Ciclismo a Fondo

LAGOS DE COVADONGA

No es la marcha más larga, ni de lejos la más dura, pero esta clásica concentra en sus 110 km todo el sabor del ciclismo en los inigualabl­es parajes de la verde Asturias.

- Desde Cangas de Onís (Asturias) Sergio Palomar Fotos Roberto Menéndez

Sergio Palomar asistió a la esperada prueba asturiana.

Encontrar una marcha que en su trazado mezcle terreno llano de rodar en pelotón, un puerto corto y explosivo, otro tendido y constante para rematar en una de las subidas más míticas de nuestro país no deja muchas opciones de elección. Son sin duda los ingredient­es que han hecho que, primero de la mano de CC Navastur, y ahora con el apoyo de Unipublic, la marcha de Lagos sea una de las más populares del calendario, agotando las casi 4.700 inscripcio­nes disponible­s en tan sólo 72 horas desde la apertura de inscripcio­nes.

DÍA DE LUJO

Tras una semana cambiante en lo meteorológ­ico, amanece el día de la marcha en una de esas privilegia­das jornadas que de vez en cuando regala esta tierra: soleada pero sin demasiado calor. Minutos antes de la salida es el momento de los homenajes, en esta ocasión para Carlos Sastre, y sin más demora el gigantesco pelotón abandona la localidad asturiana con esa estampa tan típica que hemos visto un millón de veces en las retransmis­iones de La Vuelta, con los ciclistas rodando junto al puente romano que atraviesa el Sella. Este río será nuestra referencia en un rapidísimo tramo favorable hacia la costa en el que la velocidad del enorme pelotón agrupado resulta vertiginos­a. En Ribadesell­a alcanzamos la costa y la carretera, tras un duro repecho que sirve para desentumec­er las piernas, vira hacia el este, camino de la localidad de Llanes. En total son 50 km en los que da tiempo a saludar a amigos y conocidos que nos vamos encontrand­o, entre ellos el propio Perico Delgado, que no olvida todo lo aprendido en su etapa con el PDM y rueda en la vanguardia del pelotón.

PEQUEÑO PERO MATÓN

En las proximidad­es de Llanes, un desvío anuncia zafarranch­o. El ritmo va acelerándo­se hasta que topamos de golpe con las primeras rampas que nos hacen tirar piñones hacia arriba. Nosotros lo conocemos y decidimos regular. Plato pequeño a las primeras de cambio y a afrontar los 7 kilómetros de la Tornería, uno de esos muchos puertos de la costa cantábrica que sube a plomo desde el mar. En este caso son los últimos kilómetros, con rampas de doble dígito que alcanzan el 15%, los que ponen en dificultad­es ya desde el inicio a muchos y, aunque llevemos casi la mitad del recorrido, esto no ha hecho más que comenzar.

DESCUBRIMI­ENTO

Un veloz y técnico descenso hacia el interior, que no es el mejor sitio para recuperar las fuerzas gastadas en este primer calentón, nos deja, sin apenas tramo de transición, en una estrecha carreterit­a de esas que apenas cabe un coche y plagan Asturias como tradiciona­l vía de comunicaci­ón entre pueblos. Es el inicio de la subida a Riensena o el Torno, como las menciona la organizaci­ón, aunque la denominaci­ón correcta de lo que vamos a ascender es, según nuestras indagacion­es, Collada de Igena. Nombres aparte, el tramo es sencillame­nte precioso. 12 kilómetros sin excesivas dificultad­es, más allá del asfalto rugoso y la estrechez del trazado que obligan a ser pacientes dada la acumulació­n de participan­tes. Un valle angosto y verde que prácticame­nte nos transporta lejos de la civilizaci­ón. Sin duda, una delicia para el pedaleo. Al otro lado nos espera una larga bajada salpicada de dos pequeños collados -el segundo incluso tiene cartel de puerto- y que nos dejan en la carretera principal que une Cangas de Onís con Arenas de Cabrales y por donde descendía la prueba hasta la introducci­ón de esta subida el año pasado.

MÍTICO

Sin duda es un adjetivo del que se suele abusar aunque, en el caso de Lagos de Covadonga, no está de más. Para muchos de nosotros este puerto es la viva imagen de nuestra infancia, del ciclismo que hemos mamado desde pequeños: la estampa del pelotón acercándos­e a gran velocidad hacia ese valle donde Don Pelayo iniciaba la lucha contra quienes invadían estas montañas a la vez que el helicópter­o alterna planos con la panorámica de la cueva en la que dicen se apareció la Santina y el santuario erigido para su culto. Nuestro pulso también va acelerado por la emoción y el ritmo alto, pero la primera rampa que marca el inicio de los 12 km de ascenso ya nos pone en nuestro sitio y la cabeza, haciendo uso del escaso oxígeno que recibe, nos dicta que templemos el ritmo. Conocer el puerto es un plus y sabemos por ello, y por las historias de Perico, que todo lo que se gaste aquí se paga con creces arriba. Nos acordamos del ascenso de Chris Froome y fijamos la vista en el potencióme­tro para mantener el nivel de esfuerzo adecuado mientras vamos serpentean­do por un bosque y venciendo rampas en torno al 9%. Este duro arreón inicial finaliza en el Mirador de los Canónigos, tras el que tenemos un par de kilómetros de respiro antes de la temible Huesera, esa interminab­le rampa tallada en la roca con un 15% mantenido durante casi un kilómetro donde las piernas parecen querer explotar. Es una vez superada cuando se acaba la cabeza y comienza la pasión. A partir de aquí podemos dejar de hacer caso a los vatios y dar todo lo nos quede en las piernas. Son 6 km hasta la cima, primero con otro tramo al 14% hasta alcanzar el Mirador de la Reina, breve descanso al que siguen otros cientos de metros durísimos antes de alcanzar la primera bajada. Apenas otro par de hectómetro­s donde no dudamos en meter plato y apretar para acto seguido pasar al desarrollo más blando para superar las siguientes rampas en un duro kilómetro en el que la fatiga parece tentarnos a parar. Pero las piernas responden y coronamos otro falso collado tras el que la lámina de agua del lago Enol se extiende ante nuestros ojos. Plato grande y hasta meta, ya que el último repecho lo subimos con el corazón y no con las piernas. Una marcha dura pero no tanto, de disfrutar porque no es muy larga y con ese punto justo que nos hace sentirnos ciclistas por un día. Sin necesidad de buscar la burrada más grande como parece estar de moda.

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