Taaienberg
Esta edición del Tour de Flandes fue memorable porque el espectáculo deportivo resultó sobresaliente y estuvo revestido con la intensidad emocional que provocan las despedidas. Tom Boonen decía adiós a uno de los escenarios predilectos de su carrera deportiva, el antepenúltimo que visitaba antes de colgar la bici en el velódromo de Roubaix, y su tierra se engalanó para la ocasión. Máscaras de su rostro por doquier, una sobrecogedora presentación en la salida, mosaicos de hasta 250 metros cuadrados dispersos por el recorrido... Todo preparado para honrar como se merecía a este héroe, un personaje que trasciende a la bicicleta porque ha sido divino sobre ella -imposible sintetizar sus logros en una frase- y humano más allá -portada cada semana en la prensa rosa y positivos por cocaína arruinando su reputación de yerno perfecto-. En el pasado número de CAF hablábamos de ese cañonazo que Tom Boonen pegaba cada año durante la Omloop Het Nieuwsblad en el Taaienberg: el ataque que inauguraba la Primavera. En esta ocasión, esa cuesta supuso para Tommeke un final. Fue en ella que su cadena saltó y se bloqueó, obligándole a cambiar su bicicleta por otra que tardó una eternidad en llegar y resultó ser por equivocación la de un compañero. Así quedó eliminado. Dichoso infortunio, siempre queriendo meter la nariz en la historia. En el Taaienberg, también, fue donde arrancó Peter Sagan para tratar de reengancharse a la carrera. Le secundaron, a su rueda, otros dos hombres que habían demostrado piernas ganadoras: Oliver Naesen (Ag2r) y Greg van Avermaet (BMC). Luego se unieron, aprovechando las circunstancias, Niki Terpstra (QuickStep), Yoann Offredo (Wanty), Fabio Felline (Trek-Segafredo) y Dylan Van Baarle (Cannondale). Quedaban unos cuarenta kilómetros para la meta y Gilbert no estaba tan lejos.