Ciclismo a Fondo

Pisando tierra sagrada

Nadie sabe lo que es vivir el ciclismo de verdad hasta que se ve en medio de la fiesta que es el Tour de Flandes. Una cosa es mirarlo por televisión y otra estar ahí dentro, sentir cómo las emociones sacuden al corazón. Esta fue nuestra experienci­a.

- De Amberes a Oudenaarde pasando por el Kwaremont Ainara Hernando

Desde los días previos, en Amberes se nota que algo empieza a gestarse. Muchas bicicletas -más de las que ya hay en el día a día-, muchos cascos, muchos maillots. Bastantes de los que vienen a ver De Ronde pasan antes por la cicloturis­ta. De repente, llegas a la Grote Markt, la gran plaza del Mercado de la ciudad, y encuentras un escenario más propio de un espectácul­o grandioso que de una carrera ciclista. Bastan unas horas, dejar que corra la noche y despertart­e antes de que suene la alarma por los nervios, para darte cuenta de que en realidad eso es el Tour de Flandes: un show que va más allá del ciclismo. Son las 8 de la mañana de un domingo y hordas de personas salen como vomitadas por los trenes de la estación de Amberes en dirección al lugar. Hombres, mujeres, muchos niños... afrontan un gozoso peregrinaj­e. Y cuando estás en los aledaños, por todos los accesos a la plaza varias personas reparten pequeñas banderitas amarillas con el león de Flandes dibujado en el interior. Siempre soñé con tener una así. Manosear esa bandera te imbuye una emoción intensa. Porque no es la bandera de una nación o región, sino la bandera del ciclismo. Pronto te das cuenta de que todas esas emociones tenían un porqué. Ver la plaza llena sobrecoge. Eso no puede estar pasando. ¿Quizá la gente se ha equivocado y había otro evento cerca? No, qué va. Allí todo el mundo está para lo mismo: ver a los ciclistas que en apenas una hora tomarán la salida en De Ronde. Poco a poco empiezan a llegar los equipos. El más solicitado y aplaudido es Mathieu Van der Poel, la nueva sensación del ciclismo. El más respetado, Alejandro Valverde y su brillante arcoíris. Impresiona el cariño de la afición belga hacia el murciano. Todos querían verle sobre ese escenario de alfombra amarilla. En realidad, muchos hemos venido a verle a él. La mayoría de la parroquia ciclista que se apelotona en la plaza espera otra cosa, al último equipo en presentars­e: el Deceuninck­QuickStep. Cuando vienen rodando hacia la plaza con una cámara que los enfoca en la pantalla gigante, los speakers ordenan a todos los fieles que se agachen. Los ciclistas suben la pasarela y llegan al escenario. Todos siguen agachados, al ritmo de música maquinera. Cuando arranca el estribillo y los ciclistas de Patrick Lefevere están en fila posando para la foto, les piden que se levanten. ¡A saltar! Y entonces todo estalla. Botan y gritan animando al equipo de casa. Aquello se convierte en un concierto de rock.

EN EL CAMINO

Se da la salida y junto al magnífico Nicolas Van Looy, de Ciclo21, el mejor guía posible, buscamos el Oude Kwaremont, por donde los hombres pasarán tres veces y las mujeres dos. Al dejar el coche te adentras caminando hacia el paso, pisas por primera vez los adoquines. Inolvidabl­e. Y al llegar allí, el corazón se te desborda. Banderas de todos los colores, gritos a los ciclistas aún sin haber pasado... y ríos de cerveza. Y muchísima gente. Está Jesús Hernández con su supergrupe­ta; hay ikurriñas y un montón de aficionado­s vascos; está Mikel Azparren junto al mítico Benito Urraburu; y hasta el equipo ciclista de actores y actrices porno ilegalizad­o por la UCI con camisetas que rezan Cycling is for everyone. El ciclismo es para todos. Apenas hay hueco para verlos. Estar allí es como sentirte en un lugar sagrado. Debe ser la misma sensación que los cristianos más devotos tienen cuando pisan El Vaticano. O los musulmanes cuando llegan a La Meca. Es sentir que has peregrinad­o a un lugar sacrosanto, uno de esos sitios a los que todos los amantes del ciclismo tendrían que ir por lo menos una vez en la vida. Y el momento que todos están esperando: la llegada de los ciclistas. Es el segundo y penúltimo paso de la carrera de los hombres y ahí está. Lo ves. Alejandro Valverde, su maillot a cinco rayas en el grupo cabecero de apenas una decena de ciclistas. "¡Vamos Bala!". El grito sale desde dentro. Los nervios se apoderan del cuerpo al ver que se acerca el final y sigue peleando por la carrera. Verle levantar los brazos en Oudenaarde queda en un sueño, pero nadie nos quitará las emociones vividas. Cuando nuestro profeta arcoíris pisó por primera vez la tierra sagrada de los adoquines.

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