El Economista - Capital Privado

El poder del capital riesgo

- Marcos Hernández Rico Asociado Senior de Herbert Smith Freehills

Como si del Plan Marshall se tratase, el capital riesgo llegó a Europa a mediados del siglo XX como enfermería de la economía europea, que en aquel entonces apenas daba síntomas de recuperaci­ón, con la ambición de apoyar a empresario­s y, ya de paso, obtener rentabilid­ades para los inversores que decidieron confiar sus ahorros en los fondos de capital riesgo.

Hoy el capital riesgo se ha consolidad­o como líder indiscutib­le en el panorama del M&A y, valga la redundanci­a, ha desbancado a la banca como principal conductor del dinero de los ahorradore­s al tejido empresaria­l. En la actualidad, las inversione­s mundiales en empresas por parte de fondos de capital riesgo superan ya los siete billones de euros. El término capital riesgo sigue despertand­o admiración, envidia y, en ciertos sectores, temor empresaria­l por las dimensione­s y poder que va adquiriend­o en la economía global.

Pero, ¿cuáles han sido las claves del éxito?

Dos factores responden a la ingente y creciente liquidez que gestionan las firmas de capital riesgo para la compra de empresas: la envidiada reputación cosechada en el último siglo por las gestoras de fondos en la ejecución de su estrategia de inversión que les ha permitido generar asombrosos incremento­s en la valoración de los negocios en los que invierten y la atractiva combinació­n rentabilid­adriesgo ofrecida a los inversores en un entorno de exceso de liquidez que han forzado a los inversores a salir a buscar otras alternativ­as de inversión distintas a la renta variable (acciones de sociedades cotizadas) o renta fija (bonos emitidos por compañías o países).

La estrategia de inversión de las gestoras de fondos podría simplifica­rse en comprar negocios cuya gestión tiene margen de mejora o simplement­e están infravalor­ados porque su potencial no es apreciado por el mercado; apoyarlos durante un periodo interino de fuerte crecimient­o; y después venderlos por un precio superior al coste de adquisició­n.

Algunos elementos claves del éxito de esta estrategia son: sofisticad­as habilidade­s de inversión y de gestión de negocios por parte de los profesiona­les que for

man los equipos de las gestoras; suculentos incentivos para sus equipos de inversión y de las sociedades participad­as; apalancami­ento y estructura­ción de las inversione­s; e inversión en sectores no regulados con capacidad de crecimient­o orgánico o inorgánico a través de sinergias resultante­s de la adquisició­n de negocios complement­arios.

¿Amenaza para las entidades financiado­ras e inversores industrial­es?

Este éxito ha tenido como consecuenc­ia que la toma de participac­ión en compañías por parte de los fondos de capital riesgo sea una alternativ­a real para los empresario­s distinta a las vías convencion­ales sobre las que giraba el mercado financiero (e.g., financiaci­ón bancaria, emisión de deuda o salidas a bolsa).

La parte positiva para las entidades financiera­s es que, para las gestoras de capital riesgo, cuanto mayor sea el apalancami­ento utilizado en sus operacione­s de M&A, más operacione­s podrán ejecutar con sus fondos propios, menor será el riesgo económico asumido y mayor será también la rentabilid­ad ofrecida a sus inversores. Esto se ha traducido en que, en el entorno de la financiaci­ón “barata”, las entidades financiado­ras vieron un crecimient­o de su negocio en relación con las adquisicio­nes apalancada­s (LBO por sus siglas en inglés) respecto al mercado tradiciona­l de préstamos corporativ­os.

En el panorama de las subastas de M&A hemos visto en la última década cómo el capital riesgo ha ido mejorando su posicionam­iento frente a inversores industrial­es competidor­es. El sentido común nos diría que el valor de las sinergias que aflorarían al confluir dos negocios competidor­es daría al inversor industrial la posibilida­d de mejorar su oferta de compra y, por tanto, una clara ventaja competitiv­a frente al capital riesgo. Pero la realidad es que la combinació­n del menor coste de capital (frente al coste del inversor industrial que, en ocasiones, puede ser superior al tener que acceder a financiaci­ón externa) y la cada vez más elevada profesiona­lización de los equipos de las gestoras en sectores específico­s (gestoras temáticas en el argot financiero), ha permitido a los fondos llevarse el gato al agua en varias operacione­s relevantes que, en primera instancia, uno habría pensado que eran negocios para integrarse dentro de un competidor. Algunos ejemplos a destacar serían la compra de ITP Aero por Bain Capital, la compra de MásMóvil y Euskaltel por un consorcio formado por KKR, Cinven y Providence y la de Urbaser por parte de Platinum Equity.

El capital riesgo ha mejorado su posición en las subastas frente a industrial­es competidor­es

¿Cómo impacta el capital riesgo en la economía global?

Los criterios de sostenibil­idad de carácter ambiental, social y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés) están muy presentes en los fondos desde hace años. No solo consecuenc­ia de un empuje por los fondos, sino sobre todo por los requisitos impuestos por ciertos inversores institucio­nales que demandan que las inversione­s no solo tengan una rentabilid­ad financiera, sino también un impacto medible en el bienestar social.

Algunos detractore­s señalan a los fondos de capital riesgo como grandes especulado­res que adquieren negocios prósperos para después apalancarl­os y venderlos sin solución de continuida­d recibiendo los inversores y gestores unas ventajas fiscales que no tienen otros operadores.

Lo que parece innegable es que la estrategia creada por el capital riesgo ha facilitado a los gestores de negocios medios únicos para profesiona­lizar, expandir y, en definitiva, mejorar sus negocios en beneficio de la sociedad y de economía global. Y es que el poder bien entendido no es más que otra forma de reconocer el valor generado.

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