TOUR DE FLANDES
Inesperado y merecido éxito de Bettiol.
Alberto Bettiol (EF) estrenó su palmarés con un triunfo que vale por una carrera con un ataque en Oude Kwaremont que nadie pudo responder. Rozando los 39 años, Alejandro Valverde debutó a lo grande, 8º en un precioso Tour de Flandes donde estuvo con los mejores hasta el final.
Al abrigo del anochecer que empieza a envolverlo todo con su misteriosa y atrayente oscuridad, tumbados cada uno en su cama y separados por una mesilla con una luz que los ilumina en el hotel Van der Valk donde pernocta el Movistar Team, Imanol Erviti y Alejandro Valverde conversan. Se alternan las charlas sobre ciclismo y lo que vivirán al día siguiente con los momentos para el asueto y la desconexión con una de esas series que al Bala tanto le gusta ver. Cuando termina un capítulo se ponen a hablar un rato, haciendo tiempo antes de la cena. Conversan y departen, casi más Imanol que Alejandro. Alumno y maestro. Lo que le revela el navarro al campeón mundial son las confidencias propias de quien lleva 15 Tours de Flandes seguidos. Casi nada. Imanol conoce cada hueco que hay entre los adoquines casi de memoria, cómo de diferente bota el manillar en cada lugar. Cada curva, cada entrada a un tramo de pavés. Por eso Alejandro le escucha, más incluso de lo habitual, es la voz de la sabiduría sobre las piedras. Y lo que Imanol le desvela es su secreto mejor guardado. Le pone encima de la cama tácticas, diferentes escenarios posibles que se pueden dar mañana, situaciones y movimientos en los que defenderse.
CONSEJOS DE IMANOL
Pero sobre todo, Imanol, después de años hablándole de su amor por las piedras, de la devoción por la bicicleta que allí se respira, la misma que Valverde tiene por el ciclismo, ahora que por fin lo tiene ahí, lo que comparte es su consejo mejor guardado. “Mira, Alejandro, a partir de aquí -le señala un punto en el mapa del libro de ruta-. En esta parte es donde se empieza a jugar a ganar. Hasta ese momento, Bala, la carrera es de supervivencia. Antes hay que evitar problemas, y ojo que para eso toca gastar mucho. Pero cuando los hayas pasado, llegará la fatiga. Todo el mundo irá apretado y tú estarás ahí, en ese punto empieza la carrera”. Desde mucho antes, Erviti le ha insistido a Valverde sobre el material. Los días previos, probando a rodar por el pavés, al campeón del mundo sus sensaciones le sugieren colocar unos tubulares de 28 mm, pero Imanol le dice que no. Demasiado. La cosa es que él se siente bien y Erviti lo sabe. Alejandro es todo sensibilidad, otro matiz de su enorme talento. “A mí me cuesta varias pruebas con un material dar un veredicto, saber si me conviene o no, y él decide enseguida”, no deja de asombrarse el navarro. Por eso, aunque descabellada la idea, le deja hacer de inicio. Al final recula al de 25. Cuando apagan la luz, ya después de cenar y de todo lo que le ha contado Erviti, después de repetirle hasta la saciedad que “tu carrera deportiva no depende de lo que pase mañana y que tú sólo disfruta, Bala”, cada uno se mece entre sus sábanas y sueña lo suyo. Que en realidad es casi lo mismo. Valverde, que cierra los ojos con ese “90% de posibilidades de no ganar”, que declaró dos días antes cuando atendió a la prensa, pero... ¿y si se da ese 10%? Imanol, más racional y de pisar sobre el terreno, no sueña pero sabe que su amigo, compañero y jefe no saldrá a pasear, que lo hará bien seguro. Y allí estará él, un soldado al servicio del arcoíris al que adora. Ya ha cumplido con lo que podía hacer antes: le ha contado todo sobre De Ronde.
DEL KAPELMUUR AL KWAREMONT
¿Dónde está ese lugar enigmático en el que la carrera se parte en dos, la de la supervivencia que queda atrás y la de verdad que empieza? Imanol sólo se lo dice a Valverde. Quizás sea el Kapelmuur, kilómetro 170 de carrera. Ese es al menos el que señala Andreas Klier, director del EF Education First de Sep Vanmarcke, Taylor Phinney y el anónimo Alberto Bettiol. Les dice a sus chicos que hasta ese punto la táctica debe ser defensiva. Que allí deben estar pendientes de lo que puede suceder. Y que de ahí en adelante, hay que pasar al ataque. “Cuando alguien se mueva, lo hacemos nosotros también”, advierte Klier. Es allí donde Bob Jungels, Magnus Cort, Van Avermaet y Van Aert lanzan su tentativa lejana y casi suicida. Movistar Team introdujo a Nelson Oliveira haciendo las veces de ancla. Junto a él arrastran sus bicicletas como pueden Lukas Pöstlberger, para dar algo de esperanza a su compañero Peter Sagan, Yves Lampaert y Matti Breschel, siguiendo las indicaciones de su director Andreas Klier. O quizá sea ese lugar emblemático el Oude Kwaremont en sus dos últimas pasadas. Allí es donde está la fiesta de verdad. Carpas VIP a 400 euros por cabeza, griterío, mucho color, cerveza y adoquines. Por allí ya no se verá a Niki Terpstra, dorsal 1, que tras una caída dice adiós entre mucho dolor al Tour de Flandes y a la campaña de clásicas. Comienza a fraguarse la selección, porque en el grupo de favoritos que persigue, apenas una treintena de unidades, está agazapado como en sus
mejores días Alejandro Valverde, a rueda de Peter Sagan y de los DeceuninckQuickStep. Y con él, Imanol Erviti, que no ha tenido tiempo ni de hablarle en toda la carrera, salvo para recordarle la entrada al tramo adoquinado, que coma y coja el avituallamiento lo más rápido posible, que ahí se va a limar pero bien. Alejandro obedece raudo y veloz. Con ellos aún quedan también unos brillantes Lluís Mas y Jasha Sütterlin. La presencia de su campeón mundial los ha hecho exprimirse aún más. Están entrando en el momento culminante y su líder no ha fallado, así que apretarán con todas las fuerzas y más. Es el efecto que tiene el Bala; los hace mejores.
VAN DER POEL Y BETTIOL
Después de volar para salvar una isleta y acabar por los suelos en la acera, Mathieu Van der Poel, juventud y
adrenalina desbocada, parecía eliminado fruto de su inexperiencia. Y no. Como si de un sprint de ciclocross se tratara, enganchó a los favoritos en el Koppenberg. Clase innata. Justo entonces atacaban Vandenbergh, Vanmarcke y el danés Asgreen, el as en la manga de Lefevere para la ocasión. Era el momento decisivo. Parar y dejarlos ir o seguir peleando. Y Van Aert decidió pintarse el rostro con las marcas de la lucha sin cuartel. Arrancó, y con él, Alejandro Valverde en su esplendor. Bailando sobre las piedras, haciendo botar su manillar, jadeando y disfrutando como un niño en el camino de la parte trasera de la casa del pueblo. Llegados al último paso por el Kwaremont, Stybar estalló en mil pedazos mientras Sep Vanmarcke gastaba sus últimas fuerzas tirando. ¿Por qué? La respuesta había que buscarla escondida en el grupo de elegidos: Alberto Bettiol. “Es una locura que un campeón como él estuviese trabajando para mí -dijo después el italiano-. Así que Klier me dijo desde el coche que si podía, atacara”. Y arrancó. Y ya nadie lo volvió a ver. Al Paterberg, la última subida empedrada, el italiano llegó con una quincena de segundos de ventaja. Y en ese momento crítico, con un corredor fugado y tan pocos kilómetros por delante con tan enorme
premio esperando en la meta, nadie quiso desgastarse en favor de los demás. Aun así, Valverde quiso darse el gustazo de atacar en tierra sagrada, sobre unos adoquines que han pedido su presencia a gritos y demostraron adorarle. El arcoíris brilló dando la cara en el Paterberg, con lo que más que un cambio de ritmo fue un azote cardíaco a los corazones de todos. Si alguien podía, con casi 39 años, tener la habilidad de luchar con los mejores por el Tour de Flandes sin conocerlo, era Alejandro. El sueño se esfumó porque faltó colaboración. Tras el sprint, Valverde terminó octavo. Brillante. Se necesita mucha clase para hacer algo así. “No es una casualidad”, dice Imanol Erviti, feliz de haberlo traído hasta aquí. En una carrera como esta, no pasa porque sí. “A esto se le llama nivel. Categoría”.