La transición de un cicloturista: de las tinieblas a la luz
Me llamo Ángel Gutiérrez -me conocen por Vileña- y soy un cicloturista que recorre al año entre 3.000 y 3.500 kilómetros por estas carreteras tan bonitas con las que contamos en el País Vasco, y en particular en Las Encartaciones, el lugar de donde soy. En mi época joven competía y sigo queriendo disfrutar de una actividad con tanto gancho como el ciclismo. Mi tiempo se limita a salir los fines de semana y cada tirada me gusta rodar entre 60 y 70 km, con el objetivo simplemente de disfrutar de la bici. Pero, en realidad, lejos de pasarlo bien, cada jornada dando pedales era un calvario. Cuando llevaba recorridos unos 40 kilómetros, empezaban los dolores de piernas, espalda, cintura, cervicales... y el resto del camino se convertía en una agonía. Cuando acababa cada salida tenía tanto dolor que la única solución era tomarme Ibuprofeno, Antalgin, etc. Al día siguiente, domingo, me levantaba sin ganas y con miedo de volver a salir, ya que sabía el suplicio que me esperaba. Esas eran mis particulares tinieblas y, aunque el sol volvería a brillar, yo no lo veía. Tenía sesión de masajista cada diez días y el sufrimiento no terminaba nunca. Todos los que formamos la grupeta conocemos a muchos que saben un rato de los problemas ajenos e intentaban ayudarme, pero era imposible. Llegué a pensar en tirar la toalla y dejar la bicicleta para siempre.
BILBAO, PUNTO DE INFLEXIÓN
Este año 2014 tuve la oportunidad de salir en la Bilbao-Bilbao, ya que mi mujer, sin yo saberlo y pensando que sería un buen regalo, me inscribió. En mi estado, 120 kilómetros me parecían un eternidad así que decidí no completarla. Y, efectivamente, hice 90 km y como siempre acabé fatal. Con la inscripción nos dieron varios folletos de publicidad y entre ellos venía algo de un estudio de biomecánica llamado Custom4.us. Me sonaba haber leído cosas de ellos en Ciclismo a Fondo. No entendía muy bien qué era eso de la biomecánica, pero como mi mujer y mi hijo tenían que aguantar mi mal humor después de andar en bicicleta, me insistieron para que probara suerte con eso de la biomecánica. Llegó el día del estudio, me dijeron que tenía que llevar la bicicleta, equipaje, zapatillas y yo también cargué con mi escepticismo. Me subí en un rodillo y dándome las instrucciones estaba Jon Iriberri, a quien tuve el gusto de conocer en ese momento. La prueba duró aproximadamente 75 minutos y al acabar me senté enfrente de Jon, quien empezó a explicarme el origen de todos mis males mientras yo le miraba ojiplático. Me soltó una frase que siempre recordaré: "Hay que hacer varias modificaciones en la bici con las que podríamos discutir, pero hay una que es innegociable. Te voy a cambiar sí o sí el sillín". Me trajo un sillín con una especie de aleta de tiburón en el centro. Tenía un aspecto extraño, pero me dejé llevar. Nada más empezar a dar pedales noté unas sensaciones buenísimas, de esas que sabes que algo ha cambiado realmente, que el cuerpo funciona mucho mejor y me fui de allí deseando que llegase el sábado para rodar mis 70 kilómetros. Y en la carretera las sensaciones fueron todavía mejores. Después de los primeros 40 km no notaba ningún tipo de dolor y después de terminar los 70 kilómetros me sorprendí todavía más, ya que mi cuerpo me pedía seguir andando en bicicleta. Por supuesto, no tenía ni dolor de piernas, ni de espalda, ni de cintura...
Envíanos tus dudas relacionadas con la Biomecánica. no notaba molestias. Había pasado de las tinieblas a la claridad y, aunque el día estaba algo oscuro, por fin empezaba a ver la luz. Después de realizar el estudio, compruebas la mejoría y en mi caso particular les sigo haciendo muchas consultas, contestándome a todas ofreciendo seguridad y confianza. Hago esta reflexión porque cuando hablas en las carreteras con otros compañeros te cuentan auténticos dramas y ves a muchos desesperados, cuando la solución no cuesta ni el 5% de lo que podemos gastar en comprar un bici. Así que no os lo penséis, ajustad vuestras monturas; es la mejor inversión que podéis realizar.