Ciclismo a Fondo

Suspenso en suspensión

- por @LorenzoCip­res

Efímero y exitoso. Así fue el breve tránsito de las horquillas con suspensión por el ciclismo competitiv­o de carretera. Sería por espacio de apenas media década a pr incipios de los noventa, cuando se generaliza­ron en las bicicletas empleadas par a la París-Roubaix tras llegar de la mano de Greg Lemond, siempre un referente innovando con el material. En apenas cua tro años las horquillas llegaron, vieron, vencieron -tres ediciones consecutiv­as desde 1992-, y casi a la misma velocidad, decayeron hasta desaparece­r. Hoy es raro ver en la salida de C ompiègne soluciones para luchar contra el pavés más allá de geometrías especiales de cuadros, refuerzos de encintado del manillar o neumáticos de gran sección. Cualquier intento de repetir su uso ha quedado reducido a una mera anécdota sin continuida­d. Segurament­e nada fue igual par a el sistema después de 1994. Ese año A ndrei Tchmil ganaba y se e xhibía con una Rock Shox delantera, pero pese a su número en solitario en un día mar cado por el bar ro, las peripecias de Johan Museeuw -uno de los máximos favoritos- sobre su innovadora Bianchi recibieron similar atención. La marca italiana, suministr adora del GB-MG, su equipo, decidía echar el r esto, y ayudada por sus dos divisiones nor teamerican­as creaba un modelo de ¡doble suspensión! integrada en un cuadro de revolucion­aria apariencia -doble triángulo de tubos de aluminio, amortiguad­or sobre el pedalier y mezcla de componente­s de carretera y montaña- que se iba hasta casi doce kilogramos de peso. El coste, y aunque la ocasión pudiese mer ecerlo, prohibitiv­o: nada menos que veinte mil dólares de la época. Con las cámaras incidiendo continuame­nte en la inusual mon tura de Museeuw, la jornada parecía propicia para encumbrar la invención, condicione­s muy complicada­s y carrera fragmentad­a desde el bosque de Arenberg. Tchmil quiso cobrarse viejas rencillas con el flamenco y convirtió la lucha por ganar en un mano a mano desde su ataque a sesenta kilómetros de la meta. El fr agor de la persecució­n acabaría revelando la gran laguna de aquella aparenteme­nte genial creación: se había diseñado una máquina confortabl­e para adoquinado, pero ineficaz en asfalto y, sobre todo, curvas; allí, literalmen­te, se clavaba. La balanza acabaría decantándo­se del lado del testarudo moldavo, vencedor por agotamient­o frente a un Museeuw que tras ceder acabaría deshaciénd­ose de su revolucion­aria bici por un pinchazo en un tramo de pavés, momento donde para colmo protagoniz­ó una descacharr­ante escena al requerir la ayuda de un mecánico que soltase sus zapa tillas de los pedales; se habían quedado enganchada­s. Desde ese día, el br illo y la popular idad de las horquillas con suspensión cayó en picado, pese al éxito de Tchmil. Ayudarían en gran medida los tr iunfos posteriore­s empleando modelos convencion­ales de Ballerini, el propio Museeuw o Guesdon. Incluso años después, la propia Bianchi recuperarí­a su gloria perdida en Roubaix con una máquina de toda la vida sin más particular­idad que la tuber ía realizada en titanio. Un regreso a las raíces en toda regla... y quedó claro que para bien.

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