El elegido
Cuenta Camilo Amaya, el enviado especial de El Espectador, que la llegada de Egan Bernal al mundo fue una odisea. Que Flor Gómez, la madre del prodigio, se sintió indispuesta, con ganas de vomitar y un dolor insoportable en el estómago. Creyó que era una infección intestinal. Pero no. Era Bernal. Unos cuantos meses después, un 12 de enero de 1997, mientras Flor trabajaba, el niño decidió que era el momento de salir al mundo. Fue a la enfermería de la empresa y después directa al hospital de Zipaquirá, que aquel día sólo atendía en urgencias. Acabaría yendo en taxi lo más deprisa posible hasta la clínica San Pedro Claver de Bogotá. Allí, en la capital de Colombia, nacería Egan un buen rato después de que su madre fuera aparcada en una camilla en un pasillo repleto de pacientes. Apenas la hacían caso, mientras su marido, Germán, aguardaba fuera, impaciente e impotente por no poder ni siquiera entrar a ver su mujer, a la que los médicos le dieron una dosis demasiado alta de pitocín, un medicamento que se utiliza para inducir el parto y que le produjo una taquicardia. Una paciente alertó de su estado y fue entonces cuando los médicos repararon en ella. Al rato, ya el 13 de enero, nació Egan y a ella le cambiaron la camilla por una silla, pues la primera era necesaria para seguir atendiendo a más pacientes. Hoy, 22 años después, aquel pequeño ha hecho historia en el Tour de Francia.