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ste apartamento de setenta y cinco metros cuadrados se inscribe en la operación realizada en el antiguo barrio del Poble Nou de Barcelona, donde se trabaja por reconvertir los antiguos espacios fabriles del distrito 22 hacia su uso residencial.
Los edificios y naves industriales del Poble Nou ofrecen espacios diáfanos, luminosidad y generosa ventilación en una ubicación que con el crecimiento paulatino de la ciudad va ganando centralidad. Lo único que obstaculiza, aún hoy, a la rentabilidad máxima de sus metros cuadrados, es quizás precisamente su “exceso” en relación a los estrictamente necesarios para el desarrollo de una actividad residencial. La operación que requieren con mayor frecuencia los propietarios interesados en ofrecer estos espacios para el alquiler residencial es, por tanto, la división horizontal. La casa que se muestra es un caso paradigmático de la transformación inmobiliaria y urbana que viven este barrio y la ciudad. Una vivienda que hasta hace poco no lo era y que acabó convirtiéndose en tres. Un espacio en donde antes se alineaban de forma indistinta, continua y perpendicular a los grandes ventanales, mesas y compañeros de trabajo bajo vigas desnudas de hormigón y un alumbrado eléctrico uniforme; y un recinto en donde ahora se alternan, en cambio, espacios para el refugio, la intimidad y el descanso de solteros a destajo o compañeros de vida con contrato indefinido sobre camas y mesas en las que cada uno fabrica poco más que su historia personal, sus relaciones cotidianas más cercanas, sus sueños, sus pesadillas y una parte, siempre tragi-cómica, de su vida. Un recinto, que como todo hogar, es el escenario en donde se representa la parte menos pública de cada historia: Una