Javier Ruiz Pérez
La función social y transformadora del arte.
A través de la pintura, Javier Ruiz Pérez encuentra espacios donde el alma puede volver a fluir. Entiende que el arte no debe ser exclusivo ni excluyente; tiene que elevar, que generar incertidumbre, hacernos mirar desde otras perspectivas. Este joven pintor avanza rápidamente hacia una madurez pletórica. Desde la figuración, agarra al vuelo el verso de Walt Whitman: “Existo como soy, con eso basta”.
La pintura de Javier Ruiz Pérez (La Carolina, Jaén, 1989) proyecta intelectualidad y profundidad. Es consciente de que para que las ideas calen, y el arte pueda cumplir su función como instrumento del cambio social, es preciso conectar con el mayor número de personas. La figuración es probablemente el mejor camino para ello. El antídoto contra una visión endogámica y sectaria. Residente en Ámsterdam, está graduado en escultura, en diseño gráfico y en ilustración en la Escuela de Arte nº10 de Madrid, y ha completado su formación con numerosos cursos y talleres de pintura entre los que destacan los cursos de retrato al natural con los profesores Joseph Todorovich y Sunny Apinchapong en 3KicksStudio de Pasadena, California, o el taller de pintura con el pintor Antonio López y Andrés García Ibáñez en Olula del Río, Almería, entre muchos otros. Sus obras se encuentran en colecciones tan destacadas como la de Arte
Figurativo Contemporáneo del Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) de Barcelona.
Concibe el arte como un instrumento para la transformación social?
Absolutamente. Si bien también es cierto que lo concibo desde una perspectiva poliédrica, es decir, que tiene otros caminos o fines; pero creo que el uso del arte como mecanismo de actuación debe ser el eje sobre el que gira, no solo mi trabajo, sino el de muchos artistas.
¿Un pintor realista puede estar cómodo en la equidistancia?
Supongo que es un tema difícil de tratar porque al final depende de cómo nos sintamos cada uno a la hora de mirar el mundo y ejercer nuestro trabajo.
Según Ortega y Gasset, el arte vanguardista debe tender a la deshumanización, o sea
evitar las formas vivas y la sentimentalidad para poder crear formas estéticas autónomas. ¿Asistimos a la deshumanización del arte o es solo una pretensión de las vanguardias?
Bueno, aunque a priori pudiera parecer muy vigente esta apreciación, la visión del arte y del mundo ha cambiado radicalmente. No es que haya cambiado de dirección, sino que se ha ramificado. Todo se mueve muy deprisa, hay multitud de oportunidades y personas trabajando de forma activa. Habrá gente que crea que debe de ser así, seguro, pero yo no estoy de acuerdo. Esta forma de pensamiento hace que el arte se vuelva muy endogámico y solo lleguen a entenderlo y a apreciarlo los que se mueven en él. Creo que hay que conectar con el resto de las personas de alguna forma, y en esto, la figuración, sin duda, es una buena herramienta.
Se puede pasar de pintar las cosas a pintar las ideas?
Ya en los primeros años del pasado siglo se puso en práctica; el suprematismo de Malévich es un buen ejemplo de ello. No es nada nuevo. Creo que, simplemente, rondamos las mismas ideas con formas distintas de aproximación.
¿Es necesario distanciar el arte de la empatía emocional y acercarlo a la intelectualidad?
En mi opinión, no tiene por qué ser ni exclusivo ni excluyente. Es obvio que el arte tiene que elevar, que generar incertidumbre, hacernos mirar desde otras perspectivas, y para ello necesitamos intelectualidad y profundidad pero, para que las ideas calen de alguna manera, se necesita conectar con el mayor número de personas. Creo que son dos conceptos que deben ir siempre de la mano.
¿Hay que estilizar la realidad para poder aprehenderla?
En cierta manera, sí. Para visibilizar las cosas, en ocasiones, la única manera es la contundencia. Más ahora, que estamos supeditados constantemente a una extrema contaminación tanto visual y auditiva como de contenido. ¿Puede que se use mucho esto en la nueva política?...
Usted contrapone la naturaleza desnuda, donde el alma humana parece ausente, a las actividades cotidianas del ser humano en un paisaje que, si no le es ajeno, por lo menos sí parece extraño. ¿Por qué esta descontextualización?
Para que los personajes de mis obras tengan su propio espacio. Necesito limpiar el contexto, darles un lugar donde el alma pueda volver a fluir. Como ejemplo, podría decirte que no recuerdo haberme sentido más libre que el día en que pude quitarme, durante unas horas, esa “mochila” que todos llevamos encima, de manera inconsciente, y que guarda cuestiones inherentes a la vida, como pueden ser el trabajo, el móvil o la familia. Solo ese día me sentí autónomo de verdad, percibí de repente un yo nuevo, y esto es lo que trato que tengan y transmitan las mujeres y hombres que aparecen en mis obras.
¿A dónde quiere llegar con ese diálogo entre lo mundano y lo sublime?
Es que creo que son inseparables; el problema es que no siempre estamos preparados o lo suficientemente atentos como para darnos cuenta de que lo sublime también podemos encontrarlo en lo mundano. Hay un término japonés –Wabi-sabi– que habla de la belleza de la imperfección y qué hay más real que un error o una grieta si,
NO PRETENDO CONTAR LO QUE YO PIENSO SINO GENERAR UNA ESPECIE DE DEBATE INTERNO ENTRE LA OBRA Y SU INTERLOCUTOR