KLASIKA DE ORDIZIA
Australiano de 23 años, Rob Power estrenó en Ordizia su casillero de victorias en profesionales de la mano de Simon Yates, dejando atrás la pesadilla de una grave lesión de rodilla que casi le cuesta su carrera deportiva.
Power deja atrás las lesiones y firma con Simon Yates el doblete del Mitchelton-Scott.
Todo el mundo libra una batalla interior. La de Rob Power, por ejemplo, viene de lejos. Él era el escalador del futuro. “Es uno de los mayores talentos que hemos visto en el ciclismo australiano durante mucho, muchísimo tiempo”, decía hace tres años Matthew White, director del Orica entonces, Mitchelton-Scott ahora. “Tiene un gran potencial”. Así era. Con 19 años ya había ganado el Giro del Valle de Aosta, dos clásicas en Italia, el GP Capodarco y el GP Poggiana, además de ser segundo en el Tour del Porvenir, la prueba de fuego de las perlas ciclistas. Sólo le superó otra joya, el colombiano Miguel Ángel López. Ese mismo invierno del 2015, Orica anunció su pase a profesionales. Era el corredor del futuro. “Estoy lleno de ambición”, declaró entonces. Pero pronto quedó ahogada en un pozo del que no ha salido hasta ahora. De ese futuro tan prometedor que se tornó incierto. Un agujero sin fondo de caída libre, un túnel oscuro por el que ha pedaleado a ciegas y con dolor hasta que llegó a Ordizia y por fin pudo ver la luz. A Rob Power, poco después de imponerse en Aosta le comenzó a doler la rodilla. Una sobrecarga, pensó. Orica, que ya le había asegurado su paso a profesionales, le recomendó que parase. Con su futuro encarrilado, mejor descansar. No necesitaba más demostraciones. Pero ese invierno le detectaron una rara enfermedad ósea durante unas pruebas en la primera concentración en Canberra. Los médicos del Orica se volvieron locos. “Llevo más de cuarenta años en la medicina deportiva y nunca he visto lo que tiene Rob. Es de esas cosas que salen en los libros en letra pequeña, de las que nunca se preguntan en un examen porque es muy raro que se den”, comentaba asombrado Peter Barnes, galeno del conjunto australiano.
SIN DIAGNÓSTICO
A Rob cada vez le dolía más la rodilla, aunque sólo cuando pedaleaba. “Puede caminar, correr y hasta saltar”. Pero no andar en bici. Lo llevaron incluso al Instituto Australiano del Deporte y nadie supo diagnosticar qué le pasaba. “No encontramos la causa y es frustrante”. Fue lo único que supieron argumentar los especialistas. “Síndrome de edema de médula ósea”, así se lo escribieron en su volante médico. Y algo peor: que no había tratamiento. “Lo único que sabemos es que se puede recuperar. ¿Cuándo? Entre 4 y 24 meses”. Dos años. Rob se vio obligado a dejar pasar el tiempo con la confianza puesta en que el dolor se marcharía igual que llegó. Lo metieron en una piscina para realizar entrenamientos de natación de élite. Incluso practicó kayak. Así, le dijeron, se recuperaría. Y pasó. El dolor se fue. Orica mantuvo su palabra con el contrato y su confianza en que seguían teniendo las
mejores piernas escaladoras de Australia, aunque fuese en barbecho. Después lo empezaron a alistar en todas esas carreras que al equipo le gusta hacer en el norte de España. Rob Power no falló a ninguna. La Itzulia, la Vuelta a La Rioja y el GP Miguel Indurain. En Ordizia ya fue quinto el año pasado. Aviso. Aquí, en Euskadi, Power se siente cómodo, en su terreno. Esta vez no falló y por fin pudo ver la luz. Power y un Mitchelton-Scott que ejerció de patrón absoluto de la Klasika de Ordizia tomaron pronto el mando de la carrera. Esta vez no quisieron dejar una fuga controlada por delante hasta la parte final del recorrido. La endurecieron desde el principio. Ellos solos montaron una escapada numerosa que pronto puso la carrera patas arriba, veinte ciclistas entre los que estaban los mejores para jugársela entre ellos. Cuatro eran
canguros: Simon Yates, en su reaparición tras la frustrada conquista del Giro de Italia, Matteo Trentin y Alexander Edmondson, junto al anónimo Rob Power y su batalla interior. Ellos mandaron de principio a fin. El resto de ciclistas allí inmersos, Fernando Barceló, Txomin Juaristi, López-Cózar, Jon Irisarri, los tres Movistar -Arcas, Carretero y Pedrero-, Diego Rubio, Rubén Plaza, Delio Fernández y Krists Neilands, se limitaron a secundar la fiesta. Lo único que pudieron hacer fue contenerles hasta la última vuelta al precioso circuito guipuzcoano.
ATAQUES EN ABALTZISKETA
Allí comenzó la exhibición. Simon Yates probó en Altzo a seleccionar la carrera para quedarse con menos contendientes frente a los que luchar. Sólo Barceló, Krists Neilands, Antonio Pedrero, Juan Antonio López-Cózar y su compañero
Power aguantaron su rueda. Y tras una endiablada bajada se plantaron los seis a los pies de Abaltzisketa, la última cuesta del día. Allí, Yates se acercó a Power y le susurró al oído: “¿Cómo te sientes?”. Al gemelo británico le sobran las victorias. La de Ordizia ya la tiene, la logró hace dos años. Por eso quería brindársela a su compañero. “Recuerdo cuando conseguí mi primer triunfo en profesionales y fue un momento muy especial. Quería ayudar a Rob para que viviese algo así”, relató luego. Por eso se acercó a él. Power le respondió que tenía las fuerzas intactas. Así que Yates volvió a atacar para allanarle el camino. Un par de refriegas y después, a mitad del puerto, le llegó el turno a él. Nadie pudo responder. Casi en la cima de Abaltzisketa, ya destacado, a Power se le unió Yates. Fiesta doble. Así se plantaron en Ordizia, juntos y de la mano. Simon había tocado el freno lo justo para dejarle cruzar la meta antes que nadie. “Ser parte de su primer triunfo como profesional es increíble”, dijo después el británico del MitcheltonScott. Le ha costado lograrlo a Power. “Llegar hasta aquí ha sido un largo camino, por eso es algo emocionante”. Se acabó la batalla interior, a partir de ahora todas las que Rob libre serán encima de la bicicleta.