Patrimonio ciclista
En el año 2009 la UNESCO incluía entre los lugares Patrimonio de la Humanidad a los Dolomitas. Esa sección de los Alpes, ubicada en el noreste de Italia, es para muchos el lugar más bello del mundo para pedalear. Disfrutamos de sus puertos y geografía vertical en la Sportful Dolomiti Race, quizás, una de las gran fondo más duras de Italia.
Encajonada entre las laderas del Monte Grappa y los imponentes Dolomitas, la pequeña ciudad de Feltre ha celebrado la vigésimo cuarta edición de su Gran Fondo. Una prueba que no es de las más conocidas internacionalmente, eclipsada principalmente por la multitudinaria Maratona. Sin embargo, ni por recorrido ni por la excelente organización del Club Pedale Feltrino y la firma de ropa Sportful, cuya sede central se encuentra a escasos kilómetros de Feltre, es una marcha menor. Algo que pueden corroborar los 4.100 participantes de esta edición, de los cuales apenas 1.900 se atrevieron a enfrentarse al trazado Gran Fondo de 200 kilómetros y casi 5.000 metros de desnivel acumulado y el imponente Passo Manghen como punto culminante. Nosotros, en un alarde de cordura, decidimos optar por el nada desdeñable recorrido Medio Fondo, que con sus 130 km y 3.000 m de desnivel repartidos en cuatro puertos sirvió para exprimirnos más que de sobra.
BELLEZA INFINITA
Si algo tiene la peculiar geografía de los Dolomitas, que describiera el geógrafo francés Dolomieu allá por el síglo XVIII, es que sus rocas verticales y volúmenes impresionantes hacen que nuestra vista se sature con tamaña espectacularidad. Siempre que tengamos oxígeno en el cerebro como para procesar esta información ya que, como ocurre en todas las pruebas que se desarrollan en Italia, aquello es una carrera en toda regla, un espíritu del que es difícil escabullirse. Todo se calma cuando afrontamos las primeras rampas de la Cima Campo, casi 20 km de ascenso y un machacón porcentaje que ronda todo el rato el 8%, donde la carretera pone a cada uno en su sitio. Atravesamos todos los estratos vegetales hasta que en las cercanías de su culminación un falso llano en medio de imponentes prados alpinos nos deja gozar de las magníficas moles de roca y nieve. Unos kilómetros en los que coincidimos con todo un ilustre como Paolo Bettini, quien junto a Purito Rodríguez o la ciclista del Astana femenino y campeona del mundo en pista, Letizia Paternoster, daban caché a la prueba. Ni que decir tiene que las casi dos horas de ascensión tienen como recompensa una bajada de auténtico videojuego con asfalto perfecto y completamente cerrada al tráfico que nos deja, casi sin respiro, ante la divisoria entre ambos trazados. Dudamos por un segundo si dirigirnos hacia el Manghen, pero la cabeza dice que no estamos preparados para ello, por lo que lo dejamos para el año que viene en las que serán las bodas de plata de esta Sportful Dolomiti Race. El Passo Brocon, segunda dificultad del día, repite el guión de la anterior, aunque en esta ocasión la frondosa vegetación que nos protege durante todo el ascenso no nos deja disfrutar plenamente de este paraíso hasta el largo falso llano final que lo culmina. Divertido descenso nuevamente a un estrecho valle del que salimos a través del Passo Gobbera, apenas una tachuela de 4 km que contrasta con la dureza de las demás ascensiones. Sea como sea, nos sirve para ahorrar fuerzas de cara a la traca final, los doce kilómetros que nos conducen a la Croce d’Aune. Un puerto que quizás suene a los estudiosos de la historia del ciclismo, ya que fue aquí donde Tullio Campagnolo ideó, un gélido día de noviembre del 1929, el cierre rápido al no poder reparar un pinchazo por ser incapaz de aflojar la palomilla que entonces se empleaba para fijar las ruedas al tener las manos entumecidas por el frío. Ahora, más que una avería, lo que nos preocupan son sus terribles cuatro kilómetros finales, rondando el 10% y que son la última dificultad que nos separa antes de poder disfrutar del plácido descenso hasta Feltre para dar por finalizada, no sin antes encarar el repecho adoquinado que conduce hasta la plaza, una marcha en la que belleza y dureza se dan la mano en idéntica proporción.