CUESTIÓN DE TRENOS
La efectividad y la gracia de André Greipel son inversamente proporcionales. En el ramo de personajes que componen la primera línea mundial de los sprints (Cavendish, la competitividad desaforada; Kittel, el Apolo de inteligencia punzante y mirada triste; Kristoff, el trueno de las arrancadas eternas; Sagan, el carisma hecho ciclista...), él tiene un mote pegadizo, 'Gorila', y nada más. El resto es pura e inexpresiva eficiencia. Su alegría en los dos Trofeos que ganó, el inicial de Porreres y el conclusivo de Palma, fue contenida en meta y podio. Ni alzó los brazos al cruzar la línea ni emitió declaraciones eufóricas o sonrisas amplias, sino que cumplió con sus obligaciones y se largó.
"Han sido victorias colectivas", explicaba con un deje clínico. El secreto de sus triunfos radica tanto en su poderosa velocidad como en el perfecto 'treno' que le apoya. En Mallorca sólo faltaba el 'kiwi' Henderson, todavía inmerso en el verano austral. Sí estaban los lanzadores Jens Debusschere y Jürgen Roelandts y el capitán Marcel Sieberg. Rivalizaron con ellos en Porreres los Bora, que dispusieron a Selig, Thwaites y Dempster para el ágil irlandés Sam Bennett. En Palma fue el turno de Cofidis, que trabajó con Lemoine, Laporte y Soupe en pos de las opciones del boxeador Nacer Bouhanni. Ninguno de los dos 'trenos' pudo hacer nada contra el rojinegro de Lotto-Soudal y la capacidad resolutiva de su flemático pichichi.