Ciclismo a Fondo

Una victoria "de la hostia"

- Texto Ainara Hernando

Estaba hecho así. Entre cuadros, cadenas y ruedas. Las finas, las de carretera de su hermano mayor, el espejo en el que reflejarse siempre, Gorka, y las gordas, las de José Ramón, el padre, el modelo a seguir. Creció así Ion. Primero a golpetazos de mano en el frontón con la pelota y después le picó el gusanillo de la envidia cuando veía a Gorka regresar a casa lleno de barro. Cogió la bicicleta y a dar pedales. "¿Y no es demasiado pequeño para empezar?", le preguntaro­n. Algo similar pensarían los que le vieron subir al pódium en la presentaci­ón de equipos de Herning. "¿Y este niño?". Aquel crío se puso nombre y apellidos en Falzes. Los de la promesa que ya es una realidad. Una fuga, un ataque, una explosión en solitario y ahí una llegada expectante de sus brazos, los únicos, incrédulos como sus ojos a punto de explotar en lágrimas de emoción, que ocuparon el cuadro dibujado sobre la meta. Toda suya. Como el futuro con su nombre escrito. Ese chaval rebelde y revoltoso, ese trasto que al llegar a su casa de Ormaiztegi tras una carrera veía cómo su hermano Gorka se enfurruñab­a si no le había ido bien y él, contento con el puesto que hubiera hecho, fuera el que fuese. Él, Ion, el mismo que apenas una semana antes de facturar la maleta con destino al Giro había caído en el descenso del Cordal durante la Vuelta a Asturias que le había visto ganar la crono, gloria y dolor a partes iguales, pero que siempre, también entonces, tiene la tranquilid­ad como imperativo. Por si acaso y para que no se le olvidara se lo estuvo repitiendo una y otra vez Domenico Cavallo desde el coche, desde que, tardía, la fuga fue consentida en el km 60 camino de Falzes. "Y tranquilo Ion. Lasai, lasai". Cavallo, italiano, sabe algo de euskera. Es director y casi padre también. "Y vigila a Herrada, que es el más fuerte". Ion, que ya notaba el cansancio propio en las piernas de quien corre por primera vez la maratón que es el Giro, se olvidó de esa fatiga que transmitía vía mensajes y llamadas a casa. Se amarró a Lars Ytting Bak y a Nikolas Maes, los tallos de la fuga y que más peligro tenían en el llano, y después escuchó atento a Cavallo. "Que tranquilo Ion. Y vigila a Herrada". Que sí. Los sabios nunca fallan. Herrada fue el primero en moverse. Después Mathias Frank. Fuegos de artificio. Ion demostró tener una marcha más. Por esa fuerza, por inercia tomó los primeros metros de ventaja el guipuzcoan­o. La antesala al hachazo final. "Con la mirada trataba de controlar la ventaja y en un momento de la ascensión me dio la sensación de que De Marchi se estaba acercando mucho". Fantasmas a los que sólo con su propio ritmo supo espantar. "Apreté los dientes y seguí". La radiografí­a del espacio no se le olvidará jamás. "Los dos últimos kilómetros se me han hecho eternos, pero he podido entrar tranquilo en meta. ¡Esto es la hostia!". No ocultaba emociones ni lágrimas Ion. La esperanza hecha real, que protagoniz­ó otra actuación memorable guiando a su compañero Mikel Nieve, De Gendt y compañía hacia el Stelvio sin que el Garmin rebajara ni un segundo la ventaja de la escapada.

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Fotos Graham Watson
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