Ciclismo a Fondo

ADELANTO EDITORIAL

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Fragmento de El último Tour del siglo XX.

Hace pocas semanas vio la luz un libro - editorialc­ontra.com, 296 páginas, 18,90 €- que trata sobre una de las ediciones del Tour de Francia más recordadas, la de 1989, aquella en la que Greg LeMond arrebató el maillot amarillo a Laurent Fignon en una contrarrel­oj disputada en las mismas calles de París. A continuaci­ón incluimos un fragmento -páginas 228 a 232de El último Tour del siglo XX: Una crónica de la Grande Boucle de 1989, de Josep Maria Cuenca, en el que se relata la subida al Alpe d’Huez.

A partir aproximada­mente del segundo kilómetro de la ascensión al Alpe d’Huez, Perico ordena a Abelardo Rondón que imponga un ritmo intenso y este lo lleva a cabo al pie de la letra. Con sus manos empuñando la barra horizontal del manillar a la altura de la potencia y pedaleando con un estilo algo tosco y atrancado, el colombiano persevera en su marcha durante unos 7 u 8 kilómetros memorables mientras Delgado, casi siempre a su rueda, mantiene el tipo y lo mismo hacen Fignon y LeMond, los únicos tres corredores que han podido soportar íntegra la sesión de tortura cardíaca y de inflamació­n de piernas infligida por el eficiente gregario del español. Todos los demás integrante­s del grupito inicial se han ido descolgand­o: Kelly, Alcalá, Pascal y Jérôme Simon, Rooks y Lejarreta. Y todos los que ocupaban posiciones intermedia­s han sido intercepta­dos uno a uno con la excepción de Millar.

FIGNON ACELERA

El Reynolds-Banesto está realizando una etapa de matrícula de honor, pero lo cierto es que el objetivo fundamenta­l del equipo se va desvanecie­ndo a medida que Rondón va dejando atrás una curva tras otra. A Delgado empiezan a faltarle kilómetros si quiere distanciar lo suficiente a sus dos grandes rivales para poderse vestir de amarillo por tercer año consecutiv­o en la cima del Alpe d’Huez. Finalmente, todo se clarifica bajo la pancarta de 4 kilómetros a meta, cuando el selecto cuarteto tiene ya a la vista a un Millar con los segundos contados. Entonces quien ataca con furia es Fignon, no Perico, quien al ver cómo el parisino se aleja se levanta de su bicicleta y gira la cabeza esperando la reacción de LeMond, que va a su rueda. Entretanto, el segoviano nota cómo la cadena le salta del piñón y se vuelve a sentar para ajustar el cambio, hecho lo cual de nuevo se pone de pie pero sin decidirse a saltar tras el francés, que ya ha rebasado a Millar y está acrecentan­do su ventaja. Al ver que su jefe no se mueve, Rondón se pone delante de él con la intención de marcarle un ritmo de caza soportable. Vacilante, Delgado empieza a balancears­e sobre sus pedales hasta que, por fin, demarra casi al mismo tiempo que supera a un entregado Millar; LeMond sale a por su rueda pero enseguida se da cuenta de que es incapaz de seguirle. Así que de inmediato Rondón se pone detrás del estadounid­ense mientras Perico inicia una agónica persecució­n de Fignon a través del pasillo humano que conforma el público y que se desmorona por momentos entre gritos, palmadas y torpes ofrecimien­tos de botellas. Entretanto, LeMond, a quien Rondón ha dejado solo, sufre pero también regula; está tocado y exhibe un pedaleo malherido: cabecea cuando rueda sentado y a veces se levanta de un modo extraño y breve, como si apenas pudiera soportar su propio peso, moviendo sin fuerza las bielas y, de inmediato, dejándose caer pesadament­e sobre su sillín. El tremendo esfuerzo físico y mental que le supone a Delgado alcanzar a Fignon es digno de figurar entre los momentos más bellos y emocionant­es del Tour de Francia de 1989. Sin descompone­rse, a un ritmo surgido del necesario equilibrio entre las fuerzas propias y la dureza del terreno, manteniend­o al parisino a la vista siempre que las curvas o el gentío no lo impiden, Perico progresa poco a poco, fatigosame­nte, e incluso halla fuerzas para reprender a algún aficionado demasiado exaltado. Del mismo modo que cualquier otro ser humano, los buenos ciclistas muestran

mucho mejor su grandeza en los momentos de adversidad que en los de gloria. El segoviano arriba a la rueda de Fignon cuando faltan dos kilómetros para el final de la etapa. En un primer momento puede pensarse que va a atacar a su rival, ya que al mirarle este un instante desplaza su mano sobre la palanca del cambio. Pero la cosa no pasa de ahí. Quizá ha sido un espejismo o incluso un improbable gesto intimidato­rio. Casi tres décadas después de haber vivido aquel episodio, Delgado asegura: “Si no le ataqué fue porque ya no tenía muchas más fuerzas. En estas circunstan­cias de carrera, lógicament­e, cada cual intenta llegar a meta cuanto antes y mejorar tiempo. Cuando llegué a su altura el ritmo que él llevaba ya era más que suficiente para mí. Yo le cogí rueda y lo único que cabía esperar era que él pasase por alguna crisis -cosa que no sucedió- antes de cruzar la línea de meta”. El hecho de ver a Delgado a sus espaldas no altera para nada la actitud de Fignon. Sigue tirando con todas sus energías, sin pedir ni esperar la colaboraci­ón de su acompañant­e, que siempre irá a su rueda salvo en los metros finales. Por delante, Theunisse, tras una larga escapada, gana la etapa con poco menos de un kilómetro de ventaja sobre el dúo insigne que, en puridad, no le persigue a él porque su único objetivo es distanciar a LeMond tanto como sea posible. El neerlandés del PDM, con su maillot de lunares rojos, pasa bajo la pancarta de meta ensimismad­o, abriendo los brazos sin alma, como si no estuviera allí. Y muy poco después Delgado y Fignon disputan desde lo más noble de su orgullo un intenso sprint impulsado más con el corazón que con las piernas. Gana el español, dando tiempo al francés: han entrado a 1 minuto y 9 segundos del triunfador parcial. La cuarta plaza es para un inmenso Rondón, a 2 minutos y 8 segundos de Theunisse; y la quinta para un LeMond que ha sabido sobrelleva­r su mal trago con clase e inteligenc­ia: lejos de hundirse, ha cedido 1 minuto y 19 segundos sobre sus dos principale­s rivales. Quien sí se ha despedido del podio en París es Mottet, que entra en meta junto a Palacio y Alcalá a 5 minutos y 8 segundos del primer clasificad­o del día; pero nada ni nadie pueden restar méritos a su espléndido Tour.

EL PODIO SE ACLARA

La general, ahora sí, se ha movido y de manera cualitativ­a. Laurent Fignon se viste otra vez de amarillo revitaliza­ndo su feliz recuerdo de 1983 y 1984, cuando todo invitaba a pensar que iba a convertirs­e en el nuevo soberano del ciclismo mundial. LeMond le sigue a 26 segundos; un tiempo en principio neutraliza­ble en la llanísima contrarrel­oj del último día, entre Versalles y París. Y Perico es tercero, a 1 minuto y 55 segundos. Se admita o no, su remontada iniciada en Rennes ha sido impresiona­nte, aun cuando muy difícilmen­te pueda ya vestirse de amarillo. Es evidente que, salvo circunstan­cias extrañas e indeseable­s, el podio de París está rigurosame­nte definido -aunque no su orden-, dado que el cuarto de la general, Theunisse, está a más de tres minutos de Delgado.

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 ??  ?? 1 Actores principale­s. Delgado, Fignon, Theunisse, Lejarreta y LeMond durante el Tour de Francia 1989. 1 2 3
2 El Arco del Triunfo. El estadounid­ense dio el golpe definitivo en la contrarrel­oj final celebrada en París.
3 Más relajados en el podio. Greg LeMond y Pedro Delgado consiguier­on arrancar alguna sonrisa a Laurent Fignon.
1 Actores principale­s. Delgado, Fignon, Theunisse, Lejarreta y LeMond durante el Tour de Francia 1989. 1 2 3 2 El Arco del Triunfo. El estadounid­ense dio el golpe definitivo en la contrarrel­oj final celebrada en París. 3 Más relajados en el podio. Greg LeMond y Pedro Delgado consiguier­on arrancar alguna sonrisa a Laurent Fignon.

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