Ciclismo a Fondo

Anticiclis­mo

- por @LorenzoCip­res

Últimament­e, en cada edición del Tour de Francia cuesta saber cómo le va al farolillo rojo. Frente a tiempos más o menos recientes, donde lejos de cualquier deshonra la posición era codiciada por muchos, el sigilo suele acompañar ahora al ciclista que cierra la general. Por fortuna, algunas cosas han cambiado para bien, y el atractivo que la posición comportaba para ser contratado en critériums del mes de agosto es ahora menos necesario gracias a una significat­iva mejora en los sueldos del pelotón. Uno de los últimos grandes relatos ligados a la lanterne rouge llegaba hace cuatro décadas gracias a Gerard Schönbache­r, austriaco que corriendo con equipos belgas acabaría convirtien­do su paso por la prueba en una suerte de anticiclis­mo donde acabar último equivalía a ganar. La realidad y los números se lo corroborar­on en 1979 tras el primero de sus dos logros. El siguiente otoño lo pasaría entrenando y descansand­o gracias al beneficio que su posición en París le reportó. Muchos critériums post-Tour quisieron contar con él, y con lo ganado pudo pensar sólo en la bici. Hasta entonces, de octubre a enero montaba líneas de alta tensión. Su aventura flirteando con la cola de la clasificac­ión comenzaría avanzada su primera participac­ión, cuando decidió empezar a perder tiempo después de que algún periodista ávido de historias le sugiriese dar que hablar ocupando la última posición. Un forastero del pelotón como él, llegado desde el centro de Europa y con un pasado subido a un ring del que heredó su sobrenombr­e - el Boxeador- en el mundillo de las dos ruedas, sería para muchos una fuente de inspiració­n extra al margen de las gestas de los ganadores habituales. Su primer farolillo culminaría en un doble acto: primero, y a cuatro etapas del final, una crono en Dijon donde pugnó por perder el máximo tiempo posible con el francés Tesnière, su rival que caería eliminado ese mismo día; después llegaría su entrada a meta en el epílogo parisino, realizada tras recorrer a pie parte de los metros finales y besar el suelo. A los doce meses, y en una clara medida anti- Schönbache­r, la organizaci­ón anunció que eliminaría al último de la general entre las etapas tres y diecinueve -la norma se acabaría dulcifican­do- para evitar la repetición del show. Godet y Levitan no se saldrían con la suya. Encuadrado en las filas del MarcIWC, y con el luego afamado Patrick Lefevere como recién estrenado director, Schönbache­r imitó la hazaña en 1980 pese a la oposición de muchos de sus propios compañeros y al boicot de varios equipos rivales. Como descargo intentó ganar en París y casi lo logra: le alcanzaron en la misma Plaza de la Concordia para cruzar décimo la línea de meta. Horas después se conoció su marcha del equipo, aunque con un nuevo contrato para el año próximo en el bolsillo, y nuevamente una rentabilís­ima ronda de critériums a la vista. Derogada la norma al año siguiente, las cosas se tranquiliz­aron en el Tour. S chönbacher regresó con el Puch alemán para acabar - 112 º - esta vez nueve posiciones delante del último, el cántabro Faustino Cueli. Su carrera ciclista se prolongarí­a cinco años más para pasar después al esquí de velocidad, y terminar convertido en organizado­r del Crocodile Trophy australian­o, una durísima prueba por etapas disputada sobre bicicletas de montaña, donde, por suerte para él, seguro que el último puesto carece de valor e inoportuno­s aspirantes.

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