Rómulo Bustos Aguirre
Poeta. Doctor en Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid.
Magister en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Titulado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad de Cartagena (Colombia). Ha realizado exposiciones de dibujo e ilustraciones para revistas. Es profesor de literatura en la Universidad de Cartagena, fundador de la revista En tono menor y de la colección El reino errante, Biblioteca Básica de Literatura del Caribe Colombiano. Su poesía ha circulado en eventos nacionales e internacionales, así como en traducciones parciales a otros idiomas. Ha sido igualmente recogida en diversas compilaciones y antologías. Estas son algunas de ellas: Muerte y levitación de la ballena y otros poemas (2020); La pupila incesante (2016); Poesía escogida (2014); De la dificultad para atrapar una mosca (2008); Oración del impuro (2004); Palabra que golpea un color imaginario (1996); Casa en el aire (Pretextos, 2017) y Muerte de Dios y poesía moderna en Colombia (2017).
1.
La expresión ante todo apunta a reconocer el indiscutible lugar de Gabriel García Márquez en la literatura moderna colombiana: el Gran Tótem. Si García Márquez es nuestro Cervantes no hay que perder de vista que la literatura colombiana no tuvo Siglo de Oro; apenas le alcanza para una década de oro: la del Cincuenta. De allí, en gran manera, arranca todo, tanto en poesía como narrativa. La década del Cincuenta constituye un momento de inflexión: es el momento en que la literatura colombiana, con evidente desfase respecto del resto de literaturas latinoamericanas, aprendió los pases de baile de la modernidad. Particularmente pienso en la notable calidad de su poesía, que es hoy por hoy una de las más sólidas en lengua española. Desconcertante (pero absolutamente entendible) que las editoriales no se hayan percatado de ello y hayan convertido la novela en el único planeta. El resto de géneros: poesía, cuento, crónica, ensayo, son meros satélites. Lo chistoso es que los propios novelistas parecen estar convencidos del cuento. Baste recordar las declaraciones de la mayoría de los novelistas colombianos, a propósito de la reciente polémica sobre la supuesta neutralidad de la literatura, en el marco de la FLM 2021: despliegue de colas de pavorreales, desbordamientos narcisistas, en fin, feria de egos.
2.
No se puede incurrir en la idolatría del libro per se. La idea del libro como portador de cultura y transformación cultural tiene muchas aristas. ¿De qué libros estamos hablando? No olvidemos que el libro es, entre otras cosas, industria del libro, mercado del libro y por tanto también producción para el consumo. El mercado del libro y del arte es un auténtico bazar. En la hiperoferta ante la cual está el lector la buena literatura, la lectura crítica es solo la punta del iceberg. En la aplastante mayoría de las veces estamos ante el lector modelado por las dinámicas del mercadeo; tan consumista es este lector como cualquier consumista: consume autores de “marca” como cualesquier zapatos Adidas o bolsos Gucci. No hay que olvidar que uno de los elementos que ha más contribuido a la configuración de la actual sociedad es el dinero: el gran agente “democratizador” del dinero y su poder deletéreo. Ni siquiera la academia universitaria puede escabullirse de las leyes del mercado. El peligro de la democracia globalizada es la muerte del sujeto crítico. Y no se puede permanecer neutral ante este ataque a la humanidad de lo humano. De lo que se trata en verdad es de crear buenos lectores, lectores críticos. ¿Cómo hacerlo? El sujeto crítico solo existe en los márgenes del sistema y en sus intersticios. Y subsiste gracias a la comunidad invisible y secreta de los buenos lectores. De todas maneras es una buena noticia –aunque paradójica– saber que las mismas voraces estructuras del mercado editorial entienden que existe el nicho económico del sujeto crítico, y no lo dejarán escapar. Como se puede ver: nada puede desembarazarse de los interesas económicos del mercado. Un perverso círculo vicioso. Un reto utópico para la auténtica literatura, no la que entronizan las chicharras del marketing. Sospecho que siempre estaremos ante el peligro del retorno de los bárbaros… que, por supuesto, nunca se han ido.