Sueño realizado
Sobrevolando fuerte y poderoso las montañas, Carapaz alzó el vuelo sin rivales hasta Verona para brindar a Ecuador su primer Giro de Italia gracias a un aguerrido Movistar Team. Con talento e inteligencia supo aprovecharse de la guerra entre Roglic y Nibali, quienes completaron un podio que acarició Mikel Landa.
Cuando se tiene un anhelo, tan fuerte que casi no te deja ni dormir, hay que salir ahí y perseguirlo. Lucharlo. Pelearlo. Morderlo hasta encontrarlo. A Carapaz, cuando apenas era sólo Richard, sus padres se lo dijeron así. “Ve a por lo que quieras ser". Batalla por conseguir hacer tu sueño realidad. El suyo era ser ciclista y en Carchi no era fácil. Él al principio no tenía ni bici. Su papá sacó una de entre la chatarra, no tenía ni neumáticos. Con ella empezó a correr. Y a dibujar sus sueños que ahora se pintan de color rosa. La historia de este Giro 2019 es esa. La del sueño que a base de tesón, de constancia, de mucho trabajo en el silencio y el segundo plano que hasta ahora le correspondían, pero sobre todo, de una tremenda humildad, se acaba por hacer realidad. Es la historia de Richard Carapaz. La del chico de sonrisa suave y gesto feliz, temple tranquilo y relajado, vergonzoso al primer contacto, derrochador y vibrante encima de la bicicleta y unas piernas relucientes bajo el brillo de las montañas que le hicieron deslumbrar, mejores que nunca. No hubo Giro desde que en Courmayeur se vistiese de rosa hasta la crono final de Verona. Bueno, sí lo hubo, pero fue una diaria demostración de su superioridad, de su infranqueable fuerza y de la solidez de su equipo. De que nadie iba a poder con él. Así fue. El sueño hecho realidad no tenía más misterio que ese. El del trabajo, el sacrificio, el de la calma y la humildad. El de ser uno mismo. Richard, el de siempre. Mejor que nunca.
SIN FLAQUEZAS EN LA MONTAÑA
Porque en el único terreno que sus rivales le hicieron daño fue en las dos primeras cronos. Ahí, en Bolonia y San Marino, fueron los únicos momentos de todo el Giro en los que Carapaz salió perdiendo tiempo. A la llegada de la montaña en el final de la segunda semana se plantó con 3’16’’ perdidos
respecto a Primoz Roglic, con la caída y el consiguiente tiempo penalizado en Orbetello, la caótica llegada de la tercera etapa. El día más crítico. Aquella tarde, Richard sufrió una avería mecánica en la parte final de la etapa. Su fiel Antonio Pedrero le prestó su bicicleta para acabarla pero, grande y desentallado como iba pedaleando con ella, se vio envuelto en una caída a cinco kilómetros para la conclusión y se dejó 46 segundos. No hubo más concesiones. La montaña, como buen cóndor andino, la hizo suya a base de un vuelo fulgurante y espectacular. Día tras día. Etapa tras etapa. Puerto tras puerto. Ni fragilidades ni desfallecimiento alguno. El primer aviso lo dio cuando nadie le prestaba atención. En plena ascensión a Ceresole Reale, Mikel Landa atacaba a 16 kilómetros de meta y abría hueco. Buscaba la remontada. Renacer. Estaba encontrándolo y creyó haberlo hecho cuando cruzó la meta con más de minuto y medio metido a Roglic y a Nibali. La remontada. Por detrás, Carapaz desplegó sus alas pero las cámaras no fueron con él, ancladas en la absurda batalla ante el mundo entre el esloveno y Nibali. Richard les dijo que ahí se quedasen,
con sus burdas discusiones. Que él se iba a ganar el Giro de Italia. La siguiente imagen fue la suya entrando en meta a sólo 18’’ de Landa. Brutal. Un aviso. Al día siguiente se terminaron los avisos. Atacó a tres kilómetros de la cima de San Carlo y trepó majestuoso hasta Courmayeur para llevarse su segundo parcial y vestirse de rosa. De allí hasta Verona. Un camino mágico. Un paseo triunfal.
TREMENDO MOVISTAR TEAM
En ese viaje le ayudó su equipo, un Movistar poderoso como hacía tiempo que no se recordaba. Aguerrido y compacto, con cada corredor en su sitio y todos muy por encima incluso de lo que ellos se hubieran esperado en sus mejores sueños. Pero es que cuando se tienen, es para salir a por ellos. Para hacerlos realidad. Juntos lo consiguieron. Un impresionante Pedrero, un soberbio Carretero y un Andrey Amador que ya no sorprende por su valía y calidad fueron las piezas clave para Carapaz. No le faltó de nada desde el mismo instante en que se vistió de líder. Los de Eusebio Unzué se volcaron sin dejarse un gramo en el tintero y sin excusas. También Landa, otra oportunidad perdida, pero fiel y leal hasta el final. Juntos por un mismo objetivo. Todos en una misma dirección: hacer el sueño de Richard Carapaz realidad. El primer boceto lo delinearon en la preciosa etapa que calcaba el recorrido del Giro de Lombardía. Allí demostraron los telefónicos que, lejos de ser su terreno de altas montañas, iban a tomar muy en serio las riendas de la carrera. Carretero en la fuga, Landa junto a Carapaz casi hasta el final, Rojas y Amador de protectores. Después vino el segundo esbozo, el del Mortirolo. Una obra maestra de los Movistar con un excepcional Antonio Pedrero, reventando a Roglic y dejando a sus dos líderes solamente con la compañía de Miguel Ángel López. Antes, el trabajo de desgaste lo había hecho Héctor Carretero, que ha sido la sorpresa y una de las revelaciones más llamativas y bellas de este Giro. Para enmarcar fueron las últimas etapas de montaña. En Anterselva, Landa atacó para presionar a los rivales, que sucumbieron y Carapaz les metió unos segundos de más. Escasos, pero la victoria moral fue enorme. Dos días después, los tímidos ataques de Roglic no le hicieron ningún efecto y en la última jornada dura antes de la crono final, ya en el Manghen les dejó claro a todos quién era el patrón de este Giro. Él y sus sueños.
ABSURDA GUERRA
En ellos, y para hacerlos realidad tuvieron mucho que ver las piernas, buenas aunque insuficientes de Vincenzo Nibali, pero especialmente, su mente desatada que por momentos dio muestras de estar al borde de desquiciarse. Fueron largas las dos primeras semanas de Giro. Y tediosas, con sprints muy repartidos entre Ackermann, Ewan, Gaviria y Démare y fugas estupendas como la que en L’Aquila le dio su primer triunfo a Pello Bilbao. A falta de montañas y emoción, lo bueno llegaba después, con las salidas de tono. Quien las empezó en realidad fue Simon Yates las jornadas previas.
“Si yo fuese alguno de mis rivales estaría cagado. Desde hace 12 meses planeo la forma de mi venganza”. Puede seguir maquinándola en su cabeza. Y seguro, que con una lección de vida aprendida. Callarse. Después vinieron las de Vincenzo Nibali. Con los 23 segundos de Bolonia y el minuto y cinco segundos de San Marino fue el principal de los rivales que pasó las cronos con más decencia, pero dio la impresión de no saber cómo batir a Roglic y optó por ponerle nervioso. Casi tanto como él lo estaba, viendo que
a sus acelerones, lo único que hacía el esloveno del Jumbo-Visma era limitarse a seguirle. A rueda. Sin darle un relevo y, por supuesto, como líder y mejor clasificado que estaba, sin secundar ni dar continuidad a los ataques. “Todos hemos trabajado menos él”, lanzó en Pinerolo. “No entiendo su forma de competir, parece que sólo está pendiente de mí y tampoco le gusta dar relevos. Si quiere seguirme a todas partes se puede venir a mi casa y sacarse fotos con todos mis trofeos”, escupió un día después en el Lago Serrù, donde llegó al punto de retirarle la mano cuando Primoz Roglic se la brindó en la meta.
LANDA Y LÓPEZ, LOS ANIMADORES
Ni siquiera así logró inquietarlo. Y en ese marcaje, la inteligencia y el corazón desbocado de Richard Carapaz pudo con ellos. Listo. De eso tiene mucho el ecuatoriano. Porque después de contar a su disposición con todo el Movistar, Mikel Landa y sus aspiraciones incluidas, Carapaz quiso brindarle un regalo. Y vestido de rosa se transformó en gregario en el último puerto del Giro de Italia, el Monte Avena, para que el alavés ganase la etapa, pero al final fue para Pello Bilbao en un taquicárdico desenlace. Mikel y Supermán López fueron los grandes animadores de esta historia que se cerró en Verona con el inesperado éxito de Chad Haga. Se recordarán sus ataques sin cuartel, dos almas descaradas y bellas en la ofensiva de este Giro de Italia, que en la Arena de Verona coronó a su más magnífico y fuerte gladiador. El chico que un día se atrevió a soñar... y a pensar que se podía hacer realidad.