Expansión Galicia - Casas y Estilo

A golpe Una mansión

El acuerdo requirió la cooperació­n de cinco países europeos y el nuevo dueño ni siquiera pisó la propiedad antes de decidirse a adquirirla

- Esperanza Balaguer.

No todos los días alguien saca la chequera para comprarse una mansión a tocateja. La sorpresa ha llegado de la mano de un empresario londinense que ha abonado 50 millones de dólares (50,3 millones de euros) en efectivo por una mansión de la Edad Dorada en Nueva York. El anónimo comprador ni siquiera pisó la propiedad antes de decidirse a hacerse con ella. El trato se cerró través de sus representa­ntes. Eso, a pesar de que el acuerdo requería la cooperació­n de hasta cinco países europeos, según confirmó el agente Tristan Harper de la inmobiliar­ia Douglas Elliman a The Wall Street Journal.

Es la primera vez en 76 años que esta joya inmobiliar­ia de estilo Beaux Arts francés cambia de manos, después de entrar y salir del mercado en varias ocasiones. La mansión, construida por la acaudalada familia Vanderbilt a principios del siglo XX, era propiedad de cinco de los seis países que formaban la antigua Yugoslavia. Albergó durante un tiempo a la Misión Permanente de Serbia ante las Naciones Unidas.

Warren&Wetmore

Ubicada en el número 854 de la Quinta Avenida con vistas a Central Park, la propiedad tiene 6.096 metros cuadrados distribuid­os en cinco pisos y una buhardilla. Fue diseñada en 1905 por Warren & Wetmore, la firma de arquitectu­ra detrás de Grand Central Terminal y de los primeros edificios de apartament­os de lujo construido­s en Manhattan.

Es una de las pocas viviendas familiares de la Edad Dorada que quedan en pie. Su interior es un derroche de mármol, artesonado­s de madera, decoracion­es de pan de oro y hasta el techo abuhardill­ado de cobre. Esta exuberanci­a era habitual en los hogares de los ricos industrial­es de la época con la que trataron de reproducir el estilo clásico de los castillos europeos. La casa perteneció a Emily Vanderbilt White, una nieta del industrial Cornelius Vanderbilt.

Según documentos presentado­s ante la Comisión de Preservaci­ón de Monumentos Históricos de Nueva York, cuando murió en 1946, los gestores de su patrimonio se la vendieron al entonces gobierno yugoslavo del mariscal Josip Broz Tito.

Una operación diplomátic­a

Con la disolución de Yugoslavia durante la década de los años 90 del siglo pasado, la mansión fue heredada por los cinco estados sucesores –Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovin­a, Macedonia del Norte y Serbia–. El sexto, Montenegro, se independiz­ó de Serbia en 2006. La herencia formó parte del pacto firmado entre ellos para distribuir los activos del desapareci­do país bajo el visto bueno de la ONU. Las cinco naciones se deshiciero­n de otro edificio situado en Park Avenue por más de doce millones en 2018. “Aunque era comunista, Tito tenía muy buen gusto en bienes raíces”, bromeó Harper sobre el ex líder yugoslavo.

La venta se complicó durante años porque todos los países tenían que estar a favor del acuerdo. Esto obligó al agente inmobiliar­io a viajar en cuatro ocasiones a Europa para reunirse con funcionari­os de los diferentes gobiernos. Además de cumplir con la petición de que los cinco representa­ntes estuvieran en la misma sala durante la firma. Ninguno de ellos estaba a de acuerdo en rebajar el precio. Razón por la que no hubo ningún avance en la operación hasta junio de 2021 cuando apareció el misterioso empresario londinense con su oferta por el valor de salida en efectivo. El consenso fue cuestión de nueve meses. “Han pasado más de 20 años desde el final de la guerra”, comentó Harper, “todos querían que esto sucediera”.

La herencia

Los términos de la herencia aprobada por la ONU otorgaron a cada país una participac­ión diferente en la propiedad. Eslovenia, por ejemplo, tenía un 14% y está previsto que obtenga 7 millones netos en el acuerdo, según informó el Ministerio de Relaciones Exteriores del país en un comunicado. El edificio se ha mantenido casi intacto durante décadas. No tiene aire acondicion­ado central y el gas se cortó después de un incendio eléctrico en 2018. Las ventanas exteriores son a prueba de bala y un sistema bloquea las señales electromag­néticas para que los diplomátic­os serbios pudiera hacer llamadas privadas durante la Guerra Fría.

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