Un humilde ciclista

Cuando aún era un peque, cuando sus padres le dejaban en la guardería Pato Lucas para poder ir a vender las verduras que cultivaban a las plazas de los mercados de Arcabuco y Combita, en Colombia, su vida ya corría peligro. Sólo ocho meses y el destino le puso la primera prueba. Isabel Monroy, su cuidadora, no tenía ninguna esperanza de que atravesara la barrera de los tres años. Sufría lo que allí, en las montañas de Boyacá, llaman tentado de difunto, un mal inexplicable del que pocos se salvan. Tenía diarreas, la nariz y la boca le sangraban cuando tosía, un olor nauseabundo, los ojos apagados, hasta que una tal María, experta en hierbas, le dio a la madre de Nairo, María Eloisa, una receta casera y, milagros de la vida, su estado mejoró. De aquella enfermedad, el ahora ciclista colombiano se recuperó. Pero no fue el único obstáculo que tuvo que saltar. Cuando marchaba camino de Arcabuco con su bici, en uno de esos habituales trayectos que tenía que cumplir para llegar hasta su colegio, un taxi le golpeó tan fuerte que le envió directo al coma. Cinco días así, con su corazón en un alambre, hasta que, duro él, también encontró la vía de salida. Dos hechos que han labrado su carácter, el de un chico humilde que ahora mantiene a una familia machacada de trabajar, campesinos que encontraron en el ciclismo el escape hacia un sueño.