Bendita inocencia
Voy a contaros la intrahistoria de mi triunfo en la clasificación de la montaña de la última edición del Tour de los Alpes. Aquella conquista partió de una premisa cuanto menos curiosa: transformar mi miedo a las grandes estrellas del pelotón mirándolos como si fueran cadetes inexpertos. -¿Qué vienes aquí, de vacaciones? -Pero David, es el primer día. Ha habido una caída, me ha corta... -Ni pero ni peras, quedan cuatro etapas y nos estamos jugando mucho en esta vuelta. Sami, tienes nivel, créetelo. Busca una etapa e inténtalo.
Me subí al hotel. Conozco bien a David -Echávarri-, es muy buena persona y siempre quiere lo mejor para nosotros, pero es un tipo con carácter. Personalmente me afectan estas charlas, les doy un montón de vueltas. Muchas veces mi cabeza desconecta y es al día siguiente de una de esas charlas profundas cuando saco lo mejor de mí, probablemente para demostrarme de lo que soy capaz.
Y ahí estaba, en la segunda etapa del Tour de los Alpes con un viento de cara que no se movía la bicicleta y 180 kilómetros por delante, acompañado de cinco parguelas que ese día nos había tocado coger la fuga, lo más seguro que castigados por nuestra mala actuación de ayer, o eso me decía la cabeza.
Volví a la realidad con más de treinta kilómetros de ataques y el corte definitivo que se hizo en un repecho de aquellos de 3 km al 10% donde mi ciclocomputador marcaba +400 W todo el rato. Qué pestosos mis
compañeros de hazaña, pensé. Van a tirones y gastando mucho pese a que aún faltan cien kilómetros durísimos. Me puse a analizar al personal: 'Van dos Neris, será un conjunto amateur invitado, y son el dorsal 7 y 8 del equipo, con bastante probabilidad los más malos y a los que les habrá tocado trabajar; un Manzana Postobón, casi seguro un chaval joven; un Colpack, estos que corren en amateurs; y al resto no los conozco. ¡Sergio, eres el más fuerte!', me animé.
La realidad es que era un grupo de mucho nivel, no había más que ver lo que había costado hacerse. De entrada, el Neri es Pro-Conti y entre ellos estaba Visconti, que no necesita presentación, junto a Rocchetti, uno de los mejores corredores del Colpack, y algún que otro galgo.
Y ahí estaba, inocente de mí, autoconvenciéndome de que era el más fuerte de la escapada cuando no lo era, tratando de juvenil a todo un veterano y quedándome solo por delante tras haberme engañado sin saberlo.
Si aquel día hubiese sabido que era Visconti, no me equivoco si digo que el miedo me hubiera atenazado y no me habría atrevido a atacarle. Gracias a esa iniciativa pude ganar la montaña y rodar por delante de Froome, Nibali o Majka hasta que apenas faltaban 3 km para la meta. ¡Bendita inocencia!