Ciclismo a Fondo

M.C. SOTOSALBOS˜SOTOSALBOS

Un evento tan sobrado de encanto como de dureza.

- Desde Sotosalbos (Segovia) Sergio Palomar

Distancia y desnivel acumulado suelen ser los referentes en los que nos fijamos a la hora de imaginar la dureza de un recorrido. Sin embargo, a veces no describen lo que nos encontramo­s.

Regresamos un año más al pequeño pueblo de Sotosalbos para participar en una de esas pocas marchas que aún conservan el sabor de las de toda la vida, con una organizaci­ón que mima a cada uno de los 450 participan­tes, cupo máximo que fijan para mantener unos servicios de calidad y que nos permite disfrutar no sólo de los puertos de la Sierra de Guadarrama, sino también de las carreteras más desconocid­as de la provincia de Segovia. Sobre el papel, una marcha asequible con 132 km y 2.000 metros de desnivel acumulado, repartidos en su mayoría entre las ascensione­s al puerto de Navacerrad­a y al de Navafría. Sin embargo, los números no son todo y el rosario de ciclistas desperdiga­dos a lo largo del recorrido, sin grupos mayores de 6 o 7 integrante­s, dio buena muestra de la dureza vivida en esta cuarta edición.

RITMO

La prueba arranca rápida, prácticame­nte a velocidad de carrera, en la aproximaci­ón a La Granja de San Ildefonso para adentrarno­s en el valle del río Eresma a la búsqueda de la primera dificultad del día. Un tramo donde se hace camino dentro del grupo pero en el que es fácil dejarse fuerzas que luego necesitare­mos. De hecho, el análisis de los datos a posteriori indica que se fue más rápido que ningún año hasta el pie de Navacerrad­a. Aquí es momento de dejar a los gallos marchar y empezar a hacer caso al medidor de potencia en una subida muy machacona en la que tenemos que ir pensando en lo que nos vendrá después. Mientras, el calor de este día de julio va dejándose notar, augurándon­os lo que nos espera. Arriba, al contrario que otros años, no hay grupetas y nos toca remar tanto en el llano que lleva a Cotos como en la infame bajada -por el estado de su asfalto- hacia el valle del Lozoya. Tramo de pedalear duro hasta alcanzar la subida a Navafría. Son 12 kilómetros, mucho más amables que la anterior ascensión, pero en los que la fatiga ya va haciendo mella. Nuevamente el ritmo controlado es la clave, teniendo bien claro que todavía falta mucho.

HORNO

Al coronar este puerto y a la vista del perfil, no son pocos los que se piensan que está todo hecho. Grave error, ya que tras su bajada, incómoda por el firme irregular, la carretera nos dirige hacia el pueblo medieval de Pedraza. A partir de aquí nos adentramos en la Segovia profunda. 40 kilómetros de carreteras estrechas y descarnada­s a lo largo del valle del río Cega en las que un millón de repechos, en los que apenas se suman 300 metros de desnivel, nos roban las escasas energías que nos quedan. Por si no era suficiente, a la hora que rodamos por allí ni una brizna de viento nos libra de un intensísim­o calor que nos termina de destrozar. Somos uno más de los ciclistas desperdiga­dos que avanzan penosament­e, descontand­o kilómetro a kilómetro de este calvario que resta hasta alcanzar de nuevo Sotosalbos y la merecida ducha, masaje y paella que allí nos espera. ¿Quién nos iba a decir que, tras sobrevivir a los Dolomitas, íbamos a sufrir tanto aquí? Aun así, prueba superada en una marcha que sorprende a los que se acercan a ella por primera vez y que nos reafirma en que hay ciclismo más allá de los grandes puertos.

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