Sin partida de póquer
Simon Gerrans se aprovechó de su punta de velocidad frente a Nibali y un Cancellara que echó por la borda su potencia al tirar de ambos. Se desgastó solo para cortar al grupo perseguidor donde por última vez en su carrera marchaba, como siempre, Óscar Fre
Se reía con ternura Erik Zabel. Azotado por el viento que sobre el asfalto era brisa pero un poco más arriba, al nivel que hacen ascender los pedales y el sillín, parecía huracán. Se emulaba a sí mismo ahora que con el jersey del Katusha se presenta como el preparador y consejero de los sprints. Sonreía el alemán porque se acordaba de 2007 y 2008, las dos últimas temporadas que le vieron como ciclista profesional y veía en ellas reflejado a Óscar Freire. “Puedo imaginarlo”, se dice. Ese momento, esa agonía que son los metros, los centímetros más bien, en los que se ve claro cómo una victoria, la ocasión, la oportunidad se va. Preguntar a las piernas, interiorizar para el adentro más profundo, intentar entender cómo están. Pedirles un esfuerzo más y notar, sentir que no pueden. Que la cabeza y el corazón no mandan entonces, menos la mirada que aleja en el horizonte cada vez más ese triunfo, pues son ellas el órgano vital y dicen, responden, protestan porque no pueden más. “Yo lo sufrí, vi esa decadencia”, reflexiona Zabel, instinto paternal el suyo con Freire.
CORAZÓN ROJO
Él, el genio de Torrelavega, tenía la carta mayor, el corazón rojo que es motor. El órdago del Katusha era él a pesar de las estratosféricas piernas de Xavier Florencio. Quiso, pero supo que no pudo. Ni lo pensó cuando, poco después de que su bravo paisano Ángel Madrazo (Movistar) dejara en el Poggio otra pincelada de su talento, Vincenzo Nibali, Simon Gerrans y Fabian Cancellara juntaron fuerzas para abrir el precipicio insalvable que fue la arrancada propiciada por el Tiburón del estrecho. Ahí, justo ahí, antes del desenlace, Óscar Freire ya era consciente de que todo estaba perdido. Las fuerzas flaqueaban.
cazaron a punto de iniciarse el Molenberg. Allí empezó el recital de Vanmarcke, atacando desde abajo descolgó a los de la fuga inicial y puso en apuros al resto. Redobló esfuerzos en el Paddestraat y con un primer acelerón se quitó de en medio a Hushovd y Breschel. El posterior dejó a Boonen y Flecha sin gregarios. Ya sólo eran tres, podio asegurado. Pero el imberbe belga del Garmin no detuvo ahí su ambición. Sin ningún complejo actuó como si fuera un consagrado. Dos intentos de Flecha a tres y dos de meta y uno de Vanmarcke con la pancarta del kilómetro final a la vista precedieron el desenlace. Flecha abría la marcha, tras él Boonen y cerrando el futuro ganador. Boonen arrancó con todo lo que tenía, pero llevaba a Vanmarcke a su rebufo que le superó con todas las de la ley. Rebosante de alegría recibió la felcitación de su héroe y ahora rival al que aspira a suceder. El Vanmarcke de esta Het Nieuwsblad huele a estrella.