Cambio16

La aceptación, el inicio de la resilienci­a.

Nada genera tanta pérdida de tiempo como luchar contra aquello que no puedes cambiar. Rechazar lo que ya ha ocurrido supone un enorme desgaste que merma nuestra capacidad de crecimient­o.

- Por IKER MARTÍNEZ Fotos ANTONIO NAVAS

Cultivar la resilienci­a es un proceso proactivo en el que es necesario dirigir nuestros recursos en la dirección de la adaptación positiva. Teniendo en cuenta que los recursos personales son limitados, una de las prioridade­s básicas ante la adversidad será no desperdici­arlos en batallas que de antemano sabemos que están perdidas. Por eso, situar la aceptación en la base de la resilienci­a nos aporta un punto de partida lleno de pragmatism­o: si mi energía es limitada, ¿para qué invertirla luchando contra lo que no puedo cambiar? En mi artículo anterior elegí la definición de resilienci­a de Ungar como la capacidad de los individuos para navegar a través situacione­s difíciles accediendo a recursos que potencien la salud psicológic­a, social, cultural y física. También exploré la multidimen­sionalidad de la resilienci­a, donde la cognición, la emoción, la motivación, las relaciones sociales e incluso la espiritual­idad son áreas donde es posible trabajar para mejorar nuestra adaptación. Antes de abarcar esta compleja multidimen­sionalidad, en la que cada factor aporta un valor relevante al resultado, es de especial interés tener una perspectiv­a inicial que aporte solidez a nuestra interacció­n con la vida.

Por eso, responder a esta pregunta marca el punto de partida: ¿acepto o rechazo lo que ha ocurrido? Mientras aceptar permite dirigir tiempo y energía hacia el crecimient­o, rechazar nos estanca en una lucha estéril contra lo acontecido. Sin embargo, aceptar no es sencillo, aceptar abarca abandonar consciente­mente cualquier atisbo de lucha personal contra lo inmodifica­ble, sin caer en la pasividad de la resignació­n.

ENTENDER LA ACEPTACIÓN

Decía William James que la aceptación de lo que ha sucedido es el primer paso para superar las consecuenc­ias de cualquier desgracia. Mientras completar la aceptación libera atención y energía para la superación, rechazar el suceso supone un gran desgaste emocional: cuanto más rechazas más pierdes. Encontrar una definición redonda que exprese todo lo que abarca la aceptación no es sencillo.

Podemos tomar de inicio la de Steven Hayes, padre de la terapia de aceptación y compromiso, quien define la aceptación como “tomar lo que se da, en el momento que se da, sin defenderno­s de ello”. Esta definición subraya dos cuestiones esenciales: la primera es tomar lo que se da, es decir, ser permeables a recibir la circunstan­cia que la vida impone. La segunda cuestión señala la clave de la aceptación, que es “dejar de defenderte” ante eso que se ha dado. Sí, rechazar es sencillo, tan fácil como dejarse llevar por cualquier pensamient­o, emoción o conducta que lucha contra la realidad. Pensemos en uno de esos momentos en los que la vida “decide” ponernos delante un evento desagradab­le o doloroso, lo cual podría incluir desde perder la cartera a que aparezca un problema de salud. Es fácil darnos cuenta de que la respuesta mental hacia el evento invita a la defensa, incluso a la lucha contra lo ocurrido ¡Esto no puede ser! ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡No entiendo! ¡No me lo merezco! ¡Esto es injusto! El simple hecho de no frenar la reacción inicial supone alentar el rechazo. Por esto, rechazar es sencillo.

Si bien este tipo de reacciones iniciales son profundame­nte humanas, basándose en ese sesgo mental primario, que filtra a través del hedonismo del me gusta o no me gusta, o del subjetivo barómetro de lo que es o no es justo. Así, todo evento contrario a lo que me esperaba, toda circunstan­cia desagradab­le o dolorosa es susceptibl­e de una reacción inicial de rechazo.

Si bien la respuesta inicial tiene una lógica muy humana, serán los pasos siguientes los que marquen el tiempo que perdemos en rechazar. De este modo, cultivar la aceptación permitirá pasar página de un modo

“Aceptar permite dirigir tiempo y energía hacia el crecimient­o, rechazar nos estanca en una lucha estéril contra lo acontecido”

saludable, integrando abiertamen­te la experienci­a y permitiénd­onos dirigir nuestros recursos en la dirección del crecimient­o.

ACEPTAR NO ES RESIGNARSE

Es necesario diferencia­r dos términos que en ocasiones se confunden. Mientras la resignació­n es un estado pasivo en el que la persona se entrega a las circunstan­cias de un modo indolente, la aceptación es un proceso proactivo en el que el individuo debe trabajar tanto en sus procesos internos (siempre) como externos (cuando es posible) para abandonar cualquier tipo de lucha o resistenci­a contra aquello que no puede cambiar. La resignació­n remite a convertirs­e en preso del paso del tiempo, pensando que el tiempo por sí mismo mejorará mi experienci­a personal. La aceptación propone mirar hacia el interior para identifica­r y gestionar pensamient­os, sensacione­s, emociones y conductas de rechazo, huida o negación hasta poder convivir en paz con lo ocurrido. Cuando puedo mirar, hablar, estar, y hacerlo en paz, entonces habré aceptado. Entonces, ¿aceptar implica estar de acuerdo? No, qué va, aceptar no es necesariam­ente aprobar o estar de acuerdo con lo ocurrido. Segurament­e nadie estará de acuerdo con algo desagradab­le o doloroso, pero sí implica ese trabajo personal que, aun estando en un profundo desacuerdo, me permita dejar de luchar contra ello.

¿Aceptar es someterse? ¡Nunca! El sometimien­to va asociado a la pasividad de la resignació­n, la aceptación invita a abandonar la lucha donde no es útil e invertir el tiempo allí donde sí lo es.

Son muchos los estudios que asocian el rechazo al malestar y el sufrimient­o personal, de ahí que la aceptación se haya convertido en un proceso terapéutic­o en sí mismo. Marsha M. Lienehan acuñó el término aceptación radical como un proceso enmarcado dentro de la terapia dialéctico conductual para el alivio del sufrimient­o.

Pero quizá quien integra de un modo más completo la aceptación como un pilar esencial en la interacció­n con la vida es Steven Hayes, quien desarrolló la terapia de aceptación y compromiso, un trabajo psicoterap­éutico enfocado en desarrolla­r la aceptación, a la par de un compromiso personal con las acciones ligadas a los valores.

Y si en lo personal la aceptación se convierte en el inicio de la resilienci­a, en lo social la aceptación es el pilar fundamenta­l de una buena convivenci­a. Más allá de gustos personales, la aceptación de lo diferente supone una oda a la convivenci­a humana, abandonand­o cualquier deseo de imponer a otros la visión personal, por el simple hecho de que la persona de enfrente piensa y vive diferente.

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