Acrobacias,reggaeton y Cristian
En el Durazno, dos horas después de concluir la etapa ya sólo quedaban unos cuantos periodistas tecleando crónicas y el siempre sufrido personal de la organización encargado de retirar las vallas, el arco de meta y el pódium. Bueno, y alguien más. Un niño de piel tostada y rechoncho se acerca a un grupo de periodistas con la mano abierta: "¿Pueden darme dinero para que coja el colectivo? -pregunta-. Soy un fanático del Tour y he venido hasta aquí desde la ciudad para verlo pero no tengo dinero para regresar", explica. Ellos alucinan. Hablan con el conductor responsable del bus que lleva a la prensa, que da su permiso para que el chaval viaje con ellos. El camino a San Luis es de lo más divertido. Cristian, el niño rechonchito, no para de cantar mientras cuenta que tiene quince años, que acaba de terminar la escuela y que todos los años va a la carrera para conseguir 'remeras'. Está preocupado porque aún no se ha hecho con ninguna camiseta y al llegar al hotel, los periodistas se despiden con la promesa de conseguirle una. "¡Talla 3, ¿eh?! -dice Cristian-. Que si no, no me la puedo poner". Gracias a Eugenia, la traductora de la carrera, los periodistas se enteran de que el chaval es conocido en San Luis "porque va a todos los eventos del Gobierno y es muy querido por la gente de la ciudad". La carrera sigue, el calor aprieta y las ganas de bailar afloran. En la partida de Terrazas de Portezuelo, ningún ciclista se atreve a salir del autobús con el aire acondicionado. Para pasar el rato, los ciclistas de Movistar Team se hacen con el control de la música. Algo de Manolo García y mucho reggaeton mientras, a unos metros de distancia, Vittorio Brumotti trepa hasta el tejado del edificio del Gobierno y se desliza por él montado en su bici. El show del italiano no para, tanto en las metas como en las salidas haciendo acrobacias hasta llegar a la última etapa en San Luis, cerca de la estación de autobuses. Por esa zona vive Cristian. No lo sabíamos, pero nos estaba esperando. Y su cara se enciende de felicidad cuando le damos el regalo que teníamos reservado desde esa primera noche: sus remeras talla 3.