En el Alpine ninguno de sus órganos brilla tanto como el conjunto
➥ último a soluciones tan ingeniosas como colocar el depósito de combustible sobre el eje delantero.
Basta pisar una autopista o carretera en buen estado para quedar sorprendidos por el refinamiento mecánico del Alpine. Obviamente es un deportivo y su comportamiento resulta firme y atlético pero sin olvidar en ningún momento que los ocupantes deben disfrutar de cierto grado de bienestar en sus desplazamientos. De hecho, al volante la suspensión parece ‘acunarnos’ con suavidad, permitiéndonos sortear badenes y baches con naturalidad a la espera de la llegada de zonas donde demostrar su genética de deportista.
Activamos el modo Sport y notamos cómo el A110 tensa sus músculos, ahora ha dejado de ser un tierno cervatillo y lo sentimos grácil como una gacela. Extremadamente preciso con nuestras indicaciones de volante, sorprende la agilidad con la que el tren delantero cumple con la menor de nuestras insinuaciones, el motor rinde mucho más de lo esperado gracias a un cambio de doble embrague sencillamente perfecto, tanto por la rapidez como por la suavidad que muestra en transiciones, obviamente no tenemos la menor intención de manejarlo a través de las levas, pues dudamos que seamos capaces de mejorar el funcionamiento automático. Por separado ninguno de los órganos mecánicos del A110 rinde tanto como el conjunto. Resulta difícil recordar un coche tan noble y equilibrado. Según se va complicando la carretera parece fundirse con nosotros dándonos un grado de confianza que nos lleva a buscar sus límites cada vez más le- jos en curva, sin olvidar una capacidad de frenada realmente insultante, tanto por su potencia como porque nos permite entrar ‘pasados’ y ‘salvar los muebles’ en pleno giro sin rechistar. Todo ello con un control de estabilidad en modo latente, que sólo entra en funcionamiento cuando hemos sobrepasado ampliamente los límites físicos. En caso de desconectarlo el A110 se convierte en un maestro de conducción, permitiéndonos hacer cruzadas uniformes, predecibles y controlables mediante el acelerador y el volante.
Máximo egoismo
El Alfa vive para sí, es un ególatra recalcitrante. Si detecta en ti la menor duda o indecisión te invitará a bajarte. Debes ser firme, y tener mano de hierro sin guante de seda. Busca alguien que lo dome, y una vez que descubre que estás a su nivel se rinde a tus pies y se convierte en un compañero inseparable que parece ‘guiarte’ por la trazada correcta en los virajes, porque tú con el volante sólo le indicas la dirección, pero es él el que elige la zona de la carretera por la que quiere trazar, siempre la más firme y con mejor agarre. En autopista es rápido y fugaz, y nos hace superar los 160 por hora sin darnos cuenta, y en zonas de montaña nos invita a conducir a golpes de volante, gas y freno, recordando que no tenemos dirección asistida y que para frenar debemos ‘aplastar’ sin contemplaciones el pedal izquierdo. Eso sí, no olvida ni perdona errores con facilidad, nos exige tanta precisión como anticipación en nuestras maniobras si queremos ser rápidos y sobretodo… disfrutar.