GIRO DE ITALIA
El duelo Dumoulin-Froome tuvo otros protagonistas como Simon Yates.
Disputada la contrarreloj, y a falta de apenas cinco etapas, el Giro de Italia 2018 me estaba pareciendo el más ortodoxo y previsible en muchos años, algo que no deja de resultar sorprendente si tenemos en cuenta que era la primera grande en la que los equipos afrontaban la reducción a ocho ciclistas, lo que se suponía iba a deparar carreras más abiertas, y que la maglia rosa era propiedad de Simon Yates, por el que prácticamente nadie apostaba en la salida de Jerusalén. Sin embargo, la Corsa Rosa tiene duende. La sobriedad de Yates, intocable en todas las jornadas de montaña y escoltado por el competente bloque del Mitchelton-Scott, saltó por los aires en Finestre con la maniobra del Team Sky, capitaneada por un Chris Froome que había pasado sin pena ni gloria las trece primeras etapas hasta que asomó en el Monte Zoncolan. Con la maglia rosa descartada, Tom Dumoulin aparecía en inmejorable disposición de revalidar su triunfo del año pasado, pero contemporizó en exceso en la bajada de la Cima Coppi y permitió crecerse a un Froome que ha terminado con las mejores piernas de la carrera. El Team Sunweb debe arropar en la montaña a Dumoulin con mayores garantías. Las fuerzas de un gran escalador como Sam Oomen, al que por su juventud aún le faltan fondo y experiencia, debieron destinarse por completo a apoyar a su jefe de filas y no a concluir noveno en la general. El neerlandés pudo manejarse en 2017 ante Quintana y Nibali; sin el estado de gracia de la anterior edición y con Froome desatado, la ausencia de compañeros en los momentos decisivos le ha costado cara esta vez. El sonado hundimiento de Thibaut Pinot camino de Cervinia facilitó la subida al podio de un Miguel Ángel López que sin estar súper hizo gala de una regularidad que se pagaba a precio de oro -o de gasolina en nuestros tiempos- en el Giro 101. Fue el último sobresalto de un fin de fiesta apoteósico en el que Chris Froome protagonizó la mayor gesta de su trayectoria. A la espera de lo que suceda con el caso del salbutamol, enlazar del tirón Tour, Vuelta y Giro como ha logrado el ciclista británico no es moco de pavo. Mikel Nieve celebró su cumpleaños haciendo lo que mejor sabe, subir montañas a toda velocidad, y se anotó un rotundo éxito. Soberbio también Pello Bilbao, sexto, cuya madurez me ha maravillado. Movistar Team cumplió de sobra con un espléndido Richard Carapaz, indiscutible revelación.
ARAGÓN ESTÁ DE VUELTA
Me van a perdonar los enamorados de la primera grande que se celebra cada temporada, pero estas últimas líneas del número de junio se las quiero dedicar a una ronda que retornó en mayo a nuestro calendario. La Vuelta Aragón -sin la a en el medio que suena mejor- llevaba sin celebrarse desde 2005, cuando se impuso el mismo Rubén Plaza que tan cerca se quedó en Prato Nevoso de su anhelado triunfo de etapa en el Giro. La iniciativa de la Federación Aragonesa que capitanea Luis Marquina, con el decidido apoyo de Turismo de Aragón, ha permitido a los aficionados de una región donde el ciclismo gusta lo suyo -ahí está la Quebrantahuesos, sin ir más lejos- recuperar el inigualable sabor de la competición profesional en directo. Los corredores, con un bonito espectáculo deportivo del que salieron vencedores Jaime Rosón (Movistar Team) y Euskadi-Murias con un doblete, pusieron de su parte para ofrecer una bonita carrera, plagada de alternativas y sobrada de emoción. Me gusta que los planes de la gente que lucha por este deporte salgan bien.