BILBAO˜BILBAO
Un guión de éxito, perfectamente engrasado en base a la repetición año tras año, ha situado a la Bilbao-Bilbao entre las pruebas indispensables para cualquier cicloturista
No nos perdimos su 30º aniversario.
No podríamos precisar muy bien la razón por la que la Bilbao-Bilbao resulta tan especial. Quién sabe si será por el sabor de una tierra donde se vive el ciclismo como en muy pocos lugares, por el atípico desarrollo sin tiempos ni clasificaciones o por tratarse de una de las primeras marchas en celebrarse cada temporada, lo que supone para una gran mayoría el empezar a plasmar sobre la carretera todos esos entrenamientos robando horas a la noche, quemando rodillos o lidiando frente a frío y lluvia. Sea cual sea el motivo, todos los años a mediados de marzo la capital vizcaína se viste de gala para recibir a cicloturistas venidos de todos los lugares de nuestra geografía. En este 2018 con el aliciente que dan las cifras redondas y es que no hay muchas pruebas capaces de presumir de contar con 30 años a sus espaldas y además hayan conseguido mantener sin apenas cambios una identidad tan clara.
DE MEMORIA
El trazado de la Bilbao-Bilbao es de esos que casi todos los que montan en bici podrían recitar de memoria.
Salvo los primeros años, en los que, según nos cuentan los ciclistas locales, la prueba se aproximaba más a la costa hacia localidades como Bakio o Bermeo, y alguna leve modificación puntual, el recorrido de esta marcha está perfectamente interiorizado con sus 115 kilómetros asequibles para el grueso de los cicloturistas con la sucesión de suaves ascensiones a los puertos de Andraka, Unbe, Artebakarra, Gerekiz y Morga. Una propuesta que por supuesto se ha mantenido en esta trigésima edición, aunque la organización ha querido añadir un extra que sin duda supone todo un acierto. Por un lado una opción más corta, de tan sólo 85 km y que evitaba las tres últimas subidas a aquellos que no han sido capaces de hacer los deberes durante el invierno. Una opción que por otra parte ya era utilizada tradicionalmente de forma extraoficial por muchos participantes en años anteriores, que al alcanzar el avituallamiento en el Parque Tecnológico de Zamudio continuaban a lo largo del Txorierri hasta enlazar con la parte final de la ruta. Por otro, para aquellos a quienes la Bilbao-Bilbao se les quedaba corta, un nuevo reto, la ascensión al Vivero, que ha supuesto la guinda de dureza que quizá se echaba de menos en la prueba.
POR TURNOS
También la característica salida en diferido, en realidad cuatro salidas cada quince minutos entre las 8 y las 9 de la mañana, para que cada uno elija aquella que más se adecúe a su ritmo, es otra de las características de la prueba. Arrancamos este año a las 8:15 con el objetivo de poder tomarnos las cosas con calma. Una primera parte donde se trata de sacudirnos el frescor mañanero en una jornada que amanece marcada por unos fortísimos vientos que pondrían en dificultades a los menos habilidosos. Con la Ría como referencia, nos vamos alejando de la ciudad hasta alcanzar Getxo e ir buscando la costa de Sopelana y Plentzia con el repecho de Barrika, que, aunque injustamente sigue apareciendo como `no puntuable' en el perfil de la ruta, sirve para estirar definitivamente el grupo. Sorteado el típico atasco en el rodeo de la ría de Plentzia encaramos, ahora sí, la primera ascensión del día: Andraka. Tendido y muy agradable de subir, nos devuelve a los ondulados valles en los que el verde de las campas llena hasta donde la vista puede abarcar. Es esta una zona de rápido rodar donde sólo quién no vaya con la vista fija en la carretera podrá descubrir rincones
como el castillo de cuento de Butrón. Tramo relajado que precede a la subida a Unbe, ese Dr. Jekyll y Mr. Hyde que se transforma de suave paseo si vamos de charleta con algún compañero a intensa agonía si nos empeñamos en apretar y seguir la rueda de quien se empeña en torturarnos. Suerte que, como todos los puertos de la ruta, el final queda cerca y pronto iniciamos el descenso hacia el Txorierri con el avituallamiento casi a la vista, pese a que el fuerte viento nos quiera impedir que alcancemos ese punto. Repuestas las fuerzas volvemos a emprender el pedaleo con el intenso dolor de piernas que supone ascender Artebakarra a balón parado, una tachuela que de otro modo pasaría prácticamente desapercibida. Desde aquí nos encaminamos raudos hacia Mungia. A partir de ahí se concentra toda la miga de la prueba según la carretera se va encajonando en un estrecho valle y va ganando pendiente en lo que supondrá el encadenado de los puertos de Gerekiz y Morga. Dificultades que no pasarían de tercera categoría en cualquier prueba ciclista, pero que en estos inicios de año y con el kilometraje acumulado hacen que más de uno se vea apurado.
TRACA FINAL
Normalmente en este punto ya estaríamos casi saboreando el txacoli con rabas con el que solemos dar por finalizada cada año nuestra participación. Sin embargo,
apenas nos hemos acomodado en un grupo que rueda a toda velocidad hacia Bilbao cuando aparece a nuestra derecha la alternativa de ruta larga con una dura rampa como bienvenida. Quizás es por esto que muchos deciden que ya han tenido suficiente y prosiguen por el recorrido tradicional. Nosotros tomamos aire, seleccionamos un desarrollo corto y nos lanzamos hacia el popular Vivero, una subida que desconocemos y ni siquiera hemos hecho los deberes de estudiar previamente la altimetría. Un demoledor inicio con rampas que llegan hasta el 14% nos deja ante una ascensión constante con una pendiente entre el 7 y el 8%. Suerte que los 8 kilómetros que nos habían dicho que duraba la subida no son del todo reales, ya que realmente sólo se puede considerar como tal los cuatro primeros. El resto es un falso llano en el que gozamos de unas vistas privilegiadas sobre las localidades próximas a Bilbao y los montes cercanos antes de emprender un rapidísimo descenso por la dura vertiente utilizada en estos últimos años por La Vuelta y la Itzulia. Un bucle que se cierra regresando a la nacional ya en las cercanías de Bilbao, donde sólo resta el rápido final con el ascenso hasta la basílica de Begoña, antes de gozar de esa icónica estampa en la que alcanzamos el centro de la ciudad tras superar la Ría sobre el puente de La Salve con el espectacular museo Guggenheim a nuestra derecha como espectador de excepción para cruzar la meta de la Gran Vía, donde somos obsequiados con el tradicional recuerdo que pasará a engrosar una estantería que nos dice que son muchas las ediciones a las que hemos acudido de esta marcha cicloturista. Por algo será.