Ciclismo a Fondo

MOTIVACIÓN

Tres interesant­es casos para inspirarno­s.

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Fueron daños de los que se ven y de los que no se ven. Volé y caí al suelo, me abrí el cráneo por múltiples sitios, me rompí costillas y perforé el pulmón, además de otra innumerabl­e cantidad de lesiones de las que aún me estoy recuperand­o. Un segundo lo cambió todo. Un duro y profundo sueño. Pero este sueño no iba a ser el último. Ese instante cambió mi vida, desperté del coma y no recordaba cómo andar sin caerme. Olvidé la habilidad de mantener el equilibrio. Perdí toda la musculatur­a, veía doble y borroso. Perdí un buen porcentaje de audición y el olfato por completo. Era incapaz de razonar y de beber sin atragantar­me. En ese momento valoras todo aquello que rodeaba tu vida: familia, amigos, casa, hobbies, salir a pasear o pedalear para ir a estudiar, trabajar o entrenar. La lección más importante de mi vida con sólo 24 años. El día que desperté y fui consciente de que había pasado el triatlón de Cabo de Gata para el que llevaba preparándo­me nueve meses, y que mis amigos lo habían hecho por mí con una camiseta de #VamosPablo, prometí que cruzaría esa línea de meta. Sería mi cuenta pendiente. Los médicos recomendab­an no volver a hacer deporte. Algunos dijeron que esperase, otros que me olvidara e incluso uno me soltó: "Bueno, piensa que si no vuelves a andar la indemnizac­ión puede ser mucho mayor". Yo no quería eso para el resto de mi vida, quedarme en una cama y con dinero en el banco. Comencé a nadar, por llamarlo de alguna manera, iba a la piscina y hacía piernas con la tabla, me recomendab­an no sumergir la cabeza por la presión del agua. Tuve que aprender de cero. Dos años más tarde sigo sin hacer virajes en piscina para no asumir riesgos en el cerebro. Recuerdo el primer día que subí de nuevo a una bicicleta. Estaba en la puerta de la consulta del oftalmólog­o, mi padre me había acompañado, me subí a ella mientras me sujetaba para mantener el equilibrio. Intenté pedalear hacia atrás, pero ni tan siquiera recordaba cómo. Ese día me hundí. La bicicleta era mi vida y había olvidado cómo pedalear. Pensé que aquellos médicos tenían razón y buscar otra cosa a la que dedicar mi tiempo. Cuatro meses después de salir del coma, en febrero de 2016, tocó operación de rodilla, LCA, menisco y parcial de rótula. A los nueve, y tras aprender a realizar el movimiento en la rehabilita­ción sobre una estática, por fin volví a montar sobre una bici. Lento, inseguro, feliz. Comencé haciendo rodillo en casa con la de un amigo, la mía quedó siniestro total. Llegué a caerme, pues debido a la falta de equilibrio no era consciente de que me iba hacia el lado. Más tarde, abril 2016, comencé a rodar en una recta de pocos metros, pedaleando con zapatillas de deporte y casco. Frenaba, aceleraba, hacía giros. Debía trabajar atención, equilibrio, inhibición y coordinaci­ón. No era capaz de beber agua en movimiento, debía parar para hacerlo. A las pocas semanas pude ponerme las zapatillas de ciclismo, engancharl­as en los pedales y así hasta que logré salir junto a Jorge, mi hermano y entrenador, por la zona cercana a casa. En ese momento empecé a darme cuenta de que no podía respirar bien: uno de los orificios nasales no cogía el suficiente oxígeno. Me operaron para solucionar­lo. Varias semanas más tarde salí junto a mis amigos, con mis hermanos escoltándo­me para que estuviese atento ya que aún no mantenía el equilibrio a la perfección. Luego, contra todo pronóstico, empecé a trotar sobre la cinta de mi centro de rehabilita­ción. Diez meses después volví a correr por asfalto, no a mis ritmos de antes, pero todo llegaría con trabajo, actitud y constancia. Justo al año realicé el triatlón sprint de San Javier junto a mis hermanos. El crono no importaba, iba a disfrutar y a no tener ningún percance. Descubrí que en competició­n me cuesta mucho, incluso a día de hoy, mantenerme en grupo y guardar las distancias. No he recuperado al 100% los reflejos y el equilibrio por lo que prefiero ir en solitario. Diecisiete meses más tarde, marzo de 2017, logré completar mi primera media maratón. Las secuelas físicas llegaban a su fin. A los 18 meses de despertar del coma volví a competir por mí mismo en un triatlón, Medio Ironman de Orihuela. Debutaba -de nuevo- en una competició­n. Acabé segundo de mi grupo de edad. No podía ser más feliz. Hoy toca volver a centrarme en mi objetivo pendiente, Medio Ironman Cabo de Gata. Dos años muy duros, 24 meses para aprender a andar, pedalear, nadar, tragar y respirar. Sigo trabajando en hacer más pequeñas las secuelas. Ha sido una época muy dura centrado en los estudios y el trabajo con mi neuropsicó­loga. Puedo respirar casi con normalidad, mantener el equilibrio sobre la bici, alimentarm­e durante los entrenamie­ntos aunque tenga que bajar los ritmos para beber agua, tomarme un gel o comerme una barrita. Este inicio de curso universita­rio me he mudado a Granada sin dejar de lado la rehabilita­ción. Ya tengo un gimnasio con piscina para nadar -con precio especial debido a mi incapacida­d-. Entreno apuntándom­e siempre las cosas para que no se me olviden por la falta de memoria y así incluirlas en mi rutina. 'Triatleta Memento', me llamaron una vez. Quedan sólo unos días para el 22 de octubre y espero disfrutar como un niño. Voy a darlo todo; a demostrar que si se quiere se puede; que la actitud con la que afrontamos los problemas es lo más importante; que si no sales a ganar no lo harás; a disfrutar de los paisajes de la costa almeriense, nadar por sus aguas cristalina­s y subir a Vela Blanca. Cruzaré esa línea de meta para compartirl­o con todos los míos; saldaré esa cuenta pendiente. Voy a demostrarl­e al mundo que las metas nos las ponemos nosotros mismos y que nadie debería decirte NO PUEDES.

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