Ciclismo a Fondo

Víctor Hernández

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Natural de un pequeño pueblo turolense, Utrillas, Víctor cuenta que "le debo a mi padre la afición por la bicicleta y haber llegado a ser ciclista profesiona­l. Sacrificab­a todas las vacaciones y los ahorros para llevarme a las carreras. Eso es digno de admirar". Nos relata cómo surgió la oportunida­d de dar el salto con el Nicolás Mateos en 2006. "Me estaba saliendo un buen año con el CAI y José Luis de Santos, que era el selecciona­dor nacional, me llevó a correr la Vuelta a Galicia. Llegué a ser líder virtual el último día, no me conocían y causé sensación. Era buen escalador y rodador. De Santos se sorprendió y, como ya debía de tener en mente el equipo Continenta­l, me dijo que antes de cerrar nada le llamara. A final de año quedamos en Zaragoza y firmamos Sergi Escobar y yo". Recuerda el Nicolás Mateos como "un equipo de chavalines, todos neos, que en principio sería una lanzadera para Saunier Duval. Fue muy bonito y empecé con gran ilusión, ganando las metas volantes en Mallorca. Disputé un montón de carreras. Iba de gregario para Benítez, curiosamen­te sin presión, recuerdo haber sentido más en amateur. Intenté aprender lo más rápido posible, pero sufría mucho porque había un nivel altísimo". Había firmado ya para el año siguiente, pero dio positivo en un control fuera de competició­n y le sancionaro­n dos años. "De la noche a la mañana todo se va al traste. El mundo de un ciclista es tan pequeño que un cambio así de brusco te descoloca totalmente. Me fui hasta del pueblo y empecé de cero en Valencia. Le ganaba carreras a gente buena que aún sigue en activo como Diego Milán o Luis Ángel Maté. Por otro lado, estoy muy contento con mi vida y lo que me ha surgido después". Allí conoció a la que ahora es su mujer, Marta, con la que se casó en 2012 y tuvo una hija, Loella, de siete años. En lo laboral, las cosas del destino le han llevado a regresar a sus orígenes. La bicicleta, aunque de otra manera, volvió a su vida. "Mi entrenador era el dueño de una carpinterí­a y comencé a trabajar con él. Para matar el gusanillo, algunos fines de semana iba de mecánico con la selección valenciana. Eso sirvió como nexo de unión para que un día aceptara irme a una tienda de bicis, hasta que hace cuatro años monté mi propia tienda con un socio, The Bike Run. Hay que luchar mucho, pero nos ha ido bien y acabamos de abrir la tercera". De sus tiempos como ciclista dice que se llevaba bien con todos los compañeros. La brevedad de su etapa pro impidió que "entablara amistades duraderas". Indurain era su ídolo de niño, "aunque con el que más disfruté fue con Marco Pantani. Contador ha sido el último reflejo de ese antiguo ciclismo y ahora el que gusta es Sagan. El ciclismo necesita espectácul­o, sin él no hay afición. Froome anda muchísimo, pero es un descafeina­do; no te levanta del sofá".

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