La ventana
En este número dedicamos unas páginas a analizar la oferta de superficies de trabajo para cocinas y nos parece una buena ocasión para pensar, una vez más, en el nuevo papel que esta pieza está adquiriendo en el conjunto de la vivienda. Un informe reciente sobre los nuevos hábitos de los consumidores en el entorno doméstico revela que la cocina se ha convertido en el espacio central donde suceden la mayor parte de actividades significativas de la vida diaria. Alrededor de la preparación y consumo de alimentos se han apuntado otras funciones como las sociales, la comunicación y el ocio que se reservaban a zonas distintas de la casa o el apartamento. Y hay mucho más…
La cocina deja de ser un espacio esencialmente femenino. Aunque la mujer sigue siendo la figura encargada de la preparación y organización de las comidas –duplicando el porcentaje masculino– se observa un progresivo cambio, fruto del reparto de las tareas domésticas. Los más pequeños, por su parte, exploran el espacio cocina como una prolongación de sus entornos de aprendizaje habituales. No hay que desdeñar el éxito que los concursos de chefs han alcanzado en los medios.
El binomio alimentación-salud, del que estamos todos absolutamente mentalizados, tiene también su reflejo en la cocina. La preocupación por un estilo de vida más saludable, tanto a nivel físico como mental, se constata en el interés por conocer tanto la procedencia como las propiedades nutricionales de los alimentos. La disminución en el consumo de alimentos procesados y precocinados está en contradicción con la falta de tiempo que impide cocinar sano. Una disyuntiva que cada uno tiene que resolver como pueda pero que, en términos positivos, favorece comer en casa.
La conciencia medioambiental condiciona el uso de la cocina a todos los niveles. Se traduce, por un lado, en la progresiva transformación en los hábitos de compra y otros comportamientos: cada vez tienen menos cabida las bolsas y envases de plástico, ganan importancia el suministro a granel y los productos de temporada y proximidad. Y por el otro, la cocina se convierte en el espacio en el que se profundiza en la conservación y reutilización de alimentos para evitar su desperdicio.
En la cocina del siglo XXI las redes sociales cobran protagonismo por delante de la propia televisión que, hace años, entró en este espacio. Y se convierten en motivo para pasar más tiempo en ella, explorando nuevos platos o recetas, convirtiéndose también en fuente de información sobre cambios en la dieta o descubrimiento de nuevos restaurantes, mediante blogs, Twitter, Facebook, Instagram o tutoriales de YouTube. Un proceso en el que los grandes chefs han adoptado un papel prescriptor –han relevado incluso a la mujer a la hora de transmitir la tradición gastronómica que antes se hacía de abuelas, madres e hijas– compartiendo su sabiduría culinaria sin restricciones a través de dichas redes, programas televisivos, libros, blogs Además, las redes tienen otro papel fundamental: sirven como herramientas para la transformación de los hábitos de consumo en base a criterios de eficiencia energética, sostenibilidad o reciclaje.