VUELTA AL PAÍS VASCO
El sueño cumplido de Ion Izagirre.
Cuesta verle así a Ion Izagirre, tan emocionado como está en la esquina de la Plaza Unzaga de Eibar. Cuesta verle así, en un mar de lágrimas que le brotan de los ojos como cascadas que ni puede, ni quiere contener. Él, siempre tan serio, discreto y profesional. Tan alejado de los focos y a veces de las emociones. Impertérrito, como un soldado de hierro, de repente se desploma y le viene todo encima. La emoción. Hasta hace unos segundos no quería hablar con nadie. Ya había hecho todo lo que debía. Atacar en Azurki, a más de 60 kilómetros para el final, ponerlo todo del revés, hacer estallar aquello en mil pedazos.
Ha cruzado la línea de meta con los deberes hechos. No ha ganado la etapa, lástima, esos segundos serían de oro. Es que en el fondo los necesitaba, son 54 los que tiene que restar. Por eso, pese a que el líder Emanuel Buchmann no ha llegado a la meta y los tiempos que se manejan en carrera ya le dan como ganador, él prefiere callar. Ser todavía el mismo de siempre. Esperar. El líder aún está a un kilómetro y sólo le quedan diez segundos en el saco de la defensa de un maillot que a cada pedalada se está descosiendo y ya tiñe de amarillo los rayos de sol que esa tarde de sábado iluminan Eibar y a Ion Izagirre.
CUENTA ATRÁS
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno... Y entonces Ion explota por dentro y no puede contenerse más. Por fin es suya. ¡Siiiii! Primero el abrazo con Ibai, su inseparable masajista, que allí está como en cada cuneta de todas las carreras que él y su hermano Gorka corren. Esperándole, mimándole, escuchándole. Después se quita las gafas y se seca las lágrimas. Lágrimas de amor por una carrera a la que lleva años dedicando su pasión. Tantos ya luchando por ella y siempre volviéndose a casa de vacío. Tres podios adornaban su palmarés, 2015, 2017 y 2018. Siempre tercero. Siempre nada. “Y ves que pasan los años y que igual ya no tienes más oportunidades. Eso me hacía sentir presión, no hay por qué ocultarlo”. Explota en él todo el sentimiento, sinceridad y rabia que lleva dentro desde hace unas cuantas temporadas, condensadas especialmente en los últimos días. Una auténtica montaña rusa llena de agitación. Porque el equipo a batir en la línea de salida, por primera vez en la Itzulia con una contrarreloj, era sobre el papel el Astana. Ion, Gorka, Pello Bilbao, Luisle, Fuglsang, Lutsenko. Ellos encendieron la carrera sobre los caminos de tierra en Navarra, en la segunda etapa con meta en Gorraiz, y consiguieron cobrarse la primera víctima de renombre de la Itzulia: Adam Yates. Un pinchazo, junto al endiablado ritmo del equipo kazajo, sepultó al británico bajo el polvo y de allí salieron ganadores. “Disfruté mucho”, confesó Ion. Pero ni ellos -ni nadie- contaba con la superioridad y las exhibiciones que brindaría el Bora-Hansgrohe.
RECITAL ALEMÁN
Porque hasta esa vibrante llegada donde Alaphilippe inscribió, como estaba escrito, su nombre, Bora-Hansgrohe ya había dado señales de su poderío con el triunfo de Schachmann en la crono inicial y resistiendo el infierno del
sterrato para disputarle incluso al francés del Deceuninck el triunfo de etapa, en la que acabó sexto. Casualidad, se decía entre murmullos en la caravana de la Itzulia. Un golpe de suerte, pensaban. A partir de entonces, una demostración tras otra. En la accidentada jornada de Estibaliz, Schachmann se aprovechó de la caída y eliminación de Alaphilippe para
alzar los brazos. Hizo lo mismo un día después, en el frío polar y bajo la lluvia incesante que acompañó al pelotón desde Vitoria hasta Arrigorriaga. Aquella etapa fue el colmo de la desesperación de Ion Izagirre. “Había librado las caídas hasta esa etapa y allí fue imposible”. Ocurrió a apenas siete kilómetros del final, a los pies de Zarátamo cuando el peligro parecía superado. “No pude evitarlo”. Y se fue al suelo con Pello Bilbao y Alexey Lutsenko. Logró empalmar con la cabeza, pero el esfuerzo le quitó el brillo necesario para responder al tremendo ataque de Adam Yates que destrozó la etapa y perdió tiempo. Cabeza gacha. Desesperación. ¿Otra vez se iba a escapar? Llegó al hotel tocado, “con la parte derecha del cuerpo renqueante y chillona”. Pero no hay dolor que pueda con Ion, fuerte como un roble. La que estaba más afligida era la mente. Desánimo. Así que su hermano Gorka le agarró del brazo y le habló claro: “Oye, que quien te ha ganado no es el payaso Txiribiton, ¿eh? Es Adam Yates. Y has perdido unos segundos,
pero todavía estamos en la pelea. Y tenemos más equipo”.
REUNIÓN TRAS ARRATE
Pero si algo de verdad cambió las cosas fue la noche después de la etapa de Arrate. “Vimos que Schachmann no iba bien y me puse a tirar -contaba Gorka Izagirre-, pero bajando Matsaria hemos perdido el control de la carrera y Buchmann se fue para adelante. Confieso que pensamos que lo pagaría”. Se durmieron. Arrate es duro, queda mucho, el viento en contra, calcularon. Pero el alemán se plantó a los pies de la subida al templo vasco con más de dos minutos de ventaja. “Pensé que no podía ser real cuando vi el cartel de la moto con la diferencia”. Suficiente para ganar la etapa y asestar 54’’ de ventaja a Ion Izagirre en la general. Todo parecía perdido. “Nos ganan etapas, nos mete tiempo este otro y también cogen las bonificaciones”, pensaba cabizbajo. Pero no iba a rendirse. No ahora, teniéndolo más cerca que nunca. Golpetazo. Esa noche cambió todo. Giuseppe Martinelli reunió al equipo, masajistas y mecánicos incluidos. No habían estado bien esa tarde y lo admitieron todos. Pero quedaba tiempo para la esperanza, se dijeron. Una conjura. Unión. “Eso nos permitió recomponernos”. Salieron de allí con la convicción de que se podía, “de que el líder pagaría el esfuerzo hecho en Arrate si nosotros endurecíamos la carrera”. Guerra. Como si un capitán
general arengando a sus soldados se tratase, Martinelli les ordenó luchar hasta morir. La estrategia les quedó clara: “Endurecer desde Kalbario, a 80 kilómetros de la meta, para aislar al líder”. Y de ahí al ataque final a las tropas alemanas, señalado en la cuesta de Azurki. Más lejos, en Asentzio o Karakate, que Gorka Izagirre se había estudiado tan bien, era demasiado tarde. Insuficiente para ganar la Itzulia. Dicho y hecho. En la corta etapa final con salida y meta en Eibar se esperaban explosiones y no tardaron en llegar. Astana apretó el acelerador y primero Schachmann y Konrad, luego el resto de hombres de Bora, claudicaron. Sólo quedaba el líder, Buchmann. Era cuestión de tiempo. En Azurki se ejecutó la estrategia; Jakob Fuglsang se echó a las espaldas a Ion Izagirre y arrancó. Con ellos se fueron el valiente Dan Martin, el prometedor Tadej Pogacar y Adam Yates. Cada uno con sus objetivos: etapa, podio, puesto. El de Ion y Fuglsang era cristalino: había que ganar la Itzulia. En Eibar le estaba esperando. Por fin. Tantos años luchando por ella. Cuando llegó quiso esperar. Cauto como acostumbra, tan profesional y ejemplar. Luego ya no pudo aguantar más. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Siiiii! Y llora Ion Izagirre. “No sé si es mi victoria más grande, pero sí la más especial”. De ahí el llanto. Las lágrimas de amor por una Itzulia que tanto deseaba.