Alaphilippe e invictus Patrick Lefevere
Es casi un lugar común apuntar que la Milán-San Remo sería una prueba más atractiva si se recortara su kilometraje, que acaricia los trescientos, que al fin y al cabo todo lo bueno sucede en los últimos quince. Lo que se guardan los negacionistas de la carrera italiana es que esas seis horas previas de esfuerzo tienen mucho que ver en los vibrantes desenlaces que suele deparar. El de este año ha sido uno de los más emocionantes en las últimas décadas. Si en 2018 todo corrió de la cuenta de Vincenzo Nibali, que con una genialidad desarboló a los velocistas y a sus equipos, esta vez se vivió una batalla entre los grandes favoritos, sin compañeros tras los que escudarse. El desenfrenado ritmo impuesto en el Poggio por el Deceuninck-QuickStep, sacrificando corredores del nivel de Stybar o Gilbert para aligerar el pelotón, permitió ese mano a mano final entre las estrellas. El conjunto belga ni siquiera se apiadó de uno de los suyos, Elia Viviani, quien no tuvo su mejor día y se le escapó el sueño de cruzar la Via Roma brazos en alto luciendo el maillot de campeón italiano. La criba que provocaron dejó a Julian Alaphilippe como única baza de los de Patrick Lefevere y el francés ejecutó con maestría el plan trazado. Matteo Trentin, en una decisión discutible teniendo en cuenta su velocidad, quemó sus naves con un ataque, mientras los otros hombres rápidos del grupo de elegidos dudaron en exceso sobre el momento más adecuado para lanzar la inminente volata. Alafpolak lo tenía clarísimo y corredores tan rápidos como Oliver Naesen, Michal Kwiatkowski o Peter Sagan se vieron impotentes ante la brutalidad de su arrancada. Primer monumento a la buchaca del galo... y el Deceuninck-QuickStep que se mantiene invicto en las grandes clásicas disputadas hasta la fecha.