VALOR AÑADIDO
la atenta supervisión de un ingeniero de la marca que verifica que la calidad se mantiene en los valores exigidos. Los cuadros, desnudos, apenas meros amasijos de carbono, llegan de vuelta a la sede belga de donde surgieron de la cabeza de algún diseñador e ingeniero. Llega el momento de hacer de ellos auténticas Ridley. En la marca dan una grandísima importancia al acabado como sello diferenciador. La idea es simple. Si preguntamos entre los ciclistas de a pie por qué eligieron su bici, seguro que muchos van a responder: “porque es bonita”. La verdad que así es. Por mucho que nos empeñemos en explicar si tal o cual bici es más o menos rígida, cómoda o tiene esta u otra geometría, al final acabamos comprando lo que nos entra por los ojos. Por ello en Ridley nos ofrecen la posibilidad de tener un cuadro diseñado y decorado a nuestro gusto, con una pintura y unos acabados de la más alta calidad. El objetivo simplemente es hacer que nuestra bici sea eso: nuestra bici, una máquina única. Impresiona ver los diferentes pasos del proceso, desde que el cuadro llega a la fábrica, se limpia a conciencia, se crean los diferentes diseños, tanto genéricos como únicos para cada usuario, y pasan al proceso de pintado, totalmente artesanal. Como curiosidad, indicar que todo lo que vemos en el cuadro es pintado. No hay pegatinas o calcas que se puedan despegar o dañar con el día a día. Un trabajo de chinos que obliga a cada cuadro a pasar por varias manos de pintura, colocando y retirando vinilos sobre los que se dibuja el diseño. Se remata la faena en la cabina de barnizado donde la capa final protege estas verdaderas obras de arte. Con el cuadro y horquilla acabados, sólo falta pasar a la línea de montaje. Allí cada bici queda bajo la responsabilidad de un único operario que la ensambla en su totalidad, verificando que todo queda perfecto antes de embalar y almacenar a la espera de que sea enviada a su destinatario final.