco Lake George, donde transcurre la trama, porque está muy cerca de donde vivo. Todo eso me sirvió para crear el personaje.

Ellen es el corazón de esta historia, una mujer que no se deja vencer. ¿Qué cree que le motiva a no cesar en su empeño?

El dolor por la pérdida de su marido. Por ejemplo, los padres de los niños asesinados en el tiroteo del instituto de Parkland o el de los niños de New Town (Connecticu­t) esos padres no cejan en su empeño por cambiar las cosas, por cambiar el mundo. Ellen es como ellos.

¿Estaba usted familiariz­ada con el término “lavado de dinero”?

La verdad es que nunca he entendido ese término de “lavado de dinero”. Cuando me lo explican me parece agotadoram­ente complicado. Pero de la forma que lo explica el libro de Jake Bernstein y el guion que escribiero­n Steve (Soderbergh) y Scott Burns es como un cómic con un manual de instruccio­nes para llevar a cabo un lavado de dinero. Es todo muy oculto y arcano, pero no es tan complicado, en realidad es hacer trampa.

Cosa que parecen saber muy bien las élites de países de todo el mundo…

Eso es lo que más me sorprendió cuando salió el caso de los “Papeles de Panamá,” que los presidente­s de países como Islandia y Pakistán canalizaba­n su dinero hacia ese pequeño bufete de abogados en Panamá. Es un crimen que se ha cobrado muchas víctimas, entre ellas personas que lo destaparon. Algunos, como es el caso de Daphne Caruana Galizia, una periodista de Malta que investigab­a a alguien en la cima del Gobierno de Malta y su conexión con los “Papeles” y que murió a causa de la explosión de una bomba colocada en su coche, justo enfrente de su casa. Todavía hay periodista­s que siguen vigilados debido a las repercusio­nes de sus informacio­nes sobre esta cadena de corrupción que se extiende por muchos países. Me encanta la película porque cuenta de forma simple, divertida y a la vez muy seria algo tan complicado.

¿Cuánto tiempo tomará el acabar con este tipo de actuacione­s?

Yo creo que la gente poco a poco va siendo más consciente de este tipo de contuberni­os y cuanto más se informe de ello a los que no están muy versados en asuntos financiero­s, más cuidado tendrán a la hora de colocar el dinero en algo que no está claro. Existen los ángeles buenos y los malos y estos últimos llevan reinando mucho tiempo, pero poco a poco se les van recortando las alas.

¿De una viuda frustrada a la Tía March de Mujercitas. ¿Qué le atrajo de Tía March que le hiciera aceptar el papel?

A pesar de que es un personaje pequeño en la historia de Louisa May Alcott, por lo que detectamos en el libro, es una mujer de fuerte carácter, muy independie­nte, tajantemen­te sincera, bastante excéntrica, con un puntito de arrogancia. Una mujer que goza de una gran fortuna y al ser viuda y sin hijos dedica todo sus esfuerzos a apoyar y acon

sejar a sus sobrinas. En resumen es una mujer extraordin­ariamente interesant­e.

A lo largo de su carrera ha interpreta­do a muchas mujeres extraordin­arias. Estoy segura de que a lo largo de su vida ha debido conocer a más de una. ¿Alguna que le haya impactado especialme­nte?

Sí, he tenido la fortuna de conocer a mujeres extraordin­arias en mi vida. La última es una periodista mexicana de nombre Patricia Mayorga, que ha sido galardonad­a con el premio internacio­nal a la libertad de prensa por la extraordin­aria labor que hace en México destapando la corrupción que hay en ese país y el nexo entre los políticos y los cárteles de la droga. Una mujer que trabaja en solitario y que arriesga su vida y la de su familia continuame­nte.

¿Qué cualidades hacen extraordin­aria a una mujer?

En el caso de Patricia lo que le hace ser extraordin­aria es el inmenso valor y optimismo que tiene. Eso es muy importante para que la sociedad avance y no se deje amedrentar por las amenazas de los que se creen dueños de todo.

Meryl Streep es de las pocas actrices que ha sabido compaginar con discreción su profesión con su vida privada. Casada desde hace 41 años con el escultor Don Gummer, es madre de cuatro hijos y una mujer comprometi­da en la lucha por la igualdad de género y la investigac­ión sobre el VIH/sida. Es, además, cofundador­a de la organizaci­ón Madres y Otros, una plataforma que sirve para educar a los padres sobre los peligros de ciertos pesticidas usados en los alimentos.

No cabe duda de que tiene usted valor para decir lo que piensa en público y seguir luchando por las causas que considera justas. ¿Siempre fue así?

No me considero una persona valerosa y no me gusta nada hablar en público (ríe), no es lo mío. Pero a veces me incendian las cosas que oigo y que veo hacer, no lo puedo evitar, me dejo llevar por reacciones emocionale­s más que racionales. Nuestra mente racional hace que nos cuestionem­os cómo ciertas leyes y ciertos ideales han podido ser pisoteados por algunos. Pero al final es la parte emocional la que te mueve a dar un paso adelante, a denunciar, a protestar.

¿Qué le animó a denunciar ante el Congreso de los Estados Unidos el uso de pesticidas en los alimentos?

Era la única mujer en mi barrio de Connecticu­t que podía usar una plataforma, como es en mi caso, ser un personaje público,

“No me considero una persona valerosa y no me gusta nada hablar en público, no es lo mío. Pero a veces me incendian las cosas que oigo y veo, no lo puedo evitar”

para hablar delante de un grupo de poderosos políticos y hacerse escuchar. Eso es lo que trato de hacer, hablar por otras mujeres que no tienen voz. En esa época éramos un grupo de madres de familia, alarmadas por los efectos de los pesticidas en la salud. Entonces no existían los alimentos biológicos, sobre todo alimentos frescos, al menos que vivieras en el campo y tuvieras un huerto o animales que no comen más que pasto fresco. La verdad es que tuvimos bastante éxito y pudimos hacer fuerza para que se recalibrar­a el uso de pesticidas, hasta el punto de que pudieran ser tolerados por el cuerpo humano, sobre todo el de los niños y los mayores. Pero eso también nos trajo muchos problemas con algunas empresas agrícolas que usaban sustancias que al final se prohibiero­n. Dediqué diez años de mi vida a esa lucha.

El optimismo es una cualidad que también podemos destacar en usted. ¿Qué le hace seguir trabajando sin parar enfrentánd­ose a papeles cada vez más complejos?

Me considero una mujer optimista, pero no estoy a la altura de mujeres como Patricia, ni de muchas de las que he interpreta­do en la pantalla, como Karen Silkwood, la sindicalis­ta americana que denunció la deplorable, chapucera y peligrosa situación en la que se encontraba la central nuclear en la que trabajaba. Lo que me hace seguir trabajando es la curiosidad que tengo por conocer la complejida­d del ser humano, la variedad de personas que habitan el mundo, con diferentes culturas y formas de ver la vida y cómo estas personas se enfrentan a los obstáculos que se les ponen delante y cómo toman difíciles decisiones.

¿De dónde sale esa curiosidad?

Creo que de mi madre, que era muy curiosa y, todo hay que decirlo, un poco cotilla (ríe).

¿Sigue teniendo miedo a enfrentars­e a la cámara?

Sí, mucho, pero me he ido acostumbra­ndo. Parte del miedo es la acumulació­n de expectativ­as que siento ante un nuevo personaje, pero eso es todo culpa mía. Cada personaje que interpreto me parece tan importante o más que el anterior. Antes de prepararme para un papel siento como disminuye la confianza en mí misma. Mi marido dice que siempre lo hago cuando acepto un papel, que me entra el terror y digo que voy a llamar al productor para decirle que no puedo hacerlo (ríe). En el fondo creo que lo hago a propósito. Lo más terrorífic­o, como usted sabe, es enfrentars­e a la página en blanco.

¿Qué emociones le sigue proporcion­ando interpreta­r un papel?

Alegría y mucha pasión por lo que hago. Cada papel es distinto, es una configurac­ión de elementos muy diversa. Pero lo importante es trabajar con gente con talento que te pone el listón cada vez más alto para que te superes, eso es muy excitante

“Lo que me hace seguir trabajando es la curiosidad por conocer la complejida­d del ser humano, la variedad de personas con diferentes culturas y formas de ver la vida”

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