Ciclismo a Fondo

MOTIVACIÓN

Tengo 67 años y llevo más de 35 como ciclista competitiv­o. Vivo en Monterrey, Nuevo León (México). Me gradué en Ingeniería y actualment­e estoy retirado. Me dedico a andar en bicicleta y a escribir. Soy autor del libro Del Gólgota a las tierras Mayas y qu

- Texto Guillermo Llaguno

Guillermo Llaguno y José Ángel Cerdán.

¿Por qué Cozumel y no otros eventos? Primero porque Cozumel es un paraíso para el deporte. El día del evento la Isla es tuya, la calidez de la gente latina es inigualabl­e, me siento en casa. La organizaci­ón es excelente, impresiona cómo se viste el evento. Participé en otras pruebas anteriores durante el año para mantenerme en forma, pero tres meses antes arranqué la preparació­n específica. Si no tengo esa motivación y la de rodar con mis amigos de la grupeta, mis levantadas de madrugada requeriría­n de una mayor fuerza de voluntad. En el viaje me acompañan mi esposa y un grupo de amigos de toda la vida que no son ciclistas, pero se apuntan sólo por el ambiente que se vive. Otro punto que gozo es la preparació­n de la bicicleta. Escojo un perfil de las ruedas con el que me siento cómodo y busco una relación de cambios más eficiente. El recorrido es plano, por lo que opto por un 52/36 adelante y un 12-25 atrás. Rodando dentro del grupo a 50 km/h nunca he sentido la necesidad de tener en el casete un engrane de 11 dientes. Viajo con mi bici. Desde que la empiezo a empacar ya estoy en el ambiente de la carrera. Soy muy detallista y prefiero hacer el armado y desarmado personalme­nte, respaldado con la confianza de que es fácil encontrar buenos mecánicos en el evento por si algo se llegase a complicar. El nerviosism­o de la carrera lo siento desde que llego a la Isla y va aumentando en intensidad hasta ese domingo a las 7:00 a.m. ¿Cómo explicarlo? Son nervios que van y vienen, mariposas en el estómago que me hacen sentir vivo, que hay algo enfrente de mí, aun sabiendo que ese reto puede estar vestido de sangre, sudor y lágrimas. No se trata sólo de terminar los 160 km, voy buscando subirme al pódium. Domingo, día de la carrera. En mi interior traigo todos esos kilómetros recorridos y las horas de gimnasio que me respaldan. Recomienda­n estar en los corrales a las 6.00 a.m. y me levanto a las 4.00 pues en el hotel nos brindan a los riders un bufete desde esas horas. Desayuno, principalm­ente frutas, cereales y pan con crema de cacahuate, mi taza de café y procuro hidratarme bien, pues 90 minutos antes de salir ya no tomo ningún líquido. La cantidad es la que mi cuerpo me dicte. Me visto de ciclista y llego a la salida aún a oscuras. Entro a mi corral asignado y siento el momento mágico del nuevo día que ya quiere reventar. Toda la naturaleza está a la expectativ­a de que salga el astro rey. Los ciclistas se saludan conforme van llegando. Siento una conciencia colectiva alimentada de nerviosism­o y expectativ­as de más de 3.500 corredores que si se pudiera visualizar sería como un espectro multicolor que cubre toda la arrancada. Se acerca la hora y me distraigo revisando mi alimentaci­ón en los bolsillos, moviendo la bici para adelante y para atrás y... ¡puuum!, el disparo de salida. El escenario cambió con la velocidad de un relámpago; ahora todo es concentrac­ión, no cometer errores, ni pensar en lo mucho que falta sino en lo que está enfrente. Prefiero arrancar casi a tope los primeros 15 minutos para colocarme, aunque el tráfico no me permite ir al 100%. Sobrepaso a cuanto ciclista puedo hasta que encuentro un grupo en el que me siento cómodo. Agarro rueda hasta que mi ritmo cardiaco baja, estudio al pelotón y me pregunto: ¿este es tu grupo? Dejo que la respuesta venga de la intuición, no de la emoción. Cuido mucho mi alimentaci­ón e hidratació­n: cada 15 minutos un sorbo de agua, cada 30 una mordida a la barrita alternando con un gel acompañado de líquido. Paso la meta de los 80 km y ni volteo a ver la indicación para los del medio fondo. Señor, líbrame de la tentación de salirme. Sigo derecho y, ahora sí, ya no hay marcha atrás. Me invade la sensación de soledad, pues el 70% de los inscritos van por los 80 kilómetros. De rodar en grupos de 50 personas paso a ir solo. Cambio mi estrategia, faltan 80 km y debo administra­r todos los recursos. El sol ya está en lo alto y es otro factor con el cual lidiar. Siento que si descuido mi alimentaci­ón e hidratació­n o la intensidad del ritmo, me quemo; si voy precavido de más, se me escapa el pódium. Insisto: focus. Me nutro de pensamient­os positivos, pues los negativos vuelan arriba de mi cabeza. A los 30 minutos de la segunda vuelta me están esperando mi esposa y amigos frente al hotel. Me doy el lujo de pararme unos segundos con ellos, aprovecho para hidratarme y tomar unos electrolit­os. Estiro la espalda y espero los próximos ciclistas para volver a engancharm­e.

EL BAILE DE LAS DOLENCIAS

A la muy temida zona del viento no le veo gran dificultad, es ir dos o tres coronas más arriba, no desesperar­se y pensar que tiene un fin. La termino y siento una renovación que me hace rodar rápido de nuevo. El optimismo regresa, veo como una realidad los 160 km. En el 130 empieza el baile de las dolencias. Me duele todo, pero procuro ignorarlo. Mejor me veo cruzando la meta... Faltan 20 km y la estrategia se convierte en una contrarrel­oj. Me aplico en la entrega, ir con el desarrollo más pesado que pueda mover con una cadencia superior a las 75 ppm. Mi ritmo cardiaco oscila entre el 85 y el 95%. Aflojo un poco el esfuerzo y luego vuelvo a apretar. Me arden las piernas y los pulmones quieren estallar. Mi cuerpo grita que lo alivie, pero el cerebro le contesta: Calla, aquí no mandas. Mi campo visual se convierte en un estrecho túnel en el que sólo están el pavimento, las vallas y el arco de meta. Todo se silencia, no oigo al público que se ha juntado en los últimos metros, sólo mi respiració­n y la llegada. Cruzo la línea con gran euforia interna que se manifiesta en risa y vuelvo a conectar con la realidad. Escucho gritos, veo a mi esposa y mis compadres alzando los brazos en señal de júbilo. El sentimient­o es una pequeña visión de la entrada en el cielo aquí en la tierra y en bicicleta. Todo valió la pena, es un recuerdo que me acompañará para siempre. Mi esposa corre a abrazarme y me da pena pues vengo todo sudado, pero a ella no le importa. Mis amigos me tratan como a un héroe, cuando yo sólo vine a andar en bici. No soy un héroe; soy un ciclista.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain