LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
A MENUDO, RECIBO a muchos amantes del motor y aficionados a las ruedas, aunque sea desde lejos, que me preguntan cuándo será la industria del automóvil realmente sostenible. Yo siempre les respondo lo mismo: la automoción es ya un sector económico sostenible. Ojalá la mitad de las actividades industriales de nuestro país pudieran jactarse de invertir 3.000 millones de euros anuales en desarrollar tecnologías que reduzcan el impacto ambiental de sus productos como hacen los fabricantes de coches. Ojalá la construcción, la industria química, la moda, la farmacia, el turismo, la metalurgia o la industria agropecuaria anduvieran tan cerca de los objetivos de descarbonización planteados para 2050 como lo está la automoción en general.
Es verdad que el “palabro” descarbonización encierra una sutil trampa. Cuando los países industrializados se plantearon luchar a brazo partido contra el cambio climático, nadie dijo que “ecológico” tuviera que ser necesariamente “sin combustible”. Los interesantísimos avances tecnológicos de muchas marcas hacia soluciones de combustión con emisiones reducidísimas y eficacias increíbles demuestran que quizás corrimos demasiado a la hora de demonizar a la energía fósil. Pero lo cierto es que la industria del automóvil se tomó a pecho el binomio verde-eléctrico y a la chita callando ha protagonizado uno de los procesos de electrificación más admirables de la historia de la ingeniería.
Según datos de ANFAC, en tres años se ha multiplicado por 10 la producción de vehículos eléctricos. Existen hoy 200 modelos eléctricos o híbridos enchufables que no existían antes de la pandemia. Sí, nuestra industria del automóvil es sostenible. ¿Pero lo es también el país que la sustenta? El reto al que nos enfrentamos no tiene precedentes. Como nación nos jugamos no perder el enésimo tren. España dejó pasar la revolución industrial, la revolución digital, la revolución genética y casi, casi la revolución de las nuevas energías.
La revolución de la nueva cadena de valor gira alrededor de ese glorioso aparato con ruedas que nos lleva de un lado a otro. Hay en ciernes un nuevo ecosistema donde conviven las energías renovables, la tecnología digital, la telecomunicación y la industria pesada. El azote de la pandemia ha puesto encima de la mesa una inversión pública sin precedentes para salir de esta. Pero sería un error pensar que el futuro de la industria reside solo en hacer un buen uso del impulso inesperado de los fondos Next Generation. Hay que ser tan ambicioso como para pensar que esta vez sí que estamos preparados para cambiar la historia. Más que nada porque tiene pinta de que será la última oportunidad para nuestra generación.