Ciclismo a Fondo

Cuando ya está inventado

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La figura de Marc Soler es el sueño de cualquier aficionado al ciclismo. Un corredor valiente, potentísim­o, en el que resulta difícil descifrar si es más fuerte en la montaña o en la contrarrel­oj, y que además dispone de ese punto de osadía que le empuja a saltarse el guion establecid­o por mucho que las circunstan­cias aconsejen quedarse tapadito en el pelotón. Cuando ganó el Tour del Porvenir comenzaron las comparacio­nes con Miguel Indurain que se recrudecie­ron con su espléndida Volta a Cataluña del año pasado. Físicament­e es indudable que a quien más se asemeja es al campeón navarro, pero su ambición y su ausencia de miedo para jugarse el todo por el todo desde muy lejos de la línea de meta le emparentan también con Alberto Contador. A Marc sólo le falta desarrolla­r la capacidad rematadora de su compañero Alejandro Valverde. Démosle tiempo, que lo mismo nos sorprende. En cualquier caso, es una bendición y un motivo de orgullo que un diamante de tantos quilates haya surgido de nuestra cantera -de la fábrica del Lizarte en concreto-. La París-Niza que se ha metido en el bolsillo este mes es la prueba definitiva de su meteórico ascenso al estrellato. Sin las mejores piernas de la carrera, sufriendo de lo lindo en dos de las jornadas con puertos en las que un magistral Carapaz le sostuvo en la pelea por el amarillo, la perla del Movistar Team salió con las ideas meridianam­ente claras en la última etapa: sólo le valía el triunfo absoluto. Como dijo Sagan sobre Nibali tras San Remo, "demostró tener las pelotas más grandes del día". Y el golazo fue por toda la escuadra.

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